Veinticinco años
Veinticinco años, un cuarto de siglo, cinco lustros, 219 mil horas, 9 mil 125 días, 300 meses y, tentada, caigo en el lugar común, toda una vida, es más, la vida del más grande de mis hijos.
Resulta que sin sentir, llegué a los veinticinco años conduciendo A media mañana, el programa de revista radiofónica que se transmite de lunes a viernes en Kiuu, estación de GREM.
A lo largo de todo este tiempo un solo factor ha estado presente perennemente: el cambio
Nunca un día es igual a otro, nunca el mismo timbre, tono, matiz, expectativa, ilusión, conocimiento, agrado, ánimo, esperanza, resonancia. La sorpresa de lo que me dicen, de cómo me lo comparten, de cómo lo asumo y acepto o rechazo es constante. Si yo tuviera que definir lo que hago, diría que es un ejercicio que implica no volver a ser la misma, porque aunque sea un milímetro, algo se mueve interiormente.
El miedo que permea de no ser asertiva, de no saber, de no entender, de distraerme está presente con mayor o menor intensidad. Perdí la cuenta hace muchos años de cuántas entrevistas, cuántos temas, cuántas lágrimas, cuántas risas, cuántos desaciertos. Y tengo que confesar que en el devenir surge lo imborrable y lo digno de olvido.
Debo decir con toda convicción que estoy en el lugar correcto haciendo lo que me gusta, compartiendo sueños, emprendiendo proyectos y aprendiendo. Mi día empieza muy temprano y acaba por lo general tarde, me queda claro que este trabajo (que no es trabajo), requiere de mi ser y de mi esencia; hacer radio con las características de los espacios en los que participo demanda un estado de atención permanente, una curiosidad constante, una observación profunda, exige lecturas, desvelos, discusiones y silencios, aunque nada de ello garantice la palabra bien dicha, el comentario acertado o la pregunta oportuna.
Las paredes de mi oficina tienen una inscripción: “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”, frase que se atribuye a Confucio, con la cual coincido por completo. Es un auténtico privilegio que el trabajo ayude a vivir, sea aliciente en los momentos oscuros, sea camino en los gozosos y sea luz que ilumina el futuro. Conozco a tanta gente, platico con tantas personas, me miro en tantos ojos, me espejeo en tantas experiencias que siempre estoy llena de la humanidad de los otros.
La 'otredad' es la 'mismidad', sin el otro no llegamos a ver el 'mí mismo'. ¿Cómo considerar que esto no es un regalo cuando llegas derrotada y sales reconciliada, o cuando el hastío permea y logras en minutos apasionarte? Al olvidarte de ti y fluir en y con el otro ocurre el milagro que conduce a agradecer a quienes hacen posible que estés ahí, sentada detrás de un micrófono cuyos cables traspasan el espacio físico y de manera metafórica nos envuelven, nos enredan y nos hacen cómplices por momentos.
No es costumbre, es necesidad. No es conformarme, es buscar. No es esperar el tiempo del retiro, es vivir el tiempo de la creación. Algo muy bueno ha sucedido a lo largo de estos veinticinco años que me seduce a compartir esta parte de mi intimidad.
La magia de la radio es indescriptible, solo se dimensiona cuando alguien agradece por un tema abordado o por un invitado que aclaró dudas. Tocar el corazón y abrir la mente son los objetivos que están ahí siempre. Ser un instrumento de paz, retar al pensamiento para hacer deducciones, llenar el disco duro de datos que sean útiles, que normen criterios, que ayuden a vivir mejor, deseos ocultos que me acompañan cotidianamente.
Trabajo para una empresa que me da libertad, cobijo e impulso, ello me ayuda a seguir moviéndome hacia donde quiero estar, a hacer cosas que me asustan, que son difíciles, aquellas que me llevan a preguntar, ¿cuánto tiempo más podré seguir haciéndolas? Seguro que no otros veinticinco años, pero sí el tiempo que tenga que ser.