Es la frase emblemática de los caciques, la referencia es aquella forma en la cual se ejercía el poder en las sociedades primitivas. En esas colectividades no se solía elegir a los representantes, más bien, la fuerza del caudillo era la herramienta para imponer la autoridad sobre el grupo. Los conquistadores españoles, por ejemplo, hicieron alianzas con los caciques indígenas para controlar a las poblaciones, así el dominio de los territorios fue mucho más fácil.
El cacique bueno, el eficaz, es generoso con sus amigos, pero es duro con sus enemigos. Porfirio Díaz, emblema de cacique, resumía contundente: pan o palo. El cacique, además distribuye beneficios, con ello compra lealtades. Así un contrato a tal empresa, una concesión a tal grupo, el fallo positivo a cierta licitación generosa y la complicidad se hace parte del juego.
El cacique crea grupos, los divide y aún los pone en contra, crea facciones, irreconciliables. Es capaz de mediar entre ellos, mantiene la tensión entre poblaciones vecinas rivales, pero en ocasiones es capaz de mediar las dificultades. Azuza los conflictos, reales o fabricados, para mantener controladas a la facciones, pero así como en lo colectivo, en términos individuales también mantiene una política de premios y castigos.
En nuestra región, en el país y en toda América Latina romper la tradición de los caciques ha costado muchos esfuerzos, vidas, años, sin embargo se trata de un proceso inacabado. Entre las dictaduras latinoamericanas de los sesenta y los sistemas electorales nacionales que actualmente funcionan en la mayoría de nuestros países hay una gran diferencia.
En México terminó, hace unos 20 años, la era del partido único. Desde entonces ha funcionado un pluripartidismo que en teoría debería actuar como un sistema capaz de equilibrar poderes, sin embargo los hechos muestran repetidamente que esta pretensión es sólo quimera.
Además, en términos de mercado, el capital ya no depende de actores o factores locales, sino que responde a dinamismos globales. Son todos estos factores que han mermado el poder del cacique.
Signos de un patente cambio. Deberíamos gozar de sistemas democráticos plenos, sin embargo, el cacicazgo, como institución, ha tenido la sabiduría de reinventarse a sí mismo una y otra vez.
Los partidos han constituido un entramado de relaciones y acuerdos para seguir funcionando como un sistema caciquil rotario. Los caciques del barrio, el municipio, el estado, el país han reinventado la función de ser intermediarios personales entre las clientelas políticas y los poderes superiores.
La idea de ciudadanía, que parecía hace tan poco tiempo una alternativa para el ejercicio de las libertades en las sociedades contemporáneas ha sido conquistada y colonizada, convertida en discurso retórico en boca de la clase política tradicional. Por ejemplo, la iniciativa de ley 3 de 3 recientemente promovida por un sinnúmero de movimientos ciudadanos de origen muy diverso, tuvo una suerte trunca al gestionarse su discusión y aprobación en el Congreso Federal.
El entramado del sistema político mexicano es complejo y asienta sus bases sobre costumbres hondamente arraigadas en el comportamiento ordinario de los mexicanos, pero sin duda en ciertos artificios de comodidad e instalación. El autoritarismo existe en parte porque hay gente autoritaria, pero también porque hay quien clama necesariamente ser sometido. Siglos de sujeción se han convertido en comportamiento aprendido y realizado casi en automático.
Atestiguamos actos de campaña que parecen sacados de estampas de los años cuarenta del siglo pasado, pero ocurren ahora. Lucro político de la necesidad y un sistema jerárquico perfectamente aceitado hacen su papel.
Pongamos a consideración que el individualismo tan fuerte en el que hemos sido educados, determina más nuestro comportamiento ordinario que los deseos que podamos tener de convertirnos en una sociedad más abierta, democrática y libre.
Pero los procesos de democratización tan vigorosamente vividos no pueden ablandar lo suficiente esos ejercicios tradicionales de poder. Que no haya más ley que el cacique entre nosotros y en nuestros tiempos sigue siendo moneda corriente. Las visiones totalizantes de cambio radical no tienen ya lugar en esta época. El margen de acción por lo tanto es mínimo, espacios de resistencia se erigen como posibilidad efectiva para ejercer las libertades, todo a partir de cobrar gradual conciencia de la propia dignidad que nos es inherente como seres humanos.
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