Sólo cosas
Veo a mi hijo y a mi nuera vender, no, rematar sus cosas. Lo mismo una cama que un comedor que un juego de tazas o sus videojuegos. Todo comprado con su trabajo y esfuerzo. “Hijo”, le pregunto, “¿no te duele desprenderte de tus cosas?”. “Mamá”, me responde, “sólo son cosas”.
Mi hijo se va del país. “Recuérdame por qué te vas”, le pido esperando encontrar un absurdo, una sinrazón, una locura que me permita retenerlo. “Voy a buscar un mejor futuro, una mejor calidad de vida”, me responde, y me deja en silencio.
¿Cómo les decimos a nuestras hijas e hijos que tienen el mejor futuro posible en nuestro país? ¿Con qué argumentos les retenemos? ¿Con qué evidencia les decimos que el futuro es promisorio en México?
Pienso en las miles de madres que despiden a sus hijos e hijas a lo largo de Centroamérica, a lo ancho de África, a lo largo y ancho de medio mundo. Pienso en los adioses, en las tristezas profundas que causan las ausencias de los seres que amamos. Con un agravante; los enormes riesgos que miles corren a lo largo del camino debido a la ilegalidad de su migración.
El mío no correrá esos riesgos. Acaso otros. Pero me duele igual que se vaya, y me duele también que mi país no me brinde argumentos para que se quede.
Él y su esposa tomaron la decisión el año pasado y han dado todos los pasos necesarios para escribir una nueva página en sus vidas con otro paisaje como escenario.
“Pero si lo acaban de comprar”, le digo a mi hijo. “Pero… si este te gustaba mucho... Me mira con amorosa paciencia y me repite: “Ma, son sólo cosas”.
Me encanta su sabiduría. Y me encanta también, la serenidad con que se desprende de sus cosas.
“¿Y si no funciona?”, pregunto. “Regresamos”, me responde como si yo hubiese preguntado si quiere café o té. “¿Y van a volver a empezar?”, insisto. “¿Por qué no?”, me mira a los ojos.
Sé bien que es mi nostalgia anticipada la que pregunta. Que es mi angustia y mis miedos los que pronuncian cada frase. Porque en realidad estoy orgullosa de las alas que forjamos amorosa y cuidadosamente su padre y yo. Y sé bien que nosotros le alentamos al vuelo y le enseñamos que los sueños hay que hacerlos posibles.
Lo del desprendimiento material... ese lo aprendió por su cuenta, y me dio una gran lección con su respuesta, porque aunque no soy una mujer que acumule objetos, me puedo imaginar empacando varias cajas con mis cosas favoritas para enviarlas a donde quiera que me fuera.
Mi hijo y mi nuera, en cambio, se desprenden sin mayor congoja o, mejor dicho, con mayor fortaleza. Supongo que así es como se debe ir en pos de un sueño. Con osadía, sin dejar anclas y sin mirar atrás.
Yo confió en que encuentren su arcoíris, que el camino sea amable, que el viento sople a su favor y que el sol brille lo suficiente para alegrar la ruta. Y que si no es así, la vida les regale valiosas lecciones, pero no los quiebre.
Por de pronto, yo les he comprado varias cosas. Como bien comprenderá, para mí no son sólo cosas, son 'sus' cosas, y eso ya es otra cosa.