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Partículas de la identidad nacional

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Rafael Blando

En el estado de Tlaxcala arte e historia se respiran a cada paso. En las calles de herencia colonial en su bella capital y en Cacaxtla y Xochitécatl, zonas arqueológicas que dan testimonio del esplendoroso pasado prehispánico.

El recorrido comienza en la nueva autopista Puebla-Tlaxcala, menos de una hora separa al centro de Tlaxcala con el centro de la ciudad de Puebla. Qué mejor manera de comenzar una fresca mañana primaveral que con un buen desayuno. El tradicional restaurante Los Portales ofrece al viajero un exquisito menú con el auténtico sazón del altiplano central mexicano. Desde quesadillas con variados guisos caseros hasta el pan dulce de la casa acompañado de un buen café de olla. Listo para sacar la cámara y conocer Tlaxcala.

El pequeño y muy colorido centro de la ciudad es para recorrerse a pie, el viajero puede comenzar en la explanada del Palacio Legislativo y subir hacia la Plaza de la Constitución que data de 1548. El arte se respira a cada paso que se da, una mezcla de esculturas contemporáneas y arquitectura colonial, sin olvidar el arte sacro sincretizado por los tlaxcaltecas. En los alrededores se pueden observar los recién restaurados edificios de correos y el Museo de Arte. El Palacio de Gobierno es quizá el edificio más representativo de la ciudad, con su fachada contrastante entre el naranja de los ladrillos y la blanca torre del campanario, sus puertas (abiertas al público) esconden los bellos murales que relatan el choque de dos culturas y la historia posterior del estado. El pintor Desiderio H. Xochitiotzin cuidó cada detalle de esta magnífica obra de arte que el visitante no se puede perder

El viaje continúa hacia el pequeño poblado de Natívitas por la carretera estatal Kilómetro 19, que lentamente va subiendo hacia la parte más alta del valle. Ahí se localizan las zonas arqueológicas de Cacaxtla y Xochitécatl. A la entrada conocí a Don Miguelito, un amable señor de edad avanzada que muy sonriente ofrece nieve natural de amaranto, una delicia al paladar para el recorrido hasta la pirámide central. La pirámide es pequeña y su aspecto denota su edad, dentro, se esconden unas de las joyas mejor cuidadas de México: Los frescos de Cacaxtla. Escenas rojiazul que narran las batallas y los pactos de los Olmecas y Xicalancas con los pueblos vecinos, antes de la llegada de los españoles.

Deleitarse con estos estos murales del año 700 d. C. y que se mantienen en perfectas condiciones, es conocer la historia, es volver a nuestras raíces para comprenderlas y definir una identidad nacional.

A menos de cinco kilómetros se localiza el centro ceremonial de Xochitécatl. El equinoccio acaba de anunciar la Primavera y aún se puede observar a la gente cargándose de energía en lo alto de las pirámides, realizando rituales sincréticos que se han deformado con la aparición de corrientes new age. Sahumerios vacíos aún se pueden encontrar en el piso junto a tambores con motivos aztecas, usados en ceremonias modernas de diversas corrientes. Sin duda un mezcla de culturas, corrientes y religiones se pueden respirar en este sitio. Una cruz cristiana se puede observar en la cima, con sus brazos abiertos hacia cielo, y en la base una pequeña fosa ceremonial desde donde observo y fotografío a los creyentes cargándose de energía y rindiendo un homenaje a sus ancestros. No importa la creencia que el viajero practique, este sitio es mágico precisamente por el sincretismo cultural latente que se transforma día a día y se resiste a perecer ante el embate de la sociedad moderna.

Visitar sitios históricos requiere de un profundo respeto y cuidado por parte de los viajeros para su conservación a generaciones futuras.

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