Es muy necesaria la distinción entre crítica y descalificación. En el primer caso, se ponen bajo cuestión los alcances de determinada postura. En el segundo, lo que se cuestiona es la fuente misma de la información, bajo el supuesto de que, si el emisor no tiene crédito alguno, entonces, lo que emite pierde todo valor. Desde la crítica, el diálogo queda abierto pues la confrontación se da entre argumentos que discrepan. Desde la descalificación se anula toda posibilidad para dialogar.
Por desgracia, hoy domina la descalificación sobre la crítica; en gran medida, porque la mayor parte de la gente ni siquiera las distingue. Se trata de algo lastimoso, porque la democracia requiere que el diálogo entre posturas adversas se sostenga de forma permanente, lo que resulta imposible cuando todo lo que se hace es desacreditar a quien no comparte una misma visión de la realidad.
Pero, el asunto es más lamentable, cuando la descalificación se realiza de manera intencional; cuando son los intereses personales o de grupo los que mueven a la anulación del otro. La descalificación por sistema es una manera muy ruin de obstaculizar los caminos para el diálogo y la búsqueda del bien común; sobre todo, porque la suelen utilizar personas con una gran capacidad intelectual, mismas que emplean para emitir discursos elaborados, ciertamente vacíos de argumentos; pero, llenos de figuras persuasivas y, a la vez, destructivas.
Por supuesto, no toda desacreditación es equivocada. En verdad hay ocasiones en que, el emisor de determinada postura, no tiene ninguna autoridad para hablar. Pero, se trata de excepciones. Finalmente, la mayoría de las opiniones tienen algún valor que es necesario sopesar en vez de juzgarlo a priori. El mayor crecimiento intelectual, además, ocurre cuando en lugar de descalificar, se buscan los argumentos que delimiten el nivel de validez de toda afirmación que no hemos emitido nosotros.
Un ejercicio de esa naturaleza, que busca sopesar el valor de lo publicado por otros, es el que he intentado realizar en los últimos días en torno a lo comentado tras ser revelados los "Papeles de Panamá". El fétido aroma que despidió la apertura de esa cloaca, no es muy distinto al que se percibe con las reacciones de algunos "analistas" y "periodistas" - así se hacen llamar - que de inmediato comenzaron su intento por desacreditar la investigación y sus fuentes.
En su burda labor, no sólo hacen evidente su desprecio por los periodistas y sus audiencias; además, revelan sin pudor de qué lado se encuentran, a quién defienden y en dónde están sus intereses. Solitos, destapan su propia cloaca.