Un niño sirio sin vida a la orilla de una playa turca. Cientos de africanos a la deriva en las aguas del mar Mediterráneo. Decenas de centroamericanos a bordo de un tren mexicano al que llaman "la Bestia". Miles de mexicanos que protestan en las calles de una ciudad norteamericana. Postales crudas todas de la crisis humanitaria de estos tiempos, documentada en los noticiarios y la prensa. Y faltan las postales que se escapan: las de los cadáveres anónimos en el desierto del Norte de México; las de los migrantes víctimas de los traficantes de personas; las de los refugiados escondidos en el Levante asiático a la espera de una oportunidad para salir. El planeta se enfrenta en estos momentos al mayor desplazamiento de seres humanos desde la Segunda Guerra Mundial.
La migración de personas es un fenómeno tan antiguo como la humanidad. Pero el movimiento masivo de personas del que hoy se es testigo tiene causas inherentes al sistema internacional actual. Hay quienes abandonan sus lugares de origen en busca de mejores oportunidades. Hay los que escapan de la pobreza. Hay los que huyen de la violencia del crimen organizado. Hay los que son expulsados por conflictos armados. Se puede abundar sobre las diferencias de cada uno de estos grupos y sus categorías (refugiado, desplazado o migrante), pero valga decir que el común denominador es la necesidad. Quien se ve obligado a dejar su ciudad o su país la mayoría de las veces no lo hace en las mejores condiciones legales y económicas. Es aquí donde radica su vulnerabilidad. Pero ¿qué tan grande es el desafío?
Según la ONU, en 2013 había 232 millones de migrantes internacionales en el mundo, un 50 por ciento más que la cifra registrada en 1990. Esto quiere decir que 3 de cada 100 personas no viven en su país de origen. A esta cifra hay que agregar la de desplazados internos (dentro de sus propios países) que en 2014 ascendía a 38 millones de personas. En julio pasado, Naciones Unidas alertó que se había alcanzado la cifra récord de 60 millones de refugiados, la mitad de ellos niños. Y cada día sigue aumentando.
Se calcula que en lo que va de 2015, más de 350,000 personas provenientes en su mayoría de Siria, Irak, Afganistán, Libia y Pakistán han llegado a Europa huyendo de los conflictos y las penurias de sus países. Con mucho, la situación más crítica es la de Siria, nación en la que se libra desde hace cuatro años una guerra civil a tres frentes que ha dejado ya 240,000 muertos, 7 millones de desplazados internos y 4 millones de refugiados en países vecinos que aguardan la oportunidad para dar el salto a Europa. La crisis de refugiados que vive el llamado "viejo continente" está empezando.
Estados Unidos es el país destino de la migración más importante en el mundo. Se estima que en 2011 unos 40 millones de personas residentes en suelo norteamericano habían nacido en otra nación. Cada año llegan a ese país 700,000 inmigrantes indocumentados, en su mayoría mexicanos y centroamericanos que van en busca de lo que se ha convertido en el máximo cliché geopolítico: el sueño americano.
El desafío que plantea esta movilización de personas a nivel mundial es enorme. En materia de seguridad, porque el tráfico de personas, el narcotráfico y el terrorismo son actividades que pueden aprovecharse de estas migraciones. En términos económicos, porque los países expulsores pierden mano de obra joven y los receptores no siempre tienen la capacidad para absorberla en las mejores condiciones. En cuestión de vivienda y salud, porque no hay espacio suficiente para albergar a tanta gente de forma adecuada en las naciones que son destino. En cuestión política, porque la llegada masiva de extranjeros enciende ánimos ultranacionalistas de los sectores más conservadores y radicales (los neonazis de Alemania y Donald Trump son un par de ejemplos).
Pero en el fondo subyace una realidad más dura y compleja: el sistema internacional actual ha desarrollado un nivel de desigualdad socioeconómica nunca antes visto. Y gran parte de los conflictos bélicos actuales tienen que ver de alguna u otra forma con ese status quo. El desafío, entonces, va más allá de responder a la pregunta de qué hacer con los migrantes, desplazados y refugiados. De cualquier forma, ni Europa ni Estados Unidos serán los mismos luego de este proceso. ¿Cómo será la transformación? De sus gobiernos y sociedades depende.
Twitter: @Artgonzaga
E-mail: argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx