El Cañón del Sumidero es un estrecho cañón situado en Tuxtla Guitérrez que debido a su riqueza natural es considerado uno de los más imponentes del mundo. Foto: Rafael Blando
Naturaleza exótica y majestusidad colonial confluyen en este sureño estado mexicano, convirtiéndolo en un atractivo destino de los aventureros ávidos de experiencias nuevas e imborrables.
La niebla se ha disipado en el río Grijalva después del amanecer, los embarcaderos están aún vacíos de visitantes; nos ponen los chalecos y subimos a la lancha en la primera expedición del día. Los motores ensordecen, parten el agua a la mitad y el viento sopla fresco sobre el rostro, despertando los sentidos. Aún no hay grandes murallas, un río como cualquier otro con la belleza que la niebla en dispersión le da. El guía explica las medidas de seguridad y la variada flora y fauna que en el recorrido se podrá observar. Se deja atrás el moderno puente Belisario Domínguez con su media luna de sostén y nos internamos en un río color chocolate que pronto se transforma en un profundo verde jade.
Árboles con pieles extrañas se tuercen hacia arriba y las garzas descansan en sus copas, todo tipo de vegetación se eleva por las paredes que van aumentando de altura. Entre rocas y estalactitas de caprichosas figuras el explorador se abre paso en un panorama tan exótico como maravilloso. Pronto se llega a la cueva de colores, una caverna natural rosada que en su interior alberga un altar con la imagen elegante y bondadosa de la Virgen María. Curiosamente, a su lado el agua ha tallado la imagen de un decapitado, un reclamo de la naturaleza a la cruel conquista que en este sitio se llevó a cabo. El guía relata que cuando llegaron los españoles los nativos preferían arrojarse, con todo y su familia, desde las altas murallas del cañón con tal de no caer en las garras de los conquistadores; así fue como miles de nativos terminaron sus días en resistencia.
El sol ha salido hace tiempo, pero internados en lo más profundo del cañón, sus rayos aún no se dejan ver. Las paredes de roca, iluminadas a la mitad por un sol esquivo, de pronto se disparan al cielo como un cañón y lo rozan. Voces de asombro se oyen entre los viajeros. La lancha gira y deja ver las dos paredes, la de la izquierda sumida en una profunda sombra mística, a lo alto se despliega una fina pero preciosa cortina de luz que baña las paredes opuestas y las hace brillar como una estrella con luz propia. Esta vista es parte del escudo del estado de Chiapas. El guía explica que estas paredes se elevan más de mil metros por encima de nosotros; el cuello comienza a doler de tanto mirar al cielo.
Entre grandes cocodrilos de más de dos metros de largo que descansan en las orillas del río se llega al “árbol de navidad”, una hermosa cascada verde en forma de pino empotrada a la pared. La fresca brisa del agua cristalina cae sobre nosotros; una obra de arte natural. El recorrido continua hasta la presa de Chicoasen para volver después por el mismo sitio hasta los embarcaderos.
No muy lejos del cañón se encuentra el pequeño poblado colonial de Chiapa de Corzo; el lugar perfecto para cerrar el día. Al centro se encuentra una explanada con una construcción de estilo mudéjar en forma de corona que alberga en su interior una fuente. Esta pila del siglo XVI servía como torre de vigilancia, punto de reunión y abastecimiento de agua al primer poblado de la región durante la Colonia. Esta bella construcción de ladrillos se ha vuelto un ícono del pueblo y de todo el estado de Chiapas.
Chiapa de Corzo es el lugar perfecto para todo explorador amante de las artesanías y los sabores exóticos. Sus múltiples mercados ambulantes ofrecen productos como el pozol, bebida refrescante a base de maíz fermentado y cacao servido en coloridas jícaras; el chicozapote, una fruta dulce de cáscara muy suave y consistencia de goma, así como todo tipo de conservas de chiles y artesanías chiapanecas.
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