Lo cierto es que somos una sociedad que sobrerreacciona ante el error de los demás. Más tarda alguna figura pública en cometer una pifia, que los demás en hacer escarnio. Las burlas no buscan corregir la equivocación, tampoco intentan prevenir que algo similar vuelva a ocurrir, su único propósito es regodearse en el error ajeno.
Esta semana le tocó al secretario de Educación Pública, personero que, de manera alguna, es santo de mi devoción. Sin embargo, no creo que burlarnos de su mala dicción conduzca a resolver ninguno de los graves problemas educativos que atraviesa el país. Por el contrario, al hacer escarnio profundizaos algunos de los rasgos menos deseables de nuestra idiosincrasia.
Por supuesto, es grave que, quien esté al frente de la educación en el país, pronuncie "ler" en ver de "leer"; pero, ¿cuántos de los ahora puristas del idioma que lo criticaron manejan el español de manera correcta?
Muchos de quienes difundían o comentaban el video o los "memes" de burla contra Aurelio Nuño en las redes sociales, lo hacían con publicaciones plagadas de faltas de ortografía, lo que revela que no creemos necesaria la calidad moral para señalar los errores de los otros. Lo importante es destrozar, sobre todo, si a quien se aniquila es a una figura gubernamental.
Se dirá, por supuesto, que el escarnio sirve de catarsis, que cada burla es una válvula de escape, una manera de canalizar toda nuestra frustración ante la realidad de vivir en una sociedad tan poco equitativa y tan corrupta. La pregunta es, una vez afuera todo nuestro coraje, ¿qué sigue? ¿Qué vamos a hacer para construir una nación más educada?
La ausencia de respuestas encierra lo verdaderamente grave. Nos estamos quedando atrapados en la frivolidad. En vez de atender los problemas de fondo, nos dedicamos a gastar nuestras energías en cosas sin importancia. Y mientras, los que saquean la nación son felices viéndonos tan ocupados en burlarnos de ellos.
¿Abandonaremos algún día nuestra adolescencia social o seguiremos tan mal, pero, tan divertidos?
