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Soberanía e independencia

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Es comprensible la falta de control sobre las variables de la economía internacional, pero no de la política nacional... y, entonces, asombra cómo se achica la soberanía, ahí, donde ésta se podría asegurar y ampliar.

En estos días, corear "¡Viva la Independencia!" se atora en la garganta ante el descuido y la falta de compromiso del gobierno y los partidos políticos por fortalecerla y consolidarla.

Descontada la cena, el próximo martes se cumplirá con la liturgia y la solemnidad de la emblemática ceremonia, no con el credo y la seriedad que supone.

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Se dice fácil pero, en las últimas décadas, impuesta desde fuera o solicitada desde dentro, arbitraria o solidaria, la inspección o asistencia foránea ha sustituido el compromiso oficial o social -con frecuencia combinado- por encontrar fórmulas de solución o arreglo de los problemas nacionales.

En la década de los ochenta, el apuro económico derivado del despilfarro de la riqueza petrolera hizo del Fondo Monetario Internacional el cancerbero de la disciplina financiera dictada desde fuera. Más tarde, en los noventa, las trapacerías del priismo y la incapacidad opositora para fijar reglas electorales y respetarlas llevó a consentir la presencia de observadores internacionales. Fiscales de la limpieza de los comicios que, aun con los avances logrados, no acaba de consolidarse.

Años después, tragándose el orgullo y plegándose a condiciones en canje de ayuda, se aceptó que el gobierno estadounidense certificara el combate a la droga. Y, más recientemente, en un acto vergonzoso simulado con un discurso rabioso, el gobierno de Felipe Calderón puso en manos de las agencias estadounidenses relacionadas con tareas de seguridad, inteligencia y administración de drogas, la estrategia de la lucha contra el crimen organizado que, sin resolverse, bañó y aún baña de sangre al país. Tal fue el exceso que a tropas de la Policía Federal pasó revista un embajador de Estados Unidos. Se entregó la política de seguridad.

Desde hace años, con el malestar del gobierno y el agradecimiento de sectores de la sociedad, organismos multilaterales defensores de los derechos humanos -oficiales o no gubernamentales- vigilan y califican la vigencia de éstos en territorio nacional, cuando no denuncian su violación. Tanto así que, ahora mismo, las primeras conclusiones del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, convocado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos con el forzado acuerdo gubernamental, derrumbaron "la verdad histórica" con la que se le pidió al país "hacer un esfuerzo colectivo para que vayamos hacia adelante y podamos realmente superar este momento de dolor", el dolor de los jóvenes de Ayotzinapa atacados y secuestrados, desaparecidos en Iguala nada más y nada menos que por fuerzas del Estado asociadas al crimen organizado.

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Esta relación de intervenciones foráneas o asistencia internacional -a veces execrables, a veces apreciables; a veces favorables, a veces contrarias al interés nacional- no pretende postular una actitud xenófoba como tampoco un nostálgico principio autárquico, pero sí subrayar cómo la falta de generosidad o la sobra de perversidad de gobiernos y partidos así como la desarticulación y descoordinación de la sociedad obliga a tomar dictados de fuera o a pedir ayuda solidaria internacional y, a la postre, a achicar la soberanía nacional.

Se entiende, desde luego, que la globalización y la interconexión mundial demande redefinir el límite y el horizonte de la soberanía nacional, pero resulta inadmisible que la pusilanimidad y la complicidad de gobiernos y partidos la sacrifiquen, ahí, donde el Estado podría ejercer su dominio sobre ella. Eso es inadmisible, pero insoportable es que sobre el dolor que provoca ver el desbaratamiento de una nación se ponga en juego el engaño o la simulación como el recurso para sostener una situación que, por su peso, cae.

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Esa estela de supervisores, observadores, policías, comisionados, diplomáticos, activistas de otras latitudes que, a partir un caleidoscopio de muy variados intereses, verifican, certifican, observan, califican y cuidan la conducta del gobierno mexicano en muy diversos asuntos internos, en breve, podría agrandarse en dos campos.

Uno. El trato, por no decir maltrato y abuso, que sufren los migrantes centro y sudamericanos al cruzar el territorio mexicano. La política migratoria mexicana abre un nuevo flanco. El reclamo al gobierno de Estados Unidos de respetar los derechos humanos de los migrantes mexicanos resulta insostenible cuando aquí no se respetan los de los centroamericanos. No se pueden exigir garantías afuera, cuando adentro no se otorgan.

De manera moderada hasta ahora, los gobiernos centroamericanos han exigido a México garantizar los derechos de sus nacionales al atravesar nuestro territorio. No atender en serio ese reclamo impide descartar que, de pronto, se tenga que admitir la supervisión internacional en esa materia.

Este año, México deportará más migrantes que Estados Unidos. Si tal dato responde al traslado del Río Bravo al Río Suchiate y a la poca honrosa tarea de hacerle la chamba sucia al vecino del norte, de nuevo, se pondrá en juego la soberanía.

Dos. La simulación en el combate a la corrupción. De mantener la simulación como la aspirina indicada contra ese creciente dolor de cabeza, de dentro o de fuera del país o de ambos lugares vendrá la tentación intervencionista o el reclamo de ayuda ante al problema y, claro, se perderá más soberanía.

En vez de hacer negocios con bienes o recursos públicos a título de facilidades crediticias, "moches", cuotas o extorsiones, el gobierno y los partidos deberían tomar nota de cuanto ocurre en Brasil, Chile y, ahora, en Guatemala. Las acciones emprendidas allá ponen en evidencia las omisiones de acá. Exhiben cómo en esa materia, los gobiernos y los partidos practican un principio de complicidad. Se encubren unos a otros, castigando muy de vez en cuando a un chivo expiatorio.

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Vienen las fiestas, los fuegos de artificio, las ceremonias y los adornos patrios, pero cuesta trabajo corear ¡viva la independencia! cuando se achica la soberanía.

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