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Tres crisis que son una

JESÚS SILVA-HERZOG

PAN, PRI y PRD condujeron la transición democrática de México. Fueron sus negociaciones las que abrieron la competencia y terminaron por romper la hegemonía. Han sido esos tres partidos los que dieron los primeros pasos del gobierno dividido. Ellos tres han ejercido a nivel local y nacional las responsabilidades legislativas y ejecutivas en el país. La pregunta que puede hacerse hoy es si esos partidos de la transición pueden ser los partidos de la democracia. Tan a su gusto hicieron los cambios que han terminado por desfigurar la democracia. Tan a su medida la cortaron la tela que la han desnaturalizado. Dos adversarios pueden rentabilizar el hartazgo. El partido de un caudillo que tenazmente se ha opuesto a la troika y la carta de los independientes que aspira a beneficiarse de la repulsión que provocan los partidos.

Hoy los tres partidos tienen la oportunidad de renovarse. Cada uno habrá de cambiar dirigencia en las próximas semanas. Habrán de examinar, desde luego, el pasado reciente. ¿Qué lecciones pueden extraer de su relación con el peñismo? En particular, las oposiciones deberán reflexionar sobre los efectos que el Pacto por México tuvo en el desplome de los equilibrios y la decoloración de sus identidades. Pero, más allá del pasado inmediato, les corresponde una reflexión de mayor aliento. Lo que está en crisis hoy no es simplemente la alianza legislativa que acompañó al gobierno federal sino un arreglo político defectuoso desde su concepción.

Cada partido será fiel a sus hábitos. El PRI se vacunará contra el conflicto y el debate. Un solo candidato para no arriesgarse a contraer los trastornos de la polémica. El cambio, como dicen ellos, está ya bien planchado. Que el destapado ofrezca apoyo al presidente de la república no anticipa la complejidad de la relación entre el gobierno y su partido. A pesar de lo que diga y jure el futuro presidente del PRI, ha iniciado ya la era post peña dentro de ese partido. Naturalmente, no veremos a un partido enfrentado al presidente. Lo veremos cerca y formalmente solidario con el presidente, pero crecientemente apartado e independiente de él. Dos factores lo hacen cada vez más débil dentro de su partido: su impopularidad y el calendario. Un presidente que no puede presumir la fructificación de sus reformas, un presidente malquerido, visto como la cabeza de un equipo corrupto no será capaz de disciplinar a los ambiciosos de su partido que busquen sucederlo. El PRI enfrenta un futuro complejo: su bandera de modernidad se ha devaluado y carece de figuras nacionales de peso. En la fragmentación de sus adversarios más que en su propio patrimonio radican sus esperanzas.

Acción Nacional da nuevamente muestras de ser un partido excepcional en nuestro escenario. Hace unos días pudimos ver el debate de quienes buscan la presidencia de ese partido. Dos polemistas elocuentes que escenifican una controversia real sobre la identidad, la historia y el rumbo de su partido. Sigo creyendo que ningún partido político podría organizar un debate interno como lo hace el PAN. Pero, más allá de la vigencia de su tradición democrática, el partido de la derecha enfrenta igualmente desafíos serios. Su suerte está tan ligada a las reformas como el propio gobierno, ha dejado de ser un referente ético y no ha logrado cultivar liderazgos locales que se vuelven referencia nacional. Los escándalos de corrupción del PAN lo dañan particularmente porque destrozan la prenda que, en principio, debería distinguirlos.

Ningún partido, sin embargo, encara la crisis que enfrenta hoy el Partido de la Revolución Democrática. La del PRD sí parece una crisis terminal. Durante demasiado tiempo, una camarilla sin fuerza ni talento electoral tomó el control de la estructura. No se presentaba directamente a elecciones, pero dominaba la maquinaria. Hoy conserva el cascarón de un partido mortecino. Morena y su dueño han recuperado la iniciativa y han vuelto a vaciar, en el viejo molde populista, la identidad de la izquierda. Una tarea titánica parece apostar hoy por una izquierda moderna, dialogante, reformista.

Cada partido enfrenta su crisis pero, en realidad, se trata de una sola crisis: crisis del arreglo de partidos que nació hace dos décadas.

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