— Max Weber
Ya adivinábamos el desenlace de la Convención Nacional Republicana; no hubo sorpresa pero sí un fuerte grado de enojo, confusión y misericordia hacia un electorado que para efectos prácticos, se dio un balazo en el pie al elegir a Donald Trump.
Hacia 1998, fue el propio empresario quien hizo menoscabo de los republicanos en una entrevista con la publicación People. “If I were to run, I´d run as a Republican. They´re the dumbest group of voters in the country. They believe anything on Fox News. I could lie and they´d still eat it up. I bet my numbers would be terrific”. “Si fuera a competir, lo haría como republicano. Son el grupo de votantes más tontos del país, creen cualquier cosa que aparezca en Fox News. Podría mentir y aún así se tragarían mis embutes”.
Ganó la habilidad manifiesta de un “outsider” que supo interpretar la coyuntura y el pulso de determinados grupos de votantes. Sabía de sus puntos débiles, de cómo hablarles, qué decirles y les tomó la medida desde el principio. Dicho coloquialmente, se los chamaqueó gacho.
Como si se tratara de un “reality show” y al ritmo de “We Are The Champions”, tema emblemático del grupo Queen, Trump irrumpió en escena desde el primer día de la Convención cuando tradicionalmente, ya sea por estrategia o aritmética electoral, los nominados tardan hasta 72 horas en pronunciar su discurso de aceptación.
Otra puesta en escena de un genio del marketing, que cautivó a un público gustoso del estruendo y la explosión, pero no necesariamente proclive al análisis ni a comprender del todo la tontería que cometieron.
Pobres norteamericanos y pobres de nosotros, como vecinos distantes, si a Trump se le hace el capricho y termina colándose al 1600 de la Avenida Pennsylvania. Sería como poner a la Iglesia Católica en manos de Lutero o peor. Tú, querido lector, ¿le confiarías la conducción de la política internacional y entregarías el maletín con los códigos nucleares a un individuo paranoico, explosivo y de mecha corta?
“Hoy es el día más triste en la historia de la democracia americana: el partido de Lincoln ha elegido a un candidato fascista”, expresó sin ambages ni exageraciones el historiador Enrique Krauze. De hecho, miles de republicanos se manifestaron en contra, advirtiendo el riesgo de profundas divisiones a futuro. ¿Cómo diantres permitimos que el fenómeno Trump sucediera y creciese de tal forma?, se preguntan y así lo han dicho abiertamente.
Porque no sólo hablamos de divisiones al interior del Partido Republicano, sino dentro de una sociedad que aunque pregone ser la más libre y democrática del mundo, en el fondo no está reconciliada con su historia, su presente y mucho menos con un futuro que anticipamos muy complicado, gane o no Trump.
Para muestra y preámbulo de lo que se podría esperar, basta un botón: ningún miembro del clan Bush -léase ninguno- apareció en la Convención. Recordemos que aún después de abandonar la Casa Blanca, los ex presidentes de Estados Unidos conservan un peso político importantísimo, y también un enorme grado de influencia a nivel mundial.
El que los dos George Bush, padre e hijo, no apoyaran a Trump y guardaran tan ominoso silencio durante el proceso de precampañas y ya en plena Convención, envía un mensaje contundente como pocos: el de que estarían dispuestos a sacrificar y dividir a su propio partido, aquél que los convirtió en los hombres más poderosos sobre la faz de la tierra, con tal de que Donald Trump no gobierne Estados Unidos. Quien calla, otorga.
Por desgracia, no sabemos ni podemos cuantificar con precisión si el poder de los Bush y otros miembros destacados del Partido Republicano, será suficiente para frenar el peso y decisiones de una mayoría. Son los riesgos y costos de la democracia “a la americana”.
Así las cosas, el candidato republicano se llama Donald Trump. Triunfó el absurdo pero hago votos para que en noviembre, fecha de las elecciones, no triunfe también la estupidez.
Nos leemos en Twitter y nos vemos por Periscope, sin lugar a dudas: @patoloquasto