Los ciudadanos estamos cansados de ser la marea que va de acá para allá, a merced de quienes dirigen al país, lo no siempre ocurre a favor de las causas ciudadanas. Este asunto del Neoliberalismo y la Macroeconomía ha sido material para gráficas "3D" que recorren los foros económicos mundiales, pero que en nada alivian el padecer del ama de casa, quien hace milagros para solventar los gastos del hogar. Nos inconformamos, despotricamos, y quizá hasta nos infartamos, pero poco o nada sucede en nuestro entorno; las cosas siguen igual, si no es que peor. Nuestro estado emocional es de irritación, con toda su cohorte de signos agregados; la convivencia se vuelve ríspida, las calles se convierten en palenques, y aquello viene a cerrar un círculo vicioso altamente dañino. Los únicos bien librados a pesar de los fenómenos inflacionarios, el encarecimiento del billete verde y la caída del petróleo, son quienes pertenecen al 1% de la población que para este 2016 es dueño de algo así como la mitad de la riqueza nacional.
¿Qué hacemos, entonces? ¿Nos matamos los unos a los otros?... Algo que a ratos parece cumplirse en ciertas regiones, para ejemplo el estado de Guerrero, ejemplo contundente de que militarizar al país no es la solución a la inseguridad… Claro, entre todo aquel caos que por desgracia, no obedece a los principios que postula Prigogine como punto de partida para ordenar un sistema, surge una crisis social de aquéllas, de la que ninguno se salva sin raspones. Ante esta situación tenemos de dos: O nos empapamos de aquel malestar ciudadano y comenzamos a dar patadas, o nos convencemos de que cualquier bien es bueno, y actuamos. Con ello viene a mi mente la Madre Teresa cuando dice que hasta la gota de agua más pequeña hace crecer al mar.
En días pasados me hallaba en una tienda de conveniencia; al ocupar yo el último cajón libre, quedaba disponible solamente el de discapacitados, justo frente a la entrada al local. Observé que una vagoneta con dos mujeres hizo por ocuparlo, pero al percatarse de que era para discapacitados procedieron a buscar otro sitio. Nadie las recriminaba, nadie las instaba a movilizarse, lo hicieron por propia convicción, algo que me entusiasmó; las abordé para expresarles mi reconocimiento por esa pequeña gran acción ciudadana, mencionándoles que los últimos años de vida de mi madre resultaba terrible no hallar libres cajones para discapacitados y tener que estacionarse lejos, con todo lo que implicaba para ella, y luego descubrir que quienes los ocuparon lo habían hecho por comodidad. Les referí que alguna vez estuve a punto de recibir un puñetazo en la cara de parte de un "caballero" visiblemente molesto por mi reclamo.
¿Cuánto les costó a ellas estacionarse en otro lugar y dejar libre el cajón de discapacitados?... Medio minuto. ¿Cuánto me costó a mí esperarme para expresar mi reconocimiento por su acción?... Otra fracción de minuto. ¿Habrá valido la pena hacerlo, cuando detrás de ellas llegará un conductor que lo ocupará olímpicamente sin necesitarlo?... ¡Definitivamente sí valió la pena! Es así, engarzando pequeñas acciones, como nuestro México irá cambiando. Además, demostraron que por encima de los problemas, las preocupaciones y las incertidumbres que todos vivimos día con día, ellas tienen la capacidad de ver más allá de sus narices y tomar en cuenta los derechos de los demás.
En el 2013, durante la presentación de su libro "El país de uno" la politóloga Denise Dresser mencionó diez acciones para cambiar al país, dentro de las cuales hay una que hoy quiero destacar: "…México prosperará cuando la gente esté educada". Me apropio de esta sentencia para referirme a la educación, no como el nivel académico de un individuo, no como el prestigio de las instituciones educativas que haya pisado, sino como el grado de sensibilidad ciudadana que le permita utilizar esas herramientas de conocimiento, para edificar una sociedad mejor para todos. Y esa sensibilidad ciudadana se adquiere en casa, en los pequeños actos cotidianos de convivencia familiar, pero sobre todo a través de la impronta que llevan los niños de las actitudes de sus mayores. La contundencia del ejemplo queda por encima del mejor de los discursos; para educar lo más terrible es ese precepto de "haz como digo, no como hago", en el que tantas veces caemos los padres.
El México que todos buscamos y merecemos es un país con oportunidades para todos, a donde realizar aquello que más nos gusta para ganar el justo sustento. Un estado de derecho que se aplique y se respete por todos para el beneficio colectivo. ¿Se puede?... Sí. ¿Dónde comenzamos? Primero en nuestro espacio vital, y cuando acabemos, le seguimos con el resto del mundo.