La idea del Pacto no era acabar con la oposición y sin embargo parece que fue una de sus consecuencias. La semana pasada cuando le preguntaron al coordinador de la bancada perredista en la Cámara de Diputados, Silvano Aureoles, qué opinaba acerca de lo revelado por el "Wall Street Journal" en torno a la casa de campo del presidente, respondió: "...habría que identificar quiénes están interesados en que por esa vía [la revelación de casas] se desgaste al gobierno, es obvio que hay una intencionalidad de golpeteo al gobierno, de eso no me queda ninguna duda por eso es importante que se aclare y que se investigue de dónde salen tantas filtraciones". Dicho así, lo importante no es investigar si se ha estado privilegiando a un contratista que le vendió una casa al entonces gobernador Peña Nieto sino saber quién, y por qué inconfesables razones, está desde fuera queriendo debilitar al gobierno. Si César Camacho, el presidente del PRI, hubiera hecho esta declaración, lo habríamos calificado como un exabrupto digno del viejo PRI. Dicho por la oposición, nos obliga a reflexionar. ¿Qué pasó en estos dos años? ¿Cómo los partidos de oposición acabaron recordándonos tanto a los viejos partidos satélites del viejo sistema como el PARM o el PPS?
Desde que se conoció el Pacto, sus críticos advirtieron que se corría el riesgo de que esa alianza debilitara la necesaria función de contrapeso que le toca jugar a toda oposición. El objetivo del Pacto, fortalecer al Estado frente a los poderes fácticos y sacar una agenda de reformas compartidas, parecía justificar que se corriera ese riesgo. Sin embargo, dos años después, la respuesta no es tan evidente. Porque ya nadie está jugando el rol de contrapeso.
Por si la declaración de Aureoles no fuera suficiente, hay que recordar que por unanimidad en la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, los partidos decidieron no crear una comisión especial para investigar la legalidad y ausencia de conflictos de interés en el otorgamiento de contratos del gobierno federal al grupo Higa. Uno de los argumentos esgrimidos, sin rubor, fue que ya había demasiadas comisiones especiales.
En la confección del Pacto se tejieron relaciones personales y de confianza que sirvieron para sacar reformas como la fiscal y la de telecomunicaciones, pero que también llevaron a este fatal eclipse de la oposición. A través de esos vasos comunicantes se descubrieron intereses comunes. Por ejemplo, que el gobierno y "Los Chuchos" compartían un adversario: López Obrador. Entonces, más allá de lo pactado en materia de legislativas, se ayudan en asuntos políticos, incluso internos de los partidos. Que a nadie sorprenda que el gobierno ayude al PRD de "Los Chuchos" a no sucumbir frente a Morena en las próximas elecciones. No poniéndole muchos obstáculos a Silvano Aureoles para que gane en Michoacán la gubernatura por ejemplo, o mimando a un jefe de gobierno que abandonó la función de contrapeso ideológico que habían mantenido sus predecesores.
Si a esto le agregamos que todos, PRI, PAN y PRD llevan años repartiéndose el presupuesto con suficientes márgenes de discrecionalidad como para que cada uno invente su sistema de moches, se endeude o se financie como quiera, no puede asombrarnos la ausencia de verdadera critica. Hay demasiados intereses comunes y mucha complicidad.
Enorme peligro y gran reto para una democracia tan nueva.