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Peña y el deterioro institucional

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Lo que estamos presenciando los mexicanos no es únicamente la debacle de un presidente y de su equipo de trabajo. Los elevados niveles de desaprobación, las críticas y hasta las burlas de las que Peña y su equipo son objeto, no son sino síntomas del profundo deterioro institucional que sufre la nación.

No pretendo victimizar al presidente y menos salir en su defensa. Peña ha contribuido activamente con la destrucción, desde adentro, de las instituciones del Estado mexicano. Pero, sin un nivel avanzado de deterioro institucional, alguien como él jamás habría alcanzado el cargo de máxima responsabilidad en el país.

Lo que intento señalar es que el desgaste de las instituciones en México lleva años gestándose y que Peña sólo es un capítulo más en la historia de tal deterioro, caracterizado actualmente por la escasa credibilidad que las instituciones despiertan en la ciudadanía. ¡Hasta el presidente se da cuenta que muy pocos le creen! Pero, su problema -y el de todo el país- es que en el fondo no le importa en absoluto.

Al igual que muchos otros mexicanos, el presidente Peña únicamente está esperando que se termine su mandato. Le urge irse. Él ya hizo su negocio y el resto de lo que ocurra lo tiene sin cuidado.

Algunos afirman que a Peña Nieto lo están dejando solo. Pero, la verdad, es que él mismo se abandonó desde hace mucho tiempo en su papel de presidente. Ahora dice que sus medidas serán comprendidas dentro de algunos años. Habría que hacerse eco de lo que en su momento publicó The Economist: "No entiende que no entiende".

El gran problema para nuestra nación será cómo quedará la institución presidencial tras Peña, el presidente que quiso restaurar el presidencialismo y fracasó en el intento porque él mismo se saboteó cada vez que pudo.

Fortalecer la institución presidencial era una buena idea a la luz de la bacanal que los gobernadores hicieron de este país. Era necesario que se les restara poder a los ejecutivos estatales y que se les ordenara. Urgía que se les terminara el saqueo impune y que comenzaran a velar en verdad por el bienestar de sus entidades. Pero, con el fracaso de Peña hoy tenemos el peor de los escenarios posibles.

Las calles muestran con claridad la anarquía en la que estamos siendo. Los que logran sacar algún pescado en este río tan revuelto sentirán que todo va bien; pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Cuándo nos daremos cuenta que a nadie realmente le conviene el deterioro de las instituciones?

Pese a nuestra propensión por saltarnos las reglas, hace falta un ente ordenador sólido que establezca límites a la acción individual y la encauce hacia el bienestar colectivo. Me pregunto si alguno de los que hoy aspiran a la Presidencia tiene la estatura que exige este momento histórico.

Los veo a todos muy chaparros.

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