Siglo Nuevo

Ausencia de Wendy

Un viaje al dolor de la infancia y la adolescencia

Foto: EFE/Alejandro García

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Minerva Turriza

Todos se van es la forma en que una novelista cubana recuperó la niñez que alguna vez sufrió, una que fue olvidada por sus seres queridos.

Nació en La Habana, Cuba, donde actualmente reside a pesar de que la ignoran casi por completo las instituciones y editoriales de la isla. En su tierra solamente uno de sus libros ha sido publicado.

Wendy Guerra, autora de las novelas Nunca fui primera dama, Negra, y Domingo de Revolución, además de cuatro libros de poesía, se enteró de la edición cubana de Posar desnuda en La Habana. Diario apócrifo de Anaïs Nin (Alfaguara, 2011) por la prensa oficial, el diario Granma.

En su cuenta de Twitter escribió: Encantada de ser editada en Cuba, pero que me firmen mi contrato y me inviten a la feria del libro. Y en Facebook comentó: ¿Cómo puedo enterarme de esto por el Granma? Tremendo show […] Exijo a Letras Cubanas y al Instituto del Libro que me firmen el contrato y me presenten en la feria del libro de La Habana. Es mi derecho. Posteriormente compartió una foto del contrato firmado.

Como referencia ilustre hay que mencionar su paso por el taller Cómo contar un cuento, organizado e impartido por Gabriel García Márquez en la ciudad cubana de San Antonio de los Baños; el Premio Nobel colombiano elogió la capacidad de Guerra para la construcción de diálogos.

El salto de Wendy al escenario de los creadores a seguir llegó con Todos se van (2006), galardonada con el primer Premio de Novela Bruguera.

En esa obra, la cubana relata, en forma de diario, la vida de Nieve Guerra. El volumen está dividido en dos partes: “Diario de infancia” cubre de 1978 a 1980, es decir, de los ocho a los 10 años de edad la protagonista; “Diario de adolescencia” abarca de 1986 a 1990, de los 16 a los 20 años.

El personaje comparte con la autora el apellido, el lugar de nacimiento y la edad.

EL HILO DE LA AUSENCIA

Todos se van comenzó a gestarse en 2004, cuando, tras la muerte de su madre, Wendy revisó los diarios que escribió durante la niñez y la primera juventud. Descubrió que sus “recuerdos infantiles son muy adultos, prologuistas de graves problemas de los mayores, personajes secundarios de los verdaderos problemas de los niños”, dijo la escritora en una entrevista para El País. Así mismo en la nota inicial de Todos se van dice: La lectura de mis diarios de infancia y adolescencia fue un viaje al dolor.

La novela se sostiene únicamente con la narración íntima de Nieve. El monólogo incluye episodios que quedan un poco en el aire, incompletos. En ocasiones la narradora-protagonista confiesa que se reserva cosas, sobre todo las que involucran a personas que se podrían tomar a mal la forma en que son retratadas, o cosas que podrían ser peligrosas en caso de que el diario sea requisado por las autoridades: No quiero mentir pero tampoco puedo decir lo que está pasando. Está pasando todo, esto es lo mejor que podría decir.

Solamente existe otra voz, la de Antonio, un documentalista que lee algunos pasajes de la historia de Nieve y le escribe una carta que deposita en el papel del mismo diario. La misiva más bien parece cumplir la función de resumen histórico o relación de efemérides globales.

La protagonista está marcada por la ausencia y el abandono. El divorcio de sus padres le entrega la primera, aunque no definitiva, con la forma desvanecida del padre. Fausto, el esposo sueco de su madre, será otro ausente. Varios amigos de su madre se irán. Posteriormente, en la adolescencia de Nieve, sus amigos queridos (estudiantes de artes) e incluso su novio, comenzarán a partir al extranjero para jamás volver.

CASTIGO Y ORFANDAD

Cuando arranca la novela, el padre vuelve, reclama la custodia de la pequeña que en ese momento cuenta con ocho años.

Nieve será condenada por un juez a vivir tres años con aquel recuerdo recobrado, negligente con el aseo, la alimentación y la educación de la pequeña. Para redondear el giro siniestro del destino, el padre la golpea, auténticas palizas. A propósito de la familia de la niña indefensa un personaje secundario comenta: No se sabe que es peor, una madre lunática o un padre alcohólico.

A los nueve años, Nieve comienza a desarrollar trastornos alimenticios. El padre la obliga a comer y ella vomita hasta sangrar.

La niña Guerra tergiversa un tanto la verdad para regresar con su madre, básicamente se violenta para liberarse o, parafraseando a la infantil víctima, cambió todas las verdades por una sola mentira.

En esa vuelta a casa, nada es miel sobre hojuelas. El acuerdo de custodia de los servicios sociales estipula que la menor no puede estar con la loca y, dado que el alcohólico está esperando audiencia para responder por sus maltratos, Nieve termina en un limbo legal que la conduce al pueblo de Cruces, a un Centro de Depósito Infantil, nombre rebuscado y burocrático para evitar la alusión a la orfandad de sus huéspedes. El inmueble para niños sin hogar tiene una sección que es una correccional en toda regla.

En esta institución la vida tampoco es fácil, hay una enorme cantidad de conflictos y pequeñas corruptelas entre infantes y cuidadores. Los niños son peores que los adultos porque no le tienen miedo a las responsabilidades. Pero si puedo con los adultos puedo con los niños, dice Nieve a propósito de su estancia en el orfanato y de las habilidades que ha desarrollado para sobrevivir.

Luego, el tormento paterno sale de Cuba sin permiso del régimen, la huida deja a Nieve en otro limbo legal, uno que la condena a no poder tramitar el pasaporte que le permita ausentarse de la isla hasta que cumpla la mayoría de edad.

SEÑAS DE IDENTIDAD

La autora forma parte del grupo de escritores denominado Bogotá 39. Otros integrantes son el mexicano Álvaro Enrigue, el colombiano Juan Gabriel Vázquez y el argentino Andrés Neuman.

Los ubicados con esa etiqueta buscan “innovar”, tienden a utilizar híbridos narrativos, es decir, mezclan géneros literarios y suelen ficcionar sobre su propia vida. Sin embargo, en casos como el de Wendy resulta difícil determinar dónde acaba la autobiografía y dónde comienza la ficción.

La prosa de Wendy además de viajar por varios países ha saltado al cinematógrafo. En 2014, el director colombiano Sergio Cabrera realizó la adaptación de Todos se van. Conservó el título, pero no la segunda parte de la novela. Su largometraje abarca solamente el “Diario de infancia”.

A pesar de los esfuerzos de Cabrera por llevar el rodaje a la isla, la película se filmó en Colombia. El ICAIC (Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos) ni siquiera respondió a la solicitud presentada para llevar las cámaras a esos lugares donde la escritora formó sus recuerdos. Según Guerra, esto se debe a que las autoridades “no quieren que esta novela se edite aquí ni que se hagan filmes que toquen semejantes heridas”.

Sobre la película, la combativa Wendy Guerra declaró al Nuevo Herald: “Lloré mucho. Gracias a esta película pude perdonar”. También dijo que le pareció sano ver proyectados en pantalla sus miedos, dudas y delirios.

Quizás a fin de cuentas la universalidad de Todos se van reside en hablar de una niña obligada por las circunstancias a crecer demasiado rápido, a madurar a destiempo. Mami es tan boba que no se da cuenta de que aquí nadie es dueño de nada […] Yo creo que a los nueve años tengo más maldad que ella, dice Nieve reflexionando sobre las mentiras piadosas que le dice su madre.

Hijos sin padres, hijos con padres ausentes, hijos con padres más infantiles que ellos, hijos que deben hacerse cargo de sus padres porque ellos siguen instalados en una eterna infancia o en una adolescencia prolongada… Esas historias retratadas por la novelista cubana no son exclusivas de la Cuba castrista, ni de una época en particular. No son caribeñas, ni latinoamericanas, ni de Oriente u Occidente. Son humanas y a la vez, literatura, literatura nueva como una escritora en los tiempos de Internet, literatura vieja como la historia de una niña que, perdida en un bosque de infortunios, desea volver a casa.

Correo-e: dianaavrenim@hotmail.com

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