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EL PANA, DIVISIÓN DE OPINIONES

David Pérez

Al torero sin retiro

Palmas y pitos. Ovación y silencio. Apoteosis y bronca. Salida a hombros y en camilla. El último trazo de Rodolfo Rodríguez "El Pana" en un redondel, divide opiniones, dividió sus cervicales, dividió su vida, y a los aficionados taurinos, nos divide en apreciación y en sentimiento.

Vista desde fuera, la fiesta brava puede ser interpretada como irracional, como una liturgia de culto a la muerte y a la tortura. Pero cuando hay una aproximación a las personas que participamos del ritual, entonces se pueden comprender nuestras historias de vida y el sentido que tiene para nosotros la tradición de la lidia de un toro.

Antes de ir al catecismo asistí a una plaza de toros. Allí, en la corrida, aprendí cosas como: valorar de la vida, cuidar de la vida del otro, sensibilidad por la literatura, la pintura y la música. Adquirí habilidades para distinguir entre el toreo verdad y la ficción buril. Este ejercicio afina la mirada para el análisis de la vida cotidiana. Paradójico y contradictorio, si. Venga el disenso.

Pertenezco a una generación de aficionados que no vio aquello que Rodolfo Rodríguez llama "la época de oro del toreo". A los que por primera vez lo vimos torear un 7 de enero de 2007, el autonombrado: "emisario del pasado", nos permitió palpar su expresionismo construido por la marginación, el hambre, la miseria, los vicios y la criminalización. Antítesis de la fiesta brava mercantil, donde abunda el toreo de salón ejecutado con astados mansos y débiles.

El trasteo de tirón, que "El Pana" sostiene con los anti-taurinos internos es mandón. Le pisa el terreno de sus intereses al afirmar que: "desgraciadamente en México es una fiesta de mediocres, comandada por pendejos". La denuncia aplica para los que anuncian carteles sin ganadería, vender boletos para corridas de toros y presentar novillos, iniciar las corridas siempre con retraso, a los jueces de plaza que regalan orejas por oficio, a la afición que no conoce ni el reglamento y que le grita olé a cualquier trapazo. El ritmo lánguido con en el que ahora el cuerpo de "El Pana" traza el tiempo, hace más clara su denuncia.

Ser figura del toreo le dio una voz pública. En el paseíllo de los micrófonos aportó para la visualización del alcoholismo y la prostitución. Su relación con al arte del meretricio le permitió abonar al imaginario en el que enmarcamos a las personas en situación "non sancta", características de ternura, paciencia y solidaridad.

La cadencia a la que está sometida la tauromaquia del brujo, y las sabanas hospitalarias que han usurpado el lugar del traje de luces, no podrán evitar que el lidiador siga dividiendo opiniones. ¿Tenemos derecho de mantener esclavizado al duende?, ¿conservar parapléjico a quien en pleno uso de sus facultades mentales, gozando de salud y éxito, expresó su voluntad de morir en un ruedo?, venga el disenso.

Dijo de sí mismo que cuando "El Pana" se retirara de torero, sería como cerrar un libro de romanticismo. Se equivocó el maestro, la faena disintió de su deseo, no habrá retiro, la leyenda tendrá más páginas.

Davidperez_o@hotmail.com

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