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Una mujer sin recato

GILBERTO SERNA

Era Marylin Monroe la diosa de la belleza, el amor, el deseo, al igual que Afrodita podía hacer que cualquier hombre se enamorase de ella con sólo ponerle los ojos encima de él, convirtiéndose en todas partes en envidia de hetairas y cortesanas. Al igual que Afrodita, Marilyn Monroe nació adulta, núbil e infinitamente deseable. Estuvo aquí, en México, preciosa, encantadora, mostrando sin ningún remilgo sus primorosas y pecaminosas partes íntimas pues no se tomó la mínima molestia de poner una barrera entre los fotógrafos y sus partes, quienes así dieron rienda suelta a un grado de lascivia no alcanzado hasta ese entonces.

Todo ello ocurrió entre empujones, apretones y pisotones en una conferencia de prensa ofrecida por la actriz en el entonces hotel Continental Hilton ubicado en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México; fue tal el alboroto que causaba su presencia que hubo necesidad de que los chicos de la prensa en su amontonamiento se acomodaran frente a la deslumbrante diva en cuclillas unos, otros de rodillas para tomarle fotos enterándose entonces que no usaba ningún tipo de ropa interior. Todo esto viene a cuento porque causó revuelo descubrir que no era rubia de verdad aunque los caballeros las prefirieran güeras. Imaginemos la escena que horrorizó a la pacata sociedad de ese entonces. Eran días en que fue tal la sensación que causó su presencia que la noticia no tardó en darle la vuelta al mundo.

Lo que trajo a colación a la Monroe fue la noticia de que Marilyn fue asesinada por órdenes superiores al comprobarse que se acostó no sólo con John F. Kennedy y su hermano, sino también con Fidel Castro para lo cual alguien entró mientras el símbolo sexual dormía al cuarto donde yacía, inyectándole una dosis mortal que acabó con su vida, justificando su mal proceder diciendo que de otro modo ella podría haber transmitido información estratégica a los comunistas y tan tan, así se las gastaba la central de inteligencia, es decir lo que hace por si las recochinas dudas. Me recordó el caso de un agente de las Comisiones de Seguridad aquí en Torreón, de la vieja escuela que ejecutaba las órdenes más inverosímiles, con una memoria prodigiosa, decía: el que es mandado no tiene culpa.

Un exagente de la CIA acaba de revelar que él asesinó a Marilyn por instrucciones de su superior en la CIA, quien confiesa a sus 78 años de edad. Agonizando en una cama de un hospital, tachándola de pajuela que debió de morir por saber demasiado, aseverando que de no hacerlo ella podría haber transmitido información peligrosa para los intereses de Estados Unidos, afirmando, "yo sólo hice lo que tenía que hacer". Al más puro estilo macarthista, en que hubo una época en que con o sin razón se perseguía quien manifestara su simpatía con el comunismo. En fin, muchas y variadas dudas fueron las que permiten pensar en que se corrió un telón para impedir que el gran público se enterara de cómo es que en realidad sucedieron los hechos.

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