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LA FUERZA CENTRÍFUGA DE LA MEDIOCRIDAD

Sin afán melodramático. Es ésta la historia de cierta ciudad convertida en bravo ciclón. Su necesidad alimenticia es incontenible. En cuanto encuentra su manjar favorito, su sistema digestivo se enciende, comienza a salivar y, sin mucho saboreo, traga. Engulle. Devora. No resiste la tentación de atracarse de la creatividad de sus pobladores. De atiborrarse del espíritu ajeno de progresar. Se atraganta de esa iniciativa ciudadana que propone, actúa y es constructiva.

Esa cierta ciudad siempre está muerta de hambre. Da de comer a su mediocridad para que no pierda ni un ápice de su fuerza centrífuga. Fuerza centrífuga de barbarie. Envuelve y envuelve. Gira y gira. Espiral hipnótica que no se da por vencida. Arrastra hasta los intestinos lo que podría significar cambio, avance, mejora. Ahí, los ácidos gástricos queman la motivación individual y colectiva. Y sólo de esta manera la mediocridad citadina queda satisfecha. Regordeta y regodeante. Lista para sus siguientes ingestas.

Imaginar el voraz escenario no es complicado. Ahí está aquél, ahí está aquélla. Viven en esa cierta ciudad y, como otros, van a trabajar. Comienzan una nueva jornada, con el ánimo lo necesariamente fresco para generar ideas, proyectos, análisis, contribuciones. Quizá algo se pueda lograr; quizá alguien se sumará. Sin embargo, a la primera sugerencia de acción intercambiada con otros, el apetitoso aroma de la iniciativa provoca a la mediocridad de sempiterno apetito. Arranca su fuerza centrífuga. "¿Y eso para qué si nos van a pagar lo mismo?". "¿Sabes? Ando muy ocupado". "¡Qué interesante propuesta! ¡Qué bien! ¡Es genial! Ahorita regreso. Luego me dices bien". "¡Uta, no! Qué onda con eso. Es mucho jale". "No. No va a funcionar. Nomás a ti se te ocurre". "(Silencio)". "(Ojos levantados)". "(Sonrisa irónica)". "(Mirada de envidia)". "(Cara de sueño)".

La sugerencia, de pronto, fue arrastrada por la corriente hasta las fauces de la mediocridad. Ni siquiera para ser masticada. Así como llegó, concluyó. El estado normal de las cosas se vio fortalecido por doble vía. Porque reforzó el valor de lo estático, de lo anquilosado, de lo hermético en esa cierta ciudad. Y porque sumó a las filas de la insulsa mediocridad a un ciudadano más. Al que tuvo la convicción de contribuir y quedó arrepentido.

Otro escenario. Ahí están aquéllos y ahí están aquéllas, en esa cierta ciudad. Su tierra. Su lugar de origen. Solicitan un servicio en un restaurante, en un supermercado, en una farmacia. Piden ayuda al plomero, al taxista, al ejecutivo de cuenta, al gerente general. Su convicción primera es la de recibir buena respuesta a su petición comercial. Se trata de una cotidiana compra-venta de servicios que, por parte del solicitante, viene con la expectativa de que será satisfactoria.

No obstante, ese previo e íntimo voto de confianza hacia el proveedor y en la calidad de lo ofertado, encendió a la insatisfecha mediocridad. Comienza a salivar. Quiere comer. Echa mano de su fuerza centrífuga: "No hay, no tenemos, no sabemos, no vino, no lo conozco, no estoy enterado, no puedo, no creo, no está". No, nada, nunca. Como si la solicitud de compra fuera petición de donativo. Y, además, con mucha probabilidad las negativas también se harán acompañar de caras largas, despotismo, indiferencia, agresividad, incompetencia. Claras manifestaciones de quien lleva el enojo con la vida misma por delante. Irremediablemente, el solicitante del servicio y el prestador tendrán que seguir el intercambio de presencias. La molestia de uno contamina al otro. Reina la desconfianza. Opera la agresividad. Que viva la mediocridad. Ya festeja su triunfo con su bocadillo predilecto. De una sola mordida acabó con eso que llaman calidad en el servicio y el respeto que, en teoría, debe mediar en las relaciones comerciales.

El ensayista y poeta regiomontano, Gabriel Zaid, publicó en Letras Libres uno más de sus lúcidos textos, "¿Qué hacer con los mediocres?". (www.letraslibres.com/revista/convivio/que-hacer-con-los-mediocres-0). Primero, aporta valiosos antecedentes del término: "La medianía fue neutral, luego positiva, después negativa y ahora tabú. La raíz indoeuropea 'medyho' corresponde en griego, latín, germánico, a términos neutrales que se refieren a lo que está en medio (espacio, secuencia, medición). En español, 'medio', 'en medio', 'mediano', 'mediocre', 'promedio', 'intermedio', 'mediar', 'medianero', 'mediador', 'mediante', 'inmediato', tienen ese origen. En latín, 'mediocris' describía una posición de mediana altura, en un monte o elevación física. La raíz indoeuropea de 'ocris' es 'ak': cima, pico. El uso se extendió a toda posición que no llega al extremo: 'mediocre malum' (enfermedad no grave), 'mediocris animus' (espíritu moderado), 'mediocris vir' (hombre de clase media) (Roberts pastor, 'Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española; Ernout, Meillet, 'Dictionnaire étymologique de la langue latine; Blánquez, Diccionario latino-español). La sabiduría antigua desconfiaba de la desmesura, lo desproporcionado, el exceso. Esta desconfianza llegó a convertirse en un elogio de la medianía y la moderación. Aristóteles define la virtud como el justo medio entre dos extremos ('Ética nocomaquea, ii, 6). Horacio celebra la dorada medianía ('Odas', 2, 10). Séneca engrandece el desprecio a la grandeza: 'Es de gran ánimo despreciar las cosas grandes y preferir lo mediano a lo excesivo' (Cartas a Lucilio, 39, traducción de José María Gallegos) (…). El desprecio a la moderación es de siglos recientes. Parece surgir con el barroco y su amor al exceso, crece con la Ilustración y el absolutismo (…) Nietzsche proclama la ética del superhombre y condena la compasión cristiana como negación de la vida. 'Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres ('El anticristo', 2, traducción de Andrés Sánchez)".

Párrafos después, el maestro Zaid comenta que señalar al mediocre, cuestionarlo, tratar de volver visible la fuerza centrífuga que revuelca la innovación asertiva, es un error: "sería más inteligente reconocer que todos somos mediocres en casi todo, que no tiene importancia y que intentar lo máximo en todo es ridículo. La excepción no puede ser la regla general y no hay que confundir esto con la verdadera regla general: que cada persona es única, porque su código genético, su historia, su conciencia, sus capacidades y sus gustos constituyen un ser único. No hay dos personas iguales" (Ib.). ¿Omitir la crítica a la mediocridad no sería una manera de alentar su centrífuga fuerza condenatoria? ¿Lo menos mediocre es dejar de centrar los señalamientos en quienes son ejemplo vivo de la mediocridad? ¿Qué hacer con la historia de cierta ciudad convertida en bravo ciclón, muerta de hambre y que da de comer a su mediocridad para que no pierda ni un ápice de su fuerza centrífuga bárbara? ¿El silencio, la indiferencia, el pasivismo es de los mediocres o signo de la inteligencia de nuestros tiempos?

@RenataChapa

Centrosimago@yahoo.com.mx

  Por: Renata Chapa

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