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TRISTES E INOLVIDABLES RECUERDOS

DR. LEONEL RODRÍGUEZ R.

"Pocas personas han tenido un final tan trágico como el de mi hermano: Visitar su pueblo natal para ir a morir en él".

El primero de octubre del 20l5, hubiera celebrado orgullosamente su 76 aniversario de vida, muy seguramente rodeado de su familia: su esposa, sus hijos y sus nietos, tal vez estuviera radicando en Monterrey o en alguna otra importante ciudad del país o tal vez del extranjero, y ya para esta hora, pasado el medio día, habría recibido muchas llamadas telefónicas de felicitación de todos sus hermanos, amigos y demás seres queridos.

Tal vez ya fuera un feliz jubilado como todos nosotros: Nemesio, Ma. Gloria, Ma. Guadalupe, Ma. del Refugio y el que evoca estos recuerdos, o quizás aun estuviera ejerciendo la profesión que hubiera realizado.

Tengo fundamentos para pensar que al terminar la secundaria y la preparatoria se hubiera inclinado por alguna ingeniería, tenía facilidad para las matemáticas y además le gustaban, tal vez por la ingeniería civil y se hubiera ido a Monterrey como solían hacerlo los estudiantes de aquella época, de aquella década de los cincuenta o tal vez a la Ciudad de México.

En Saltillo, ya existía el Tecnológico y la Escuela de Agricultura Antonio Narro con muy buen prestigio, pero no era común que los estudiantes marcharan a la capital del estado, a menos que se fueran a estudiar a la Normal para maestros, y como sucedía también, prácticamente la mayoría de los estudiantes que salían de Nueva Rosita a seguir una carrera, muy pocos regresaban al terruño a ejercer la profesión que había realizado.

Muy seguramente, cuando yo terminé la primaria, en 1954, habría seguido sus pasos y también habría ingresado a la Secundaria Federal y después a la preparatoria y, tal vez un día, me hubiera ido a Monterrey a estudiar la carrera de medicina, ya que muy seguramente él ya estuviera en esa ciudad y dado que había pocos años de diferencia entre nosotros, y además nos llevábamos bastante bien, ya que juntos, en nuestra infancia, íbamos a la Escuela "Miguel Hidalgo" de la colonia Sarabia, juntos acudíamos por las noches a las funciones de cine de la Terraza Rosita y juntos visitábamos los domingos a los tíos don Elías y doña Angelina.

Sin embargo, sin embargo, el rumbo que tomaron nuestras vidas, la mía y la de mis hermanas menores, dio un giro de 180 grados con su partida, con aquel trágico accidente ocurrido en la población que nos había visto nacer, Morelos, Coahuila, y en la que Armando, sí, Eliud Armando, perdiera la vida, aquel 26 de marzo de 1953, cuando tan sólo contaba con 14 años de edad.

Aún cuando yo tenía 11 años cuando estos acontecimientos sucedieron, ¡cuántos gratos recuerdos guardo de mi hermano mayor Eliud Armando!, entre ellos que no le gustaba que lo llamaran por su primer nombre.

Recuerdo las ocasiones que, por las noches, acudíamos a la Terraza Rosita a ver hasta tres películas pagando la entrada con bolsas vacías de café Kacero o La Silla, que nosotros obteníamos de la tienda que en Morelos tenía el tío Eusebio y la tía Rita y que muchas de ellas hasta llegábamos a comercializar, a vender.

Después, al regreso, recorrer toda la calle Comercial, tomar la calle nueve para dar vuelta en el callejón donde en la esquina norte vivía la Familia Rendón, toparnos con la casa de Elodia y Eustaquio y de allí de prisa, casi corriendo, tomar la subida y entrar de lleno a la colonia Hidalgo hasta llegar a nuestra casa ubicada por la calle Ocampo No. 27.

Todo esto sucedía, creo yo, después de las 11:30 ó 12 de la noche, así es que tratábamos de charlar para que se nos quitara el miedo de la oscuridad de la noche, ya que cuál alumbrado público.

Recuerdo también la ocasión en que obtuvo un reconocimiento por sus conocimientos de matemáticas y la fotografía que junto con otros niños guardamos por muchos años y que después un día desapareció, así como un pequeño diploma.

Lo único que en lo personal conservé durante muchas décadas fue una moneda de plata con un pequeño moño tricolor con la leyenda a este reconocimiento y que en abril de 1995, al realizar la Segunda Reunión Familiar en Torreón, obsequié a Armando III, hijo de mi sobrino Armando y éste a la vez primogénito de mi hermano Nemesio y Flor Estela, nacido el 28 de septiembre de 1954, al año siguiente de la partida de mi hermano y que para perpetuar su recuerdo se le puso su nombre.

¿Por qué, a pesar de que han transcurrido 62 años de éste aún lamentable accidente, sigo recordando año tras año esta tragedia que tanto conmocionó a toda la familia, pero en especial la de mis padres?

Aun recuerdo su velorio en nuestra casa de Morelos y al día siguiente, 27 de marzo, su sepelio. No olvidaré jamás las palabras que emitió el profesor Hermiro Jiménez ante su ataúd y todos los que allí estábamos presentes y cómo regresamos a Nueva Rosita sin la presencia de un ser querido.

Después las múltiples visitas de familiares y amigos a manifestarles sus condolencias y aquellas palabras de mi padre que quedaron grabadas en mis recuerdos: "Me dolió mucho la muerte de mi madre, pero perder a un hijo es algo incomparable".

El destino de mis tres últimas hermanas, mi destino, creo volvió al curso que hubiéramos deseado, pero, pero, ¿en realidad existirá el destino?, o como dice Amado Nervo en su bello poema "En paz", cada quien es el arquitecto del rumbo que sigan nuestras vidas, o pudiéramos mejor verlo como futuro, destino, sino, lo inevitable, como diferentes maneras de decir la misma cosa, la gran verdad es que la vida está hecha de decisiones: las decisiones de la mente, las decisiones del corazón.

Lo cierto es que aun cuando mi padre quedó tan lastimado ante esa pérdida, que no me dejó estudiar la secundaria en su momento, años después encaucé mi vida, encaucé mi "destino", mi futuro, mis sueños e ilusiones, en pos de aquel gran deseo de mi niñez y contribuí en mucho a que Ma. Gloria, Ma. Guadalupe y Ma. del Refugio llegaran a realizar una profesión y que actualmente, en la plenitud de nuestras vidas, seamos unas personas realizadas felizmente jubiladas y seguras de que hasta el final de nuestros días seremos personas autosuficientes, al menos en lo que al aspecto material y económico se refiere.

Hoy, a setenta y seis años del nacimiento de mi inolvidable hermano Eliud Armando, lo recuerdo con cariño y dicen que aquellos a quienes no olvidamos, no han muerto jamás. Descanse en paz.

leoenelrodriguez42@live.com.mx

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