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Pecado de educación

Renata Chapa

PARTE I

Por miedo. Por envidia. Por egoísmo. Por pereza. Por impericia. Por crueldad. ¿Cuál es la razón más pesada cuando de negar la educación se trata? ¿Quién no tiene ejemplos para ilustrar estos casos? ¿Quién, incluso, ha sido el o la protagonista de historias donde la educación ha sido expulsada ¿Por qué asumirla como si fuera pecaminosa?

Quizá no exista La Razón al tratar de entender los porqués del no educar y del no ser educado. Más bien, en palabras de Dumas, todas las razones son para una; y una, para todas. Bloquear la educación responde a un puñado de condiciones donde unas abrevan de otras con trágicos resultados. Negarnos y negar a otros el saber y el actuar con sólida criticidad es una de las caras más maquilladas de la violencia. Atrofia innecesaria en plena era de la información.

Sobra explicar que, a diario, consciente e inconscientemente, todos aprendemos algo y, además, algo habremos de enseñar. Es parte de la imprescindible comunicación educativa con los demás y con nosotros mismos. Ensayo y error. Bondad y traición. Idas y vueltas. Ciclo constante.

Sin embargo, en términos más precisos, para educar y ser educado, son pocos los que pueden adquirir el cotizado boleto. Vista así, la educación tiene sus costos. El más elevado no es el económico. Es otro aún más exclusivo porque sólo unos cuantos lo pueden solventar. Ese costo -que en su momento ameritó haber aprendido del humanismo y del humanitarismo- lleva a comprender un asunto clave. Que el estado cristalino del dar y recibir educación es tan necesario y natural como el tener sed y buscar las formas de saciarla. Como el buscar afecto y encontrarlo por una u otras vías. Como ayudar al bienestar del otro y, así, siendo sinceros, al contento y la paz de uno mismo. Educar y ser educado es parte de la vitalidad. Son acciones que van más allá -y a la vez, no tanto- de inscripciones, colegiaturas, cuotas, sindicatos y mercenarismos.

Contradictoria situación: si es sabido el valor trascendental del educar y del ser educado, ¿por qué negarlos? Si el desarrollo personal y comunitario tiene una directa relación con la forma en que educamos y somos educados, ¿cuál es el sentido de restringir o de volver inalcanzable la educación? Una persona otrora privilegiada con educación y hoy negada en mente y en corazón a educar, ¿qué clase de aprendizaje recibió, entonces? ¿Por qué evitarnos los unos a los otros el urgente apoyo para catapultar lo que elevaría la calidad de vida en común? ¿Tan complicado es así? ¿Tan oscura es la realidad en pleno siglo XXI?

Para responder a éstas y más preguntas, alguien que fue educado y sí decidió compartir su conocimiento, contribuye aquí a la formación de otros. En este caso, sus lectores. Su tema de partida, la soberbia intelectual que rechaza contundentemente, por las vías más diversas, el educar al otro; y menos concebible le resulta aún que reciba un ápice de educación quien se asume como experto, diestro, conocedor, especialista y docto. Para qué necesitan ellos educación si son los poseedores de la verdad, principio y fin del conocimiento. Son alfa y son omega. Desde ellos y para ellos, ni educar ni ser educado. Temas clausurados desde la ciega e innoble altanería.

Una pluma fue soltada con miras a darse a los demás. Su publicación ha contribuido a la formación de los otros a partir de la pedagógica exposición de ideas. Expone el escritor: "Quería tener una visión de conjunto de las élites del saber en distintas épocas y culturas, comprender mejor la paulatina transición del poder espiritual al poder cultural, delinear la evolución histórica del elitismo, el esnobismo y la pedantería (…). (Quise) descomponer los elementos de un virus poliédrico y variopinto (…). Era preciso escribir una genealogía del intelecto engreído y beligerante (…). (Esbocé) la evolución del hermetismo poético y filosófico, la génesis del odio al vulgo profano, los monopolios de la escritura o de las lenguas cultas, el uso del argumento de autoridad para reprimir la crítica o la imitación de la aristocracia por parte de los cenáculos intelectuales" (pp. 13-14). Y aclara: "Para conocer a fondo los mil y un disfraces de la soberbia intelectual en todas las épocas de la historia, hubiera tenido que dedicar a esta obra lo que me resta de vida, una tarea superior a mis fuerzas y mi paciencia (…). Sólo he querido reconstruir el ADN del poder cultural autoritario y desmontar los tinglados que utiliza con más frecuencia para intimidar a los espíritus libres (…). He procurado contextualizar en la medida de lo posible las principales metamorfosis de la inteligencia endiosada" (pp. 14-15).

El cuentista que vitaminó esta columna, Enrique Serna, también novelista y ensayista brillante, es el autor de "Genealogía de la soberbia intelectual" (Ed. Taurus, México, 2013). Más de su pluma franca, en la próxima entrega.

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