Siglo Nuevo

Agnès Varda

La directora del azar y lo real

Foto: Jil Gautreau

Foto: Jil Gautreau

MANUEL SERRATO

Conocida como “La abuela de la nouvelle vague”, Agnès Varda se convirtió en una de las más notables documentalistas europeas de la actualidad. Creyente del azar como elemento detonador de historias fascinantes y de la magia que brota al retratar la realidad cotidiana, la realizadora clasifica su vida profesional en tres etapas: como fotógrafa, como cineasta y como artista audiovisual.

Las horas de mayor sopor en Sète, el segundo puerto mediterráneo más importante de Francia después de Marsella, se alivian con un cigarro y una botella de vino blanco en alguno de los bares cercanos a los muelles. Entre el olor a sal y el rumor de los barcos y gaviotas, se puede pensar en todo, incluso en el sentido del amor y la vida matrimonial. En estos escenarios transcurre La pointe courte (1955), filme debut de la directora belga afincada en Francia, Agnès Varda (Bruselas, 1928).

Él (utilizamos el pronombre porque la historia no nos dice cómo se llama) llega a la estación de tren para encontrarse con ella (mismo caso). Viven en París, pero él había llegado antes a Sète, su lugar de origen, a pasar unos días. Ella lo alcanzó allí, pero había considerado dejarlo, no porque no lo amara, ni porque le doliera una vieja infidelidad suya, sino porque después de cuatro años de matrimonio, ya no comprendía la naturaleza de sus sentimientos. En medio de ese pueblo de pescadores, donde la gente a pesar de su pobreza enfrenta la vida con orgullo, la joven pareja va redescubriendo, poco a poco, el significado de su relación.

Él y ella son, respectivamente, Philippe Noiret y Silvia Monfort; el resto de los personajes no son actores profesionales, sino la gente del puerto interpretándose a sí misma. Ese rasgo, propio del neorrealismo italiano, era también una característica de la nouvelle vague francesa; es decir: contar historias con mínimas intervenciones artificiales, abiertas a la improvisación, con bajo presupuesto y personas ‘reales’ reforzando el arco dramático.

El filme surgió de un viaje personal que Agnès Varda hizo al puerto de Sète para filmar escenas de la vida diaria como obsequio a un amigo enfermo que vivía en una postración casi permanente. A raíz de ese gesto, casi por azar, inició la carrera cinematográfica de una joven recién graduada de Historia del Arte en la École du Louvre y que en ese entonces trabajaba como fotógrafa en el Théâtre National Populaire, de París.

Y es que decir “azar” no es utilizar el concepto a la ligera. La misma Agnès Varda ha reivindicado el valor del azar como un elemento detonador de historias. Incluso, en una entrevista para TVE Televisión Española en 2012, se asumió como panteísta y creyente del azar como una deidad rectora en el devenir de la vida cotidiana.

DECLARACIÓN Y HOMENAJE AL CINE

Simon Cinéma (Michel Piccoli), un exactor millonario y excéntrico está por cumplir 100 años. Aunque vive rodeado de lujos y es atendido por un mayordomo fiel y por jóvenes mucamas que se trasladan por la mansión haciendo piruetas, el viejo está perdiendo la memoria. Es entonces cuando aparece Camille (Julie Gayet), una joven especialista que es contratada para convivir con el señor Cinéma y, como una Sherezada moderna, conversar con él sobre sus viejas películas y pasajes de la historia del cine durante cien y una noches. De este modo, los recuerdos y la lucidez del viejo se mantendrán aceitados. No obstante, poco a poco, la historia comienza a enmarañarse, pues a la par de los encuentros con el señor Cinéma, el joven novio de la chica, Mica (Mathieu Demy), está tratando de filmar una película independiente y ambos van urdiendo un plan para quedarse con los bienes del estrafalario millonario, ya que su único heredero, un bisnieto que había viajado a la India, está perdido.

Esta rocambolesca película, titulada Las cien y una noches (Les cent et une nuits de Simon Cinéma, 1995) aparece como metáfora de la historia del cine y se concibió como un homenaje al séptimo arte, en el marco de su centenario.

Si bien la película distó mucho de convertirse en un clásico o en un referente, por lo menos tuvo el mérito de contar con uno de los repartos más ricos y notables de la historia, pues diversas estrellas de la cinematografía mundial participaron en el rodaje, aunque fuera por breves cameos. Entre ellos se cuentan el legendario Marcello Mastroianni, quien interpretó el papel de El Amigo Italiano; Catherine Deneuve, como La Estrella Fantasma y Robert De Niro como su esposo; Gina Lollobrigida en el papel de una médium; Jane Birkin como La Avara y en la versión completa aparecen Leonardo DiCaprio, Darryl Hannah y Emily Lloyd como actores de cine mudo. Otros actores que aparecieron en el filme con sus propias identidades, son: Anouk Aimée, Isabelle Adjani, Harrison Ford, Alain Delon y Gérard Depardieu.

Cléo de 5 a 7 (1961) es otro filme notable de Agnès Varda. La película narra la historia de Cléo (Corinne Marchand), una cantante bella y un tanto frívola que espera los resultados de un examen médico con el temor de que le revelen que padece cáncer; en el camino, conoce a un joven soldado que está por ser enviado al norte de África. La película explora los sentimientos de impotencia y vulnerabilidad ante una muerte siempre latente y, por naturaleza, inminente.

Sin techo ni ley (Sans toit ni loi, 1985), uno más en la lista de imprescindibles de la realizadora belgofrancesa, muestra la historia en retrospectiva de Mona (Sandrine Bonnaire), una vagabunda de la campiña que es encontrada muerta, víctima del crudo invierno. La historia, una mezcla de ficción y documental, pone el foco sobre el drama social de los desprotegidos, encarnado en una joven desamparada que se conduce erráticamente, hasta el límite de sus fuerzas.

DESPERDICIO DE UNOS, TESORO DE OTROS

En un mundo donde la pobreza alimentaria es un flagelo creciente, las cantidades de comida desperdiciada son abrumadoras. En todo el planeta, mil 300 millones de toneladas de alimentos se desperdician y terminan en la basura cada año. Las frutas y verduras, por ser altamente perecederas, tienen un 53 por ciento de desperdicio, ya sea durante la cosecha y clasificación, o en los procesos de transporte, almacenamiento y envasado.

Pero detrás de la estadística, de las gráficas e informes oficiales, están los rostros de quienes padecen y viven en carne propia la problemática. De nuevo el azar hizo que Agnès Varda encontrara una historia digna de ser documentada.

La cineasta se encontraba en un mercado parisino y se percató de que algunos camiones cargados de frutas y verduras, tiraban parte de la mercancía en el momento en que arrancaban la marcha. De pronto, personas humildes aparecían entre los puestos y recolectaban los alimentos que iban quedando en el suelo y se granjeaban así la subsistencia diaria. De esa observación, surgió Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000), un documental que intenta llegar al lado humano del fenómeno de la recolección de basura en un país que, pese a ser de primer mundo, no está exento de miseria y marginación.

Sin embargo, la “caza” de comida desperdiciada como forma de subsistencia no es el único tema del filme, sino la práctica de la recolección en su sentido más amplio. Así, Agnès Varda viaja por la geografía francesa involucrándose con personas que viven de lo que otros desechan, incluyendo artistas que trabajan con objetos reciclados o especialistas que estudian el fenómeno desde sus aspectos sociales, ecológicos y legales.

SOBRE EL FUTURO DEL CINE

“La memoria es como arena en mi mano”, ha dicho la realizadora que ha visto evolucionar al séptimo arte durante 61 años de carrera. Además de asegurar que al cine le resta mucha vida, considera que el documental es un género en crecimiento, que va sumando cada vez más adeptos. Sobre retratar la realidad, afirma: “Lo que a mí me gusta es sacar sorpresas, ver surgir la belleza inesperada, el milagro de lo real”.

Twitter: @manuserrato

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