Cuando los jugadores llegan a perder el amor por la pelota, llevados por banalidades tan propias de modelos vírgenes y realidades nuevas, los viejos suelen desempolvar nostalgias a golpe del presente para marcar los códigos que no por antiguos dejan de poseer vigencia. Son como archivos del tesoro.
Orden, disciplina táctica, intensidad, concentración y mucho trabajo. Los clásicos valores de todo técnico y el ideal de cualquier club, como Santos, por ejemplo, que inmerso en licuadora de pasiones y policromía siente efectos de la presión popular en cara propia, como un motor de emociones y reflejos.
Y de pronto, un náufrago, que busca en el océano de su imaginación, atajos que los provean de unidades para lavarle la cara a un plantel de vacilantes chicos foráneos, casi todos, que desean cambiar su vida de fantasmas por la de guerreros desbordantes de futbol, cabeza y corazón.
Ese es José Manuel de la Torre que en los 80 apareció en Chivas con Néstor su hermano y Yayo, su primo. Era fino y dúctil volante, de gran pegada, visión y sobre todo, de carácter fuerte. Se asociaba con la pelota con un control orientado de bailarín. Por ello después de ganar títulos emigró a Oviedo para hacer goles y nombrarse figura. De allá lo trajo el Puebla.
Al final de la carrera, ya con la idea de ser técnico, llegó al Jalisco en invierno de 1998, en el Necaxa de Ríos, Higareda, Markus, Almaguer, Aguinaga, Hermosillo, Zárate, Montes de Oca, Sergio Vázquez, con Arias al frente, que lo había heredado de Lapuente. Y salió campeón.
Apenas arrancó el partido, vimos que ya la finura la había cambiado por hacha, pues "arregló" con violencia a Ramón Ramírez y selló la suerte Chiva, que además falló un penal por Coyote, mismo que no quiso tirar Luis García. Después, auxiliar y DT con cetros en Guadalajara y Toluca, selección nacional y choque con comunicadores por irascibilidad y maneras impropias.
Una corta etapa nueva con Chivas con cese y un largo silencio. Vuelta al futbol en un club apurado y un hombre cambiado, que sonríe, habla y se comunica pero que no encuentra fórmulas a falta de tiempo y plantel. Ubica hoy su oportunidad de convertirse en un técnico que convenza, pues sabe que Santos es un símbolo, un sentimiento dulzón y cálido, que a veces tiene sabor de almíbar y otras, de sotol porque es un espejo de todos nosotros.
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