La depredación del país no se detiene. Alrededor de medio millón de hectáreas perdidas cada año: incendios forestales provocados en el 99 % de los casos por acciones humanas. La capa vegetal de uno de los países más biodiversos del orbe, se empobrece con ríos color chocolate que arrastran el humus que es origen de la humanidad. La inactividad nos convierte en cómplices. La violencia intrafamiliar, sobre todo en contra de las mujeres, nos retrata como sociedad; está instalada intramuros y extramuros. Los embarazos de adolescentes se cuentan por cientos de miles, embarazos que dan vida a niños que vienen al mundo en hogares inestables, sin ese ámbito afectivo en el cual las emociones deben encontrar un orden mínimo de cariño, de cuidados, de rumbos para la vida. Buena parte de esos niños se verán expulsados a una realidad con la cual todavía no pueden contender. La delincuencia merodea y con frecuencia los atrapa. La mortalidad infantil sigue en niveles altos y la materna no desciende a los ritmos de las metas del milenio. La desgarradora migración campo-ciudad continúa de manera desordenada, provocando asentamientos que están condenados a la desgracia en cerros o riveras que, de pronto, al paso de los, cada vez más, destructivos huracanes y ciclones, dejan la mansedumbre y arrasan con familias que creyeron encontrar un rincón para pasar el resto de sus días. Escasez de servicios públicos mínimos: de salud, sanitarios, educativos, de seguridad. Ríos, pero ahora humanos, que caminan a la frontera norte con la esperanza de cruzar al "otro lado" donde puedan encontrar un empleo para cubrir sus necesidades y enviar unos "dineritos" a la familia que se ha quedado atrás. Niñas que suplen los servicios de atención a menores, a adultos mayores, a personas con alguna discapacidad. Niñas que por ello son retenidas en los hogares, arrancadas del aparato educativo que a la larga es el único camino para que las futuras mujeres obtengan más conocimientos y habilidades que les abran las puertas a mejores empleos. Son alrededor de cien mil las poblaciones con menos de mil habitantes sin la masa crítica para hacer de la inversión pública un gasto redituable. Clínicas y hospitales que están a muchas horas de camino y que, con frecuencia, carecen de instrumental y medicinas. Un severísimo problema de obesidad general, particularmente de obesidad infantil (primer lugar en el mundo) provocado por una dieta inadecuada y un sedentarismo producto del cambio de hábitos. La diabetes está instalada entre nosotros: uno de cada tres niños de los que nacen actualmente está predispuesto a padecer este horror de enfermedad que puede provocar ceguera e insuficiencia renal y cuyo tratamiento es muy costoso. Un sistema de salud desarticulado, que ha llegado a sus límites y necesita un rediseño total para poder llegar así a todos aquellos que lo necesitan y que pasan semanas en espera de una consulta o meses en espera de un quirófano donde puedan atenderles sus dolencias. Escuelas con maestros cuyas deficiencias están a flor de piel, escuelas donde el círculo vicioso de la pobreza por ignorancia se reproduce. El país se divide cada vez más entre entidades prósperas y otras -que siempre son las mismas- que presentan los peores índices de desnutrición, analfabetismo, desempleo, y todo lo que se quiera agregar. La lista de problemas podría continuar y llenar páginas y páginas.
Así viven muchos de los moradores de nuestro país, víctimas de problemas muy concretos que merecen soluciones concretas. Y esas soluciones están en manos de los tres órdenes de gobierno: el municipal, el estatal y el federal en lo ejecutivo, y de los legisladores locales y federales. Ellos son responsables de encontrar las soluciones. Para seleccionar a esos gobernantes hay procesos electorales sistemáticos, se busca que compitan en su capacidad de proponer soluciones y que por ello reciban el apoyo ciudadano. Valga el recordatorio; ese es el principio: elegir servidores públicos para solucionar problemas concretos. La política debe estar al servicio de objetivos humanitarios superiores. La política no es un fin en sí mismo, es un instrumento.
Pero en México esto se ha degradado. No hemos terminado de leer la elección de 2015 cuando ya hablamos del 18. Eso sin tomar en cuenta las elecciones de 2016. Esta es también la causa del hartazgo ciudadano. La politiquería ha desplazado a la política como vocación de servicio. Que si AMLO, que si Mancera, que si Margarita, que el astronauta. Hablemos hoy de los problemas y de sus soluciones, de ideas, no de personas. Sin soluciones concretas México seguirá siendo el mismo. Enterremos el pensamiento mágico o cuasi religioso. No hay redentores. A gobernar. Que la politiquería no nos ahogue. Una tregua de ambiciones, por favor.