Para la otra Uca
Alfonso Reyes lo dijo con precisión: la cultura o es universal o no es cultura. Pero entonces, cómo clasificar las expresiones culturales que no acceden a lo universal. No es una cuestión de jerarquías, la discusión es más sutil. El magnífico Museo de Arte Popular muestra esa fantástica creatividad que asoma en textiles, barro, cerámica, madera o lo que se deje: un Volkswagen vestido de arte huichol o un enorme alebrije. Son manifestaciones artísticas de gran valor, pero no necesariamente son universales, en muchas ocasiones no lo pretenden por el contrario destacan la singularidad, el carácter único de esa expresión.
Pero también tenemos un Museo de Culturas Populares. Allí el asunto se vuelve más complejo si queremos seguir a don Alfonso. Son culturas, entonces son universales y, además, ¡tenemos muchas! Ah caray, ¿y por qué el plural? Simplemente son cultura que no surge de las élites, lo que se llama alta cultura, sino de expresiones populares. Esa sería su definición. Pero hay otra interpretación: no son cultura, son expresiones artísticas populares. No abrazan a todos los seres humanos. Las fronteras en esto son muy endebles y es apasionante tratar de establecerlas conceptualmente. ¿Puede la cultura -lo universal- tener contenidos nacionales que, por definición, son particulares? Parecería un callejón sin salida, pero no lo es. Rimsky-Korsakov era ruso y es universal, lo mismo que Chejov; Víctor Hugo era muy francés, pero su poesía, su teatro o Los Miserables abordan temáticas universales: la miseria del alma. Los polacos y los franceses se pelean a Chopin. ¿Alguna duda del carácter universal de lo nocturnos? Pero también están las polonesas. Carmina Burana surge de un manuscrito antiquísimo de los siglos XII y XIII encontrado en Alemania en el XIX, pero sus orígenes son confusos entre Alemania y Francia, que no existían como países en ese momento. La idea de encasillar a la cultura por naciones o países no pareciera muy fructífera.
La lista es infinita. En el 2015 se festejan los 150 años del natalicio de Jean Sibelius quien, por fortuna, se obsesionó en el esfuerzo de atrapar en música lo que él consideró la esencia de su tierra, Finlandia, que por cierto en ese momento era un ducado ruso. Ralph Vaughan Williams es otra gloria nacional, británica, apreciado por su capacidad de retratar el estado de ánimo de esa nación. Moncayo, el autor de nuestro segundo himno nacional, es muy mexicano, pero es universal. La obra de un gran artista puede tener un contenido nacional y ser universal. Los colores de Turner inevitablemente nos conducen a Gran Bretaña, sin embargo las emociones que nos genera su obra no necesitan visa. Pero entonces, qué aplaudimos, el genio personal, la capacidad para recuperar la esencia nacional, la fuerza expresiva. El arte cuando es verdadero y se impone. El poder del arte lo ha llamado Simon Shama. Se puede ser nacionalista sin ser universal o universal sin ser nacionalista, Van Gogh por ejemplo. Hay una trampa muy frecuente: ser internacional sin ser universal.
Alejandro González Iñárritu y Emmanuel Lubezki mostraron el poder de su arte y elevaron sus estatuillas. Bien por ellos. Pero curiosamente en México se desató una discusión bastante bizarra. No es cine mexicano, por lo tanto nada tenemos que festejar, dijeron unos. Lo cocinaron afuera. Yo lo vería al revés, saben cómo cocinar afuera, en la Meca de su arte y en un mundo global. No es logro del país sino de ellos en lo individual, dijeron otros. Es cierto, pero ambos crecieron y se formaron en México, algo llevarán. Los obtuvieron a pesar de México, lanzaron por allí. ¿Será? La llamada "etapa de oro" del cine mexicano con Fernando de Fuentes, Roberto Gavaldón, Emilio "Indio" Fernández o la fantástica fotografía de Gabriel Figueroa por citar a unos cuantos, entró en un doloroso ocaso justo cuando el estado trató, a través de subsidios y controles, de apropiarse de ese arte. El cine, mexicano o no, hoy gana espacio en el mundo por su calidad.
Cuarón, González Iñárritu, Del Toro, Lubezki son grandes creadores de la era del México abierto en lo económico, en la oferta cultural, en lo informativo, en casi todo. Un México que compite sin los fantasmas de la protección a la identidad, esa entelequia que tanto mal nos ha hecho, de considerarnos únicos, incomparables y amenazados por el mundo. Así como México es un gran exportador de automóviles, pantallas y aeropartes, también está claro que podemos competir en otras áreas. Quiere eso decir que el estado mexicano debe retirarse de los apoyos culturales. Jamás, la incubadora es necesaria y lo vemos en la formación de los nuevos grandes cantantes de ópera, en los creadores gráficos, etcétera. No resbalemos en el nacionalismo ramplón. Un Tamayo muy oaxaqueño o un Felguérez muy zacatecano, tuvieron que luchar por la libertad que les permitiera ampliar sus horizontes creativos. Ese es el cambio de fondo. El gran tesoro es esa libertad que permite la creación universal de gran calidad en que la nacionalidad de los Óscares deja de tener sentido.