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Con o contra la sociedad

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Si, en efecto, los latrocinios, crímenes, abusos y desmesuras de la clase política son ahora más notorios gracias a un incipiente despertar ciudadano, urge apretar el paso y articular el esfuerzo porque, de otro modo, el malestar social podría no recolocar el horizonte, sino anularlo.

El país oscila entre el riesgo y el peligro. El riesgo de apostar y ganar (construir) otro destino o el peligro de desesperar y repetir errores que, más de una vez, lo han llevado al desencuentro.

El país avanza aceleradamente a una situación extraordinaria. Extraordinaria por luminosa o por sombría. En lo social, crece la conciencia sobre el mal gobierno pero no la fuerza y la organización necesaria para reformarlo. En lo político, la élite en el poder se cohesiona en la complicidad de sus arreglos, abominando a sus representados. La sociedad no puede desplazar al grupo en el poder y éste no pueden contener a la sociedad... el resultado podría no ser un empate, sino un desastre.

Porciones de la sociedad quieren explorar nuevos derroteros pero carecen de instrumentos (fuerza y organización) para hacerlo y los partidos resisten ponerse a su servicio. La sociedad se rebela incómoda y los partidos se apoltronan en la indiferencia. Tirante la relación gobierno-gobernados, cualquier descuido puede llevar a la revuelta social fragmentada o la tiranía discreta de partidos y gobiernos. La energía desatada y el desgano acumulado no se complementan.

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Pese a la impresión, es probable que el cúmulo de vicios y trapacerías que anima la conducta de la clase política no sea mayor ni distinto al de otros tiempos. Sin embargo, por infinidad de motivos sociales, fenómenos políticos, desarrollos tecnológicos y recursos educativos, hoy esas prácticas son ya inocultables a la sociedad que las percibe con rabia.

La peor derrota de los movimientos y grupos cívico-sociales empeñados en denunciar o, mejor aún, en desterrar o contener esas conductas políticas sería sólo transparentarlas. Poner en vitrina las transas, los engaños, los robos y los abusos de la gente que gobierna -jueces, legisladores y gobernadores, incluyendo desde luego al presidente de la República, además de comisionados y consejeros- sin someterlos a control y, en su caso, a castigo, podría nutrir una conciencia dolorosa que, a sabiendas del mal, no encuentra remedio y, entonces, insta a actuar desesperadamente por cuenta propia y como se pueda, con lo que se tenga.

El peor error de la clase política -y en el cual incurre de más en más- es ignorar, sin querer o adrede, ese malestar social que no encuentra vías de participación institucional y civilizada con resultados. Esa élite reitera sin decir que, si de impulsar un cambio con mejora se trata, la sociedad no cuente con ella.

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A pesar de esa clase política, sectores de la sociedad han encontrado motivos para repudiar el inmovilismo. Motivos dolorosos cifrados en la impunidad criminal y en la pusilanimidad política que han dejado más de una cama vacía en los hogares, algún familiar muerto en la hoguera de la violencia o desaparecido en alguna fosa. La violencia, sí, que ha sangrado demasiado al país, pero también la violencia supuesta en negar oportunidades para hacer del desarrollo y el trabajo, vía de realización nacional.

Esa conciencia social se ha visto beneficiada por dos factores. Uno, los fenómenos políticos que, pese a su promesa, no han consolidado la democracia ni el Estado de derecho y cuestionan el sentido y el destino de la transición mexicana. Dos, el desarrollo tecnológico de las redes sociales que le ha dado un instrumento de participación limitado que, a veces, inquieta, pero no corrige la actuación de la clase política. Extra a esos factores, una camada de jóvenes educados que, a partir del conocimiento, rebate la acció n o la omisión política.

La conjugación de esos ingredientes ha transparentado los vicios de la práctica política, pero no ha podido revertirlos.

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Insuficiente la presión social, la élite política se ha desentendido de ella y ha hecho del pacto cupular, el recurso ideal para integrar una cofradía de cómplices. Un arreglo fascinante donde el partido en el poder así como los partidos en la oposición transan o canjean acciones y posiciones sin exhibir, cuestionar o resistir al otro.

Si el problema fuera sólo el partido en el gobierno y, en particular, la figura más emblemática de él, como lo es el presidente de la República, la complejidad del problema sería considerable, pero soluble. El problema es que los partidos opositores -destacadamente el panismo y el perredismo- en aras de proteger o crecer el pequeño interés, el beneficio o la prebenda han renunciado a su función, compartiendo aunque sea un poquito el poder y mucho el silencio.

Por eso, el PRI, el PAN y el PRD se deleitan en armar muy curiosos concursos en torno a la deshonra. Quién de sus gobernadores o dirigentes es más corrupto, falso o ratero. Quién encubre mejor a sus indiciados sin salpicarse demasiado. Quién gana más consejeros, comisionados o magistrados, porque les interesan mucho las posiciones, pero muy poco las posturas. Quién se zafa de la reforma legislada sobre las rodillas, pero pactada por el conjunto. A quién le toca el turno, en la alternancia, de meter mano a los recursos. Ellos concursan, mientras Morena se pega a la pared creyendo que, pasado el carnaval, el reino será suyo y la felicidad de todos.

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El desafío en puerta es enorme. Los sectores activos de la sociedad tienen que armarse de fuerza y organización si quieren acotar y no sólo transparentar las trapacerías políticas. La clase política, decidir si está con la sociedad o en su contra. No queda mucho tiempo.

sobreaviso12@gmail.com

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