México, como la mayoría de los países en vías de desarrollo, enfrenta el escenario más complicado posible en lo que tiene que ver con el medio ambiente: una creciente industrialización, un incremento de la generación de contaminantes y un aumento acelerado de vehículos automotores, características propias de los países del llamado primer mundo; y una legislación y planeación deficientes, y un estado de derecho débil para poner orden en las ciudades, vicios del tercer mundo.
Lo que pasa en la Ciudad de México en estos días, con fases de contingencia por contaminación del aire a pesar de las medidas de restricción de circulación de autos particulares, es un reflejo del fracaso institucional frente al desbordamiento de una megalópolis. Pero no es un problema exclusivo de la capital de la República Mexicana. Lo que en su momento se vislumbró como el futuro indeseable de las principales urbes de país, hoy se está convirtiendo en el presente de todas.
De acuerdo al informe más reciente sobre la contaminación del aire en las principales zonas urbanas del mundo publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), ciudades como México, Guadalajara, Monterrey, Puebla, León y Toluca registran niveles dos y hasta tres veces por encima del máximo recomendable, que es de 10 microgramos por metro cúbico de PM2.5 (partículas en suspensión de menos de 2.5 micras).
A pesar de que Torreón no aparece en el estudio, se sabe que, según los últimos estudios dados a conocer por la Secretaría de Medio Ambiente, que datan de 2014, la calidad del aire en esta ciudad es entre mala y extremadamente mala. Por ejemplo, en ese año se llegaron a contabilizar hasta 371 puntos imeca, que es el indicador simplificado que se crea con los resultados de todas las mediciones. Como referencia, en la actual contingencia de la Ciudad de México los niveles han rozado los 200 puntos, aunque hay que tomar en cuenta que esta región es de tolvaneras, las cuales empeoran la calidad del aire cuando se registran.
Pero el problema central actualmente en La Laguna y en muchas otras regiones está en la falta de una medición oportuna que arroje datos en tiempo real a los ciudadanos y autoridades para que se puedan tomar decisiones. Con todo y que ha sido uno de los principales compromisos gubernamentales en materia de medio ambiente, poco a nada se ha avanzado para que las principales ciudades del país cuenten con este indicador oportuno y fácil de entender para los ciudadanos. En esta región, lo que ha impedido la generación del indicador en tiempo real es la falta de coordinación entre los gobiernos de Coahuila y Durango.
A lo anterior hay que sumar el fracaso generalizado de los sistemas de verificación vehicular y los controles de contaminación de las industrias. Un escaso porcentaje de los autos que circulan en nuestras ciudades se verifica periódicamente, situación que se agrava con el aumento de vehículos usados importados y la permisividad de las autoridades para que sigan transitando autos chatarra por las calles. Además, las autoridades ambientales han sido permisivas con empresas contaminantes, no sólo del aire, sino también del agua y los suelos.
Frente al problema, es urgente que gobierno y sociedad trabajen ya en comenzar a modificar el paradigma del desarrollo urbano y económico que durante décadas se ha mantenido vigente. Los expertos y otras experiencias en el mundo apuntan a que se debe desincentivar el uso del auto fomentando otro tipo de movilidad más amigable o mejorando los sistemas de transporte público. Además, es necesario endurecer los controles contra las industrias más contaminantes, propiciar la generación de negocios con menos impacto ambiental y dar el salto del uso de energías sucias a la utilización de energías verdes.
