¿Aburrido?
Tú estarás leyendo esta colaboración un sábado de Semana Santa. Seguro empezarás a sentir que los días de descanso acaban demasiado rápido, o bien, seguirás apartado de la realidad, en la ensoñación de lo que sería la vida si tuvieras vacaciones por siempre.
Las vacaciones son esos períodos en los que detenemos la marcha, la palabra procede del latín 'vacans', participio del verbo 'vacare': estar libre, desocupado, vacante. Vacu dies: días de descanso.
¿De qué descansamos? Tal vez la respuesta a bote pronto es: de la rutina. Que agobio representa para el ser humano hacer todos los días lo mismo: levantarse temprano, tener orden para que el tiempo alcance, hacer una y otra vez el mismo desayuno, transitar por las mismas calles, decirnos los mismos saludos, sentarnos en la misma silla, ver las mismas caras, atender los mismos asuntos, luego, sumidos en el hastío de la repetición, solemos pensar que estamos aburridos.
Aburrido significa aborrecer, tener aversión por algo, también es fastidiarse, cansarse, tomarle tedio, o bien, sufrir un estado de ánimo por falta de estímulos, diversiones o distracciones. Decía mi madre que sólo se aburrían los tontos, no sé de donde habrá sacado esa frase, pero se cansaba de repetirla precisamente en días como los 'santos', en los que se apagaba la televisión, la radio y las carcajadas eran inoportunas. Las actividades que nos sugerían iban desde la lectura hasta el arreglo de los cajones, era un dirigir el ocio con labores que nos dejaban aprendizajes.
El ocio es muy importante en la estabilidad mental y física de los seres humanos, pero no el ocio sin sentido que puede ser el padre de muchos vicios, sino esta posibilidad de pensar en la inmortalidad del cangrejo, si te viene bien, o en cómo sería el mundo al revés, o qué pasaría en tu vida si decidieras de una vez por todas estar con quien quieres y hacer lo que quieres.
¿Qué podemos hacer? Caminar sin querer llegar a ningún lado o a una hora precisa, leer, aunque en la tercera página nos llegue ese letargo que obliga a cerrar los ojos, experimentar con esa receta que nos acaban de compartir, acomodar las fotografías de familia y hacer los paquetes para cada hijo, ponerse ese remedio natural maravilloso que alguien recomendó.
El aburrimiento pone a las personas de mal humor porque en realidad en el fondo no saben lo que quieren, podríamos decir que están incómodas consigo mismas, no encuentran su lugar, todo se les hace poco, nada es lo suficientemente atractivo o estimulante. Y del mal humor, cual reacción en cadena, surgen las discusiones, porque hay un nivel de estrés e intolerancia que cualquier palabra, tono, mueca, señal, dispara la agresividad.
Y luego empezamos con las historias, la recapitulación del pasado que nos conduce a viejos reclamos; pero esto no se queda ahí, enseguida nos acordamos que la cuñada acaba de subir al Facebook las fotos en la playa, o que los vecinos nos encargaron su casa porque se fueron al rancho, o que los compadres tienen una albercada; la envidia empieza a hacer de las suyas. La suma del aburrimiento, el mal humor, la intolerancia y la envidia es letal.
Entonces, si ya sabemos que hay una ruta que nos conduce a ese 'mal estar' generalizado, ¿por qué no hacemos nada para evitarlo? Porque estamos acostumbrados a ser reactivos en lugar de propositivos.
Por eso yo te propongo aprovechar los días vacantes de actividad. Anda a tu paso, inhala, descubre todo lo que tenías guardado y no te acordabas, limpia la despensa, haz una gelatina, junta flores, lee pasajes bíblicos, date una vuelta por los viveros, baña a tu perro, escribe sobre ti, siéntate en el piso, anda descalzo, ve a un mercado al que no hayas ido nunca, sigue tu intuición.
Estar con uno mismo, en soledad, quizá sea la actividad más importante que podamos realizar; en medio del silencio es más fácil escuchar la voz interior, en la calma es más sencillo que la paz nos acompañe, así que tenemos mucho por hacer no sólo para no aburrirnos sino para sentirnos plenos.
Que la Pascua de resurrección te llene de esperanza.
Twitter: @mpamanes