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Agencia de viajes

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Reconozco que antes fui incapaz de valorar a plenitud las capacidades de Alfredo Castillo, titular de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade). Honestamente sólo le encontraba una: ser amigo de Enrique Peña y nada más. De otra forma, no entendía cómo un abogado, que pasó de la Procuraduría General del Estado de México a la Profeco y luego a la sacada de la manga "Comisión para la Seguridad y el Desarrollo Integral de Michoacán", había terminado dirigiendo la política deportiva mexicana.

Ahora sé que también posee la capacidad de declarar estupideces. Y aunque esa habilidad parezca ser muy común entre la clase política en nuestro país, debo decir que Alfredo Castillo se destaca.

De acuerdo con el Decreto de creación del 24 de febrero de 2003, la Conade es "una institución del gobierno mexicano, encargada de desarrollar e implantar políticas de Estado que fomenten la incorporación masiva de la población a actividades físicas, recreativas y deportivas que fortalezcan su desarrollo social y humano, que impulsen la integración de una cultura física sólida, que orienten la utilización del recurso presupuestal no como gasto sino como inversión y que promuevan igualdad de oportunidades para lograr la participación y excelencia en el deporte". Pero, para su titular el organismo no es sino una agencia de viajes.

La declaración, cuyo sentido era exculpar a la Conade ante el pobre desempeño que ha tenido el país -que no sus atletas- en los Juegos Olímpicos, lo único que hace es hundir más al patético personaje que, por cierto, cuesta a los mexicanos alrededor de 200 mil pesos mensuales. Lo sepulta, porque revela su ignorancia en torno a la labor que tiene la institución que dirige; pero, además, hace evidente su desprecio por el bienestar público y por el sentir ciudadano.

Tal vez si no estuviera tan distraído con su novia, el titular de la Conade sería capaz de percibir la creciente frustración de los mexicanos ante cada derrota. Quizás, de haber comprendido ese malestar, Castillo hubiera intentado una disculpa mentida, como la de su entrañable amigo Enrique.

Aunque pensándolo bien, es posible que Castillo sí entienda que el sentido de fondo del gobierno de Peña: usar las instituciones como agencias, no sólo de viajes, también de bienes raíces, de colocación de empleos, de modelos, publicidad, etcétera.

Luego se preguntan por qué tres de cada cuatro mexicanos reprobamos su gestión.

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