"Saber envejecer es una obra maestra de la sabiduría y una de las partes más difíciles del gran arte de vivir". Henri-Fréderic Amiel
Sé que es la última vez que nos veremos en vida: sé que jamás volveremos a charlar como lo hicimos hoy (03-09-l5): sé que el momento de la partida se acerca y temo no estar cerca para acompañarlo, para acompañarlos hasta su última morada.
Una y varias veces ha repetido que no desea que lo "exhiban" en los llamados "velorios de cuerpo presente", desea que de inmediato lo envíen para su incineración y al final esparzan sus cenizas en un campo de golf que existía en una población cercana donde la empresa minera a la que dedicó más de cuatro décadas de su vida, tenía para sus empleados de confianza y de la cual era un gran aficionado.
¿Qué quedaría de esas bien cuidadas instalaciones, de ese campo de golf? Y de inmediato, tácitamente me contesto: ¡nada!, tal vez hasta sea difícil ubicar en la actualidad dónde quedaron estas instalaciones.
Me di el tiempo necesario para ir a despedirme de él. Me dio gusto verlo un poco más repuesto que la vez anterior que había ido a visitarlo, de ir a visitarlos a la ciudad donde radican. Me dio gusto verlo comer en la gran cocina de su hermosa casona, cosa que me dicen no es muy frecuente que lo haga; generalmente, toma sus escasos alimentos en su recámara.
Me recibe con poco entusiasmo, pero lo entiendo. En esas condiciones, lo último que se desea es no tener visitas. Con cariño fraternal, le planto un beso en su frente. Poco después, pide que lo conduzcan a su habitación, a su recámara…, se sentía cansado.
¡Cuántos recuerdos han venido a mi mente de una forma más que vertiginosa! Recordé, entre otras cosas, que me lleva una década de distancia, diez años de diferencia; recordé mi niñez y a la vez su viril juventud; vinieron a mi mente sus logros laborales a pesar de su escasa educación (primaria y tres años de carrera comercial), al igual que nuestro segundo hermano varón, al igual que yo; sin embargo, gracias a su entrega a la empresa en la cual laboró más de cuatro décadas y su dedicación al mismo, logró a través de los años, un puesto importante en la misma, hasta su jubilación hace diez y nueve años.
Recuerdo que al verlo en la plenitud de su edad adulta, acompañada de su fortaleza física y mental, tácitamente me decía: "Si yo, a la edad que él tenía en su momento, me voy a conservar como él... ¡voy a estar en muy buenas condiciones!
Algún parecido teníamos entre sí, ya que en varias ocasiones me confundían con él o bien otras personas deducían nuestro parentesco: hermanos. Nuestros brazos y manos eran muy parecidas, tupidas de un abundante pelo y las manos… ¡Oh, las manos! Parecían una copia unas de las otras.
Veo con gran satisfacción cómo la genética se manifiesta en las nuevas generaciones y me alegro que uno de mis hijos haya heredado los brazos y manos de su padre y a la vez las de su tío. ¡Muy parecidas como las tiene él y las teníamos nosotros hace varias décadas!
El tiempo, ese devenir de los años convirtiéndose en varias décadas, es implacable con los seres humanos, imperceptiblemente, para uno mismo, no para los que nos rodean, que observan más democráticamente nuestros cambios, así como las limitaciones que se van manifestando con el paso de los días convertidos en años y más años.
Admiro su resistencia física y emocional a pesar de las pruebas que la vida le ha puesto en su camino; pensé que no iba a sobrevivir la pérdida de una de sus hijas (*06-03-20l3); no obstante, siguió adelante aceptando los designios del Todopoderoso con admirable resignación. Se niega a partir.
"No es fácil decir adiós. Se requieren agallas, se requiere pensarse y repensarse. En ocasiones, el valor de una vida bien vivida, y el miedo a la indignidad, atemperan el final…" (Olivier Sacks).
Como es lo más común en esta etapa de la vida, la senilidad, se manifiestan hechos que ya hemos presenciado en otros familiares, nuestra madre, como ejemplo. Me dicen, nombra a muchos de nuestros antepasados que ya han partido, pero sobre todo, llama al ser que nos dio la vida en una forma más que insistente y constante…
"Tal vez yo envejezca demasiado rápido. Pero lucharé para que cada día haya valido la pena vivirlo".
Aristóteles Onassis
Sé que ya no lo volveré a ver, tampoco me gustaría hacerlo, quiero guardar en mi mente y en mi corazón los gratos recuerdos vividos, como la noche aquélla cuando en febrero de l992 acudimos a nuestra primera población adoptiva para acompañarlo a celebrar en compañía de su esposa y todos sus descendientes, familiares y amigos, el sesenta aniversario de vida, y fue allí cuando me "cayó el veinte" de que en poco más de dos meses llegaría a cumplir el quincuagésimo aniversario de mi nacimiento, medio siglo de haber llegado a este maravilloso mundo, porque, repito, me lleva de ventaja una docena de años y… ¡pensar que de aquella noche, de aquel febrero, han pasado más de dos décadas!
Esa mañana, antes de regresar a esta ciudad, deseo despedirme de él; al entrar a su recámara, veo que se encuentra dormido, no quise despertarlo y a poca distancia charlo tácitamente con él y le doy el adiós de despedida, junto los dedos de mi mano derecha y le envío un beso que va dirigido a su frente; doy la media vuelta y salgo de su hermosa casona y no dejo de meditar que es el camino que nos espera, sin embargo, pienso que hay que hacer lo más que esté en nuestras posibilidades para retardar esta etapa en nuestro largo peregrinar que invariablemente tendrá que llegar tarde que temprano y que ahora observamos en el primogénito de la familia…
DESPUÉS DE LA LUZ
Me gustaría que mi memoria fuera una de las más felices. Me gustaría dejar una sonrisa radiante cuando el día haya terminado. Me gustaría dejar un eco que vaya rondando suavemente por los caminos. De tiempos alegres y tiempos sonrientes, y días alegres y brillantes. Me gustaría que las lágrimas de aquéllos que sufren, sequen ante el sol. De memorias felices que dejo detrás cuando el día haya terminado.
Septiembre del 2015
leonelrodriguez42@live.com.mx