Para estudiantes de Comunicación UAL y Hugo Carrillo.
A los muchachos de nuestra generación nos hicieron falta periodistas pasionales, de actitud abierta y de una afición por encima de lo notable, que nos enseñaran a apreciar el deporte con un vertedero de conocimientos y aportaciones que enriquecieran aquel entusiasmo de esa banda. Había que buscar libros y diarios capitalinos, -había que pegarse a la radio para dejar que esas voces obligaran a rodar la ruleta viva y mágica de la imaginación.
Existía la obligación de soñar e idealizar, la permanente actitud de conocer para satisfacer ese apetito desatado que ya no podía detenerse, que no se detuvo nunca, porque quien se encarrila en esta vía, jamás deja de rodar. En esos tiempos la tecnología no ofrecía los maravillosos avances que hoy inundan el mundo informático y que muchas veces convierten al comunicador en hombre falto de avidez por saber y servir mejor.
Si hubiese una máquina del tiempo, donde uno lograra subir y pagar un boleto por tour, como en un bus, su amigo escogería encontrarse con su banda completa y disfrutarlos con sus ocurrencias, bromas y maneras, nos juntaríamos en el viejo Estadio Laguna, repleto a más no pedir para ver la Liga Mayor de 1966 para ver al increíble equipo del Sr. Cobos, el Tlahualilo, único en la historia y el grupo más grande que pudimos admirar en ese tiempo, con estrellas de la Liga Mexicana y del Pacífico que ese año no fueron a la costa por los dineros locales y cumplieron con la encomienda que debe tener todo atleta profesional: hacer feliz a su gente.
Varios elementos de aquella banda ya se fueron y allá arriba nos están esperando, como igual algunos peloteros de esta plantilla, sin embargo difícilmente olvidaremos verlos en acción como gigantes del diamante, que todo lo hacían con elegante facilidad. Los dirigía Glafiro Arratia, leyenda de nuestro beisbol. En primera estaba Ronnie Camacho. En segunda base, Moisés Camacho. En el short, un fenómeno como Jorge Fitch. En tercera, Treviño. En los jardines se alineaban el monstruo Héctor Espino, el espectacular Diablo Montoya y el único local, Zurdo Contreras. El cátcher era Jesús Lechler y el lanzador estelar Peluche Peña, que tiraba juego completo el sábado y entraba a relevar al otro día. Un grupo de verdaderos caballos.
Si hubiésemos tenido en ese tiempo a periodistas como hoy la Liga Mayor al joven de UAL, Roberto Piña, seguro seríamos mejores y más conocedores fans, porque la pasión debe llevarse en el pecho, junto al conocimiento y a la actualización. Un informador, ante todo debe tener encima de su actitud profesional el sello de su afición. Hoy ellos deben sacarnos a los lectores del hartazgo que vivimos con Kate, Chapo, Kuri, Moreira, dólar, crisis, inseguridad y demás rollos. Las historias del deporte, investigadas, pulidas con amor y pasión, llevadas a puntos finos con frescura y entrega pueden cambiar muchos semblantes, regalar oportunidades de sonreír y ser felices.
Arcadiotm@hotmail.com