El miedo a la "mota" estremece a los políticamente correctos.
Los senadores no se atrevieron a entrarle de lleno al problema de la marihuana, dejaron a medias la reforma "pacheca".
Con calzador, a regañadientes, y tras ocho meses presión de organizaciones civiles, los padres legisladores apenas lograron cambiar el dictamen que pretendía criminalizar aún más la posesión de hierba; simplemente regularon el uso medicinal y científico. Se legaliza la compra, venta, importacio→ n y exportacio→ n de productos que contengan 1 % o menos de tetrahidrocannabinol (THC), principal sustancia psicoactiva del cannabis.
El avance podría parecer asombroso si se toman en cuenta las resistencias políticas para romper tabúes y sentar las bases de una política sobre drogas. En realidad, es un paso milimétrico.
Mientras el mundo transita a velocidad vertiginosa sobre la autopista de la regulación, para fines médicos y lúdicos, nosotros vamos a paso de tortuga; en patín del diablo sobre una calle empedrada.
México va en contra del sentido común. Ignorar la tendencia internacional, y sobre todo lo que ocurre en Estados Unidos (y en abril sucederá en Canadá), tiene serias implicaciones.
La legalización en California, votada el 8 de noviembre pasado, coloca al Estado mexicano en entredicho. Mientras los gringos eligen liberar el consumo, fijando regulaciones específicas, de este lado de la frontera mantenemos el absurdo de la prohibición.
No quiero decir que con la legalización terminará la violencia relacionada con el crimen organizado. Afirmar eso sería ingenuo. Sin embargo, sí creo que legalizar la marihuana debilitaría a las mafias de la droga a través del control y seguimiento de recursos que ya no serían ilegales, al permitir el cultivo, distribución y utilización de la droga para cualquier fin.
Elevar los umbrales de posesión y despenalizar el uso lúdico del enervante, permitiría establecer un diagnóstico preciso de la magnitud del problema de adicción. Hoy, al mantener en la clandestinidad a los consumidores, nadie sabe a ciencia cierta cuantos realmente son adictos y por lo tanto es imposible determinar, y mucho menos aplicar, una política pública para "curarlos".
Legalizar la marihuana también terminaría con el abuso y corrupción que lleva a miles de mexicanos a la cárcel sin ser delincuentes, por el solo hecho de llevar en la bolsa más de cinco gramos de cannabis.
La miopía de los partidos políticos impide abrir la puerta al desarrollo de una industria. En Estados Unidos el negocio marihuano está en marcha. Mientras nuestros vecinos ganan mucho dinero con lo que promete convertirse en gran industria, nuestras autoridades lo gastan persiguiendo "pachequillos".
Ni hablar, en este país puede más el miedo a perder votos que admitir la realidad.
En este país nadie se salva, mucho menos siendo mujer. La senadora Ana Gabriela Guevara rompió en llanto al narrar la golpiza cobarde que sufrió a manos de cuatro salvajes. El fuero legislativo no alcanza para proteger a nadie de la furia de los bárbaros. En eso, la impunidad es democrática. Lo más grave es que la agresio→ n a la exvelocista sonorense confirma que la violencia contra las mujeres -por ma→ s leyes que existan en Me→ xico para prevenirla y erradicarla- es un delito que va en aumento, arraigado en la sociedad mexicana como algo comu→ n… y por demás corriente. El ataque a Ana Guevara no es más que un pálido reflejo del país en el que nos hemos convertido. ¿De qué han servido veinte años de lucha contra la violencia de género? ¿De qué diablos ha servido la la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia? Sume a esto la infamia de una turba de cobardes "tuiteros", agresores viles, al amparo del anonimato, quienes destilan fobia, improperio, burla y ofensa contra quien dicen parece más hombre que mujer. La discriminación duele más que cualquier lesión...
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