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Pecado por educación

Renata Chapa

PARTE II

En la anterior entrega, el escritor Gilberto Serna apareció con la extrema potencia que lo distingue y diferencia. A partir de su brillante "Genealogía de la soberbia intelectual" (Ed. Taurus, México, 2013), continúa la reflexión.

Al hablar de soberbia, los ejemplos cotidianos aparecen a borbotones. No sólo se trata de la imperante en los mundos artístico y científico -que ya es tratar con ciertas palabras mayúsculasennegrecidas- sino la compartida por quienes tienen un conocimiento y con él, una cierta dosis de poder que les permite encumbrarse a sí mismos y olvidarse del otro.

Del físico al obrero; de la economista a la repartidora de periódicos; del alto funcionario al vendedor en banqueta; de la rectora a la asistente doméstica; de los artistas y académicos robustos al frágil aprendiz, al público novel. Con una mirada más amplia, es posible detectar la forma en que muta la soberbia intelectual y cercena las otras posibilidades para educar y ser educado. Sin embargo, y de regreso a la postura del autor, la villanía va por partida doble cuando la cerrazón ególatra proviene de quienes cuentan acaso con dos luces más, acaso con otras oportunidades para tomar decisiones colectivas. "La manera más primitiva de acaparar el conocimiento es negarse a compartirlo, tapiar las puertas y ventanas por donde la gente común puede asomarse a los hallazgos de la secta privilegiada" (p. 20), señala Serna. La situación empeora cuando a ese hermetismo se suman otro tipo de violentaciones que van desde la chismorrería barata, y no por ello menos nociva, al uso fraudulento y convenenciero del poder.

Ejemplos históricos, necesarísimos. Ayudan a comprender el origen milenario de los desplantes de personajes en cúpulas al rechazar la sola idea del progreso del otro por medio de la educación. En alta medida, su conducta marginadora responde a la víscera y no al pensamiento crítico, menos aún al respeto y aprecio al ser humano. Por más aderezo retórico, legaloide o moralino que pudieran agregar, cuando de soberbia intelectual se trata, el "yo" se impone con todas sus debilidades y zancadillas a cuestas.

El autor que ahora nos auxilia puebla su trabajo de casos donde clausurar la educación radicalizó la barbarie. Son fantástico punto de partida. Materia prima para analogías con escenarios actuales. Didácticas de orilla a orilla.

Primero, el de los escribas mesopotámicos: "La escritura es la llave maestra del conocimiento, y quizá por eso, los sacerdotes de las civilizaciones antiguas las consideraban una propiedad privada. 'Que los sabios instruyan a los sabios, porque los ignorantes no saben ver', dictaminaban los escribas de Mesopotamia en el colofón de todos sus textos (1) (…). Para ellos, la escritura no era un arte aprendido, sino una cualidad innata que los ponía por encima del resto de los mortales. Lo paradójico de la sentencia es que su destinatario, el pueblo analfabeto, jamás la leyó. ¿Para qué fustigar por escrito a los ignorantes, si ya estaban excluidos de antemano (…)? La superioridad intelectual de los escribas mesopotámicos se traducía casi automáticamente en hegemonía política. Dueños de la verdad histórica, los inventores de la escritura mesopotámica no vacilaban e falsearla cuando estaban en juego sus intereses" (p. 21).

El segundo ejemplo es de casa, los aztecas: "Para reorganizar el imperio desde sus raíces (Tlacaélel, investido con el título de Cihucóatl, sumo sacerdote y consejero áulico) ordenó que se quemaran los códices en los que el pueblo mexica aparecía débil y pobre, y se reescribiera su historia a la luz de la grandeza recién alcanzada (…). La credulidad de los guerreros aztecas, que jamás osaron poner en duda la autoridad religiosa del Cihuacóatl, ni la veracidad de los códices reescritos, los convirtió en el brazo armado de un dios sanguinario" (pp. 22).

Tercer y lúcido estudio de caso, los brahamanes: "(Ellos) nunca necesitaron cometer fraude alguno para apuntalar el poder del pueblo ario sobre los aborígenes de la India, porque, durante más de un milenio, (los brahamanes) ni siquiera se dignaron poner por escrito un compendio de su doctrina. El sanscritista Michel Angot señala que los brahamanes tenían una concepción autista del saber: 'Imaginaban por un lado que poseían la totalidad del conocimiento; por el otro, pensaban que ellos mismos eran el conocimiento'(2). Su convicción de ser la ciencia personificada tenía como fundamento la doctrina de las clases naturales, predestinadas al mando o a la servidumbre, que convertía a los no arios en miembros de una especie zoológica inferior. El sánscrito nunca tuvo un alfabeto propio, pues los dioses humanos que resguardaban la palabra sagrada erigieron una muralla infranqueable contra posibles intrusos (…) Por mandato divino, los brahamanes evitaban al máximo el trato con las castas inferiores, que agachaban la cabeza y veneraban desde lejos su ignota sabiduría" (p. 23).

El investigador es contundente al señalar a los brahamanes como "la casta sacerdotal más engreída de la historia. Pero no habrían actuado como un ejército de ocupación en territorio enemigo si hubieran estado seguros de su pretendida superioridad (…). Si de veras hubieran creído que los miembros de las castas inferiores eran bestias irredentas, no habrían evitado el trato con ellos" (p. 24).

Viene, aquí, por tanto, una de las frases destacadas de forma especial por su elevado sentido formativo. Más que un juego de palabras de irónica nemotécnica, lo cual se agradece, en unos cuantos renglones el narrador desnuda a ese todopoderoso de ayer y de hoy, y hasta a nosotros mismos, engreídos por los siglos de los siglos, y obsesionados por creer y hacer creer que son, que somos, los únicos ungidos por la educación: "Nadie que lea junto a un perro puede temer que de pronto se interese por el libro, a menos de que le atribuya cualidades humanas. Si el intruso es idiota por naturaleza, ¿por qué los sabios toman tantas precauciones para ahuyentarlo? El menosprecio de la inteligencia plebeya por parte de las élites espirituales o culturales encubre un mezquino temor a su capacidad de aprendizaje, que surge cuando una minoría siente amenazados sus privilegios" (Ib.).

De ahí en adelante, en el libro que hoy nos ocupa, desfilan personajes con sus particulares perfiles en torno al educar y ser educado. Mientras unos abrían las puertas a la educación, otros colocaban cemento sobre candados. De ellos, partiremos en la tercera y última parte de este libro subrayado.

NOTAS:

(1) Alberto Manguel, "Una historia de la lectura", trad. De José Luis Muñoz, Bogotá, Norma, 1999, p. 243.

(2) Michel Angot, "Paroles des brahmanes", París, Editions du Seuil, 2010, p. 297.

(3) Citado por Jonathan Lemen, "Contra la originalidad", México, Tumbona, 2012, p. 28.

@RenataChapa

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