Cree que es inteligente. Poderosa. Virtuoso. Compasiva. Simpático. Hermosa. Visionario. Justa. Talentoso. Querida. Valeroso. Elocuente. Cálido. Cortés. Ameno. Visionaria. Noble. Trabajadora. Competente. Bella. Necesario. Indispensable. Útil. Y creyente. Muy, pero muy creyente. Porque también cree que es ignorante. Débil. Enclenque. Avara. Odioso. Repulsiva. Perdedor. Corrupta. Zafio. Odiosa. Cobarde. Lacónico. Repulsivo. Iracunda. Aburrido. Fracasada. Mezquino. Holgazana. Vulgar. Horrible. Detestable. Prescindible. Inepto. Y creyente. Muy, pero muy creyente. Cree que es así. Cree que los otros son así. No caben matices. El arrebatado disentir fertiliza el improperio. Creer con obcecado radicalismo entraña la ofensa. El incesante zaherir nuestro de todos los días cercena el diálogo.
¿Dónde cabe, entonces, la prudencia en la lectura comprensiva de nuestro existir? Hace cuatro siglos, Baltasar Gracián lo mismo se preguntó. Respondió con trescientos aforismos luminosos en El arte de la prudencia (Planeta, México, 2012). El 101, "La mitad del mundo se está riendo de la otra mitad, con necedad de todos", esgrime con puntería. "O todo es bueno, o todo es malo, según votos. Lo que éste sigue, el otro persigue. Insufrible necio el que quiere regular todo objeto por su concepto".
Entender la relatividad de nuestras percepciones, creencias y adjetivaciones no es tarea sencilla, pero sí un comienzo elemental. Es dar un paso al entendimiento respetuoso de una misma y de los demás. Un autor es recomendable para esta tarea: Umberto Eco. El académico recurrió a la historia como punto de partida y al abordaje de "lo desagradable", de "lo ofensivo", para dimensionar y valorar su contraparte: "lo apetecible, lo placentero, lo alegre, lo bello".
Historia de la fealdad (Random House Mondadori, México, 2007) es el cautivante ensayo que siguió a Historia de la belleza, ambos de la autoría del semiota piamontino. La manera en que Umberto Eco explica la relatividad de lo que algunos consideran "bello" o "feo", "bueno" o "malo" y que por ellos es defendido a ultranza, es una apología mayúscula a la tolerancia.
Eco argumenta así: "Si un visitante llegado del espacio acudiera a una galería de arte contemporáneo, viera rostros femeninos pintados por Picasso y oyera que los visitantes lo consideran 'bellos', podría creer erróneamente que en la realidad cotidiana los hombres de nuestro tiempo consideran bellas y deseables a las criaturas femeninas con un rostro representado por el pintor. No obstante, el visitante del espacio podría corregir su opinión acudiendo a un desfile de moda o a un concurso de Miss Universo donde vería celebrados otros modelos de belleza. (…) A un occidental, una máscara ritual africana le parecería horripilante, mientras que para el nativo podría representar una divinidad benévola. Por el contrario, al seguidor de una religión no occidental le podría parecer desagradable la imagen de un Cristo flagelado, ensangrentado y humillado, cuya aparente fealdad corporal inspiraría simpatía y emoción a un cristiano. (…) (Dice Voltaire:) 'Preguntad a un sapo qué es la belleza, el ideal de lo bello. Os responderá que la belleza la encarna la hembra de su especie, con sus hermosos ojos redondos que resaltan de su pequeña cabeza, boca ancha y aplastada, vientre amarillo y dorso oscuro. Preguntad a un negro de Guinea: para él, la belleza consiste en la piel negra y aceitosa, los ojos hundidos, la nariz chata. Preguntádselo al diablo: os dirá que la belleza consiste en un par de cuernos, cuatro garras y una cola'. (…) A menudo, la atribución de belleza o fealdad se ha hecho atendiendo no a criterios estéticos, sino a criterios políticos y sociales. En un pasaje de Marx (Manuscritos económicos y filosóficos de 1844), se recuerda que la posesión de dinero puede suplir la fealdad: 'El dinero, en la medida que posee la propiedad de comprarlo todo, de apropiarse de todos los objetos, es el objeto por excelencia' (…). Los teóricos muchas veces no tienen en cuenta numerosas variables individuales, idiosincrasias y comportamientos desviados. (…) De ahí la prudencia con que debemos disponernos a seguir esta historia de la fealdad, en sus variedades, en sus múltiples articulaciones, en la diversidad de reacciones que sus distintas formas suscitan, en los matices conductuales con que se reacciona. Considerando en cada ocasión si, y hasta qué punto, tenían razón las brujas que en el primer acto de Macbeth gritan: 'lo bello es feo y lo feo es bello'" (pp. 8-20).
Perdonar a los que ofenden, reza el Padre Nuestro. Pero antes, la prudente y comprensiva lectura del dolor que alimenta su radicalismo.
Para leer a Umberto Eco: su obra, disponible en librerías de la localidad. Sin embargo, es bastante recomendable para quienes tendrán su primer encuentro con Eco la visita a uno de los sitios virtuales más prácticos y completos que maneja referencias de éste y un nutrido puñado de escritores: Lecturalia: red social de literatura, comunidad de lectores y comentarios de libros (http://www.lecturalia.com/autor/14/umberto-eco). Y, sin ofender, para evaluar a Umberto a Eco es imperdible mirarlo de frente, cuando sonríe con dureza y clava su mirada analítica en las "legiones de idiotas" y personajes de similar catadura (http://www.abc.es/cultura/20150616/abci-umberto-redes-sociales-201506161259.html).
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