No, no es cierto que el agua sea importante para nosotros. Es mucho más que eso. Nosotros somos agua.
El 65 por ciento del cuerpo de un ser humano promedio está formado por agua, la cual es vida y energía. Un recién nacido puede tener hasta 73 por ciento de agua en el cuerpo. Los obesos cuentan con una cantidad menor, a veces menos de 50 por ciento. Cuando una persona envejece va perdiendo agua. Las arrugas del rostro y de las manos, así como el encorvamiento, son síntomas de esa pérdida de agua corporal. La muerte es el inicio de un proceso de desecación que al final nos deja, literalmente, en los huesos.
Nuestra agua es eminentemente privada porque los individuos somos todavía los dueños de nosotros mismos. Supongo que siempre habrá algún político que quiera expropiarnos porque tenemos agua en el cuerpo. De hecho, quienes hicieron el artículo 27 de la Constitución establecieron que "la nación", léase el gobierno, es propietaria de los mares territoriales, las aguas marinas interiores, las de lagunas y esteros, las de ríos y afluentes, las de corrientes constantes e intermitentes y sus afluentes, las de los manantiales. La iniciativa de nueva Ley General de Aguas, contenida por el momento en un dique en la Cámara de Diputados, no cambia esta situación. No modifica ni una coma del artículo 27. El único que se ha apropiado del agua en nuestro país es el gobierno.
Si el gobierno mexicano hubiera demostrado ser un mejor administrador del agua, o de cualquier otro bien, supongo que podríamos estar más tranquilos ante este monopolio. Pero lo que hemos visto es que los políticos y los burócratas destruyen con frecuencia los bienes sobre los que ponen las manos.
La iniciativa no privatiza el agua, pero sí permite que el omnipresente dueño, el gobierno, pueda concesionar ciertos servicios, como la distribución, el cobro o el tratamiento. No es algo inusitado. Muchas ciudades del mundo, tanto con gobiernos de derecha como de izquierda, han hecho precisamente eso. Ayer el periódico La Razón señalaba, por ejemplo, que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en el Distrito Federal renovó concesiones de servicios de manejo de agua de cuatro empresas privadas.
No hay sistema que dé certeza absoluta de que el agua se manejará bien, pero la experiencia nos dice que lo peor que podemos hacer es entregar el control a monopolios públicos o privados. Un sistema de competencia y transparencia, en el que participen empresas especializadas y el gobierno se encargue de supervisar, sería a mi juicio la mejor forma de manejar el agua. Los precios libres, por otra parte, son el mejor instrumento para regular el uso. Lo peor que podríamos hacer es, como proponen los populistas, regalar el agua. Lo único que lograríamos sería acabárnosla.
La mayor parte del agua en nuestro país se emplea en la agricultura. Buena parte se desperdicia. ¿Por qué? Porque se regala, porque no cuesta nada, porque se trata como un bien sin valor. El sistema, de hecho, promueve el desperdicio del agua porque el líquido que no se utiliza en un año se pierde para los siguientes.
Los mexicanos debemos entender que el agua es el recurso más valioso que tenemos. Su manejo no debe ser rehén de un dogma ideológico. Las mejores experiencias de manejo del agua son de empresas especializadas y sistemas que distribuyen el agua a un precio justo. Las peores las tenemos con monopolios gubernamentales que han utilizado el agua para comprar votos.
Así como no le daríamos a ningún político el control de nuestro cuerpo, formado fundamentalmente de agua, también deberíamos rechazar el intento de entregar el manejo de agua del país a esos políticos.
DEVALUACIÓN
El peso se cotizó ayer en sus peores niveles de la historia. En el mercado bancario de ventanilla se encontraba ayer a 15.90 por dólar y en el corporativo a 15.63, peor que en la crisis de 2009. La enfermedad, sin embargo, no sólo afecta al peso. Desde el euro hasta el real brasileño, virtualmente todas las divisas se están devaluando frente al dólar.
Twitter: @SergioSarmiento