La insularidad de los ingleses ha marcado su esencial diferencia con los pueblos del continente europeo. A lo largo de su historia ha sido su fuerza y ahora se le regresa como su condena.
Terminada la etapa en que sus intereses hereditarios y territoriales lo ligaban al continente todavía en el siglo XIV, Inglaterra enderezó sus decisiones hacia convertir su insularidad en virtud y ventaja. Para ello procuró estar siempre ausente de los conflictos y asuntos "europeos" sustrayéndose sistemáticamente de ellos. Esa política les sirvió desde entonces para dedicar a sus propios intereses los recursos que los demás países destinaban a resolver sus conflictos en costosas guerras.
Desde el principio de la historia moderna la distinción de lo británico respecto de lo continental ha sido una constante. Las pocas veces en que se han fundido sus intereses con los de otro país, la relación fue intencionadamente efímera como con España en 1560 y luego en 1777 con la casa holandesa Orange.
Dedicado primero a desarrollar su marina, Britania llegó a dominar los mares del mundo y crear una estructura colonial tan vasta como la de España de los Habsburgo, pero económicamente más eficiente. La penetración que los ingleses lograron a lo largo de los siglos, en los asuntos internos de los países de su interés, primero a través de tratados comerciales, sostenidos luego con milicias propias o mercenarias, los convirtió en árbitros de las guerras locales de los reinos y señoríos de Asia y de África que acabarían en tributarios y colonias.
El imperio británico llegó a su clímax en 1900 cuando la reina Victoria ascendió a Emperatriz de India, siendo Londres el eje de un vasto imperio en el que, al igual que antes el de España, no se ponía el Sol.
Los tiempos cambian y pasadas las dos feroces guerras mundiales del siglo XX, los problemas de supervivencia han dejado a la Gran Bretaña en segundo o tercer rango como potencia mundial, dentro de una Europa igualitaria y la que, ya no regidora de los destinos del orbe, todas las decisiones de importancia deben consultarse ahora con socios europeos para su validez y eficacia.
Las costumbres centenarias con las que los británicos han vivido por siglos y que consideran superiores en todos los sentidos de la civilización occidental.
El ajuste de mentalidad que se requería, resultó inaceptable menos aun si las costumbres y modos de vida acendrados en el interior del paisaje inglés, donde la psicología se funde en normas de conducta, maneras de pensar y de ver la vida encerradas en localismos convertidos en un convencimiento de que el aislamiento respecto del mundo exterior es lo mejor, y lo demás que se descarta por ignorancia.
A esta psicología localista hay que añadir la visión de la clase obrera de los centros industriales de Inglaterra cuyos niveles de vida han sido afectados por la recesión internacional que se atribuye a las reglamentaciones decididas e impuestas en Bruselas por la Unión Europea que van en contra de lo que el pueblo británico espera de su gobierno.
La reducción de actividades económicas, la violencia de los musulmanes, las huelgas y paros, el repentino reto de la migración del Oriente Medio que tan difícilmente se detiene en Callais. La recesión que asuela a la mayoría del mundo y que reduce el ritmo de la actividad económica que incide en la reducción de niveles de vida y que se culpa de todo esto a las decisiones tomadas en Bruselas.
El resultado neto de los elementos, tanto psicológicos como condiciones externas explica el rechazo de una mitad de la población británica que se manifestó por la salida del organismo supranacional.
Es la juventud inglesa, privada ahora de la amplitud de vida que la UE puede ofrecer, resultó ser el sector más lastimado por decisiones tomadas por una insensible generación en el poder.
La reacción de las autoridades europeas no se ha dejado esperar. Si los ingleses quieren salirse de la Unión pues que lo hagan pronto. No hay esperar hasta que haya cambio de Primer Ministro en el partido Conservador. Los ingleses toman a mal la impaciencia de los europeos y no pueden dejar de insinuarse antiguos resentimientos. Las relaciones entre los "europeos" y los ingleses nunca han sido de tan íntima amistad…
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