Dicen que los habitantes de una comunidad situada en el ártico distinguen por lo menos seis tipos diferentes de color blanco, así blanco nieve, blanco nube, blanco hielo, blanco neblina, etc. Para nosotros todos son iguales, para ellos no. Los desafíos a los que se enfrentan cada día han hecho importantes esas distinciones.
Estos días que estoy trabajando un texto sobre organización social en la Comarca Lagunera, caso movilidad urbana, entrevisté a los núcleos organizativos de las principales iniciativas bicicleteras de la región y encontré algo semejante. Todas parecen iguales, pero no lo son. Mirando más detenidamente aparece la personalidad de cada una de ellas. Los fines que persiguen son diferentes, algunas veces resultan hasta antagónicos, pero a nosotros nos da lo mismo: vamos a las bicis, decimos, y ahí todos caben.
Está el ciclismo urbano. Esta postura sostiene que la bicicleta es el medio para proponer una visión de mundo y un concepto de ser humano totalmente diferentes.
Una nueva forma de entender la ciudad, porque las nuestras se han hecho tan grandes que han generado más problemas de los que se plantearon resolver cuando éstas fueron creadas. Todo queda lejos, todo es impráctico, todo es tan problemático y además nos resulta más caro en términos económicos.
Y una forma de asumir de nuevo la individualidad de la persona y el encuentro espontáneo, cordial, cara a cara con el otro. La bicicleta es oportunidad para recuperar el sentido de comunidad.
Hay quien piensa que eso de moverse en bicicleta está bien para otras ciudades, no para la nuestra. No para nosotros que vivimos en el semidesierto, donde lo ordinario son temperaturas de 35ºC en el verano. De un plumazo negamos que cientos de personas todos los días, durante años, se han transportado de su casa al lugar de trabajo de este modo. Interesadamente negamos también que en ciudades como Londres, donde los charcos y la lluvia son lo cotidiano, los elegantes ingleses se las arreglan para subirse a la bicicleta y trasladarse así a su destino.
Añaden que eso es para ciudades civilizadas no tiene que ver con nosotros Copenhague, Helsinki o Ámsterdam, aquí la costumbre es diferente. Son aquellos que olvidan que los hábitos se construyen, son libre elección.
Entonces, a nosotros nos queda solamente la posibilidad de ir a las rodadas nocturnas, cuando el sol ha pasado, buscando entretenimiento o diversión. De hecho es la iniciativa que más seguidores tiene.
Hay otros que lo hacen por deporte. Hacen paseos largos, o paseos con velocidad, y tienen equipo adecuado para ello. Van a Mazatlán como reto, por ejemplo. Suben a los cerros de la periferia de la ciudad.
Por lo pronto tres concepciones diferentes para entender el uso de la bicicleta en la ciudad: el deportista, el recreativo, el ciudadano del siglo 21. ¿Cuál es ellos es el mejor? Pienso que no se trata de optar, que cada uno tiene su estilo, que cada uno tiene su aporte. Error considerar que son iguales, que son lo mismo. Sería como pedirle a un entrenador de futbol que nos enseñara a nadar. Capaz lo puede hacer, igual son deportes, ¿no? Craso error si son las autoridades respectivas quienes no hacen esa distinción. Imagina lo que pasaría si la pregunta tiene que ver con el diseño e implementación de políticas públicas para la ciudad. La trampa se multiplica.
En una zona metropolitana de 1,200,000 habitantes movilizar 2,500 personas, en números redondos, en todos los paseos ciclistas parecería poco, pero es mucho. Como sea, es sólo el inicio. El reto sigue siendo cambiar la mentalidad, educarnos, civilizarnos. Desarrollar la infraestructura urbana para devolverle a la ciudad sus dimensiones humanas.
Todos los grupos ciclistas son iguales, pero algunos son más iguales que otros. Poder distinguir.
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