Costa Rica
Hablar de Costa Rica es hablar de naturaleza pura y aventura, las bases del ecoturismo. En cuanto el viajero entra ahí se siente esa vibra “pura vida” tan característica de los ticos. Con un territorio pequeño y un corazón enorme, esta nación centroamericana tiene mucho que ofrecer al explorador en busca de una aventura rústica sin igual.
Hablar de Costa Rica es hablar de naturaleza pura y aventura, las bases del ecoturismo. En cuanto el viajero entra en Costa Rica siente esa vibra “pura vida” tan característica de los ticos. Con un territorio pequeño y un corazón enorme, Costa Rica tiene mucho que ofrecer al explorador en busca de una aventura rústica sin igual.
Guanacaste, esa provincia norteña colindante con Nicaragua, cuenta con maravillosas reservas naturales, desde bosques tropicales y regiones montañosas hasta las playas más cálidas del Pacífico; el hecho de estar alejada de toda modernidad la hacen un destino sin igual para un retiro absoluto.
La aventura comienza en la capital del país, en el moderno aeropuerto Juan Santamaría, y sigue por aproximadamente cuatro horas por una carretera de dos carriles que se abre paso entre cafetales, tejados coloniales, ríos llenos de cocodrilos y puentes modernos construidos por el gobierno chino.
El primer destino es Reserva Conchal, localizada en el corazón de Bahía Brasilito, una reserva rebosante de flora y fauna en su hábitat natural. Es común ver letreros a las orillas de los caminos con imágenes de pizotes (coatis), cocodrilos y monos pidiendo al conductor precaución con la vida silvestre, después de todo nosotros somos los invasores y en este país la protección a la fauna es tomada muy en serio. Es fácil quedar impresionado al ver desfilar manadas de pizotes y quedar rodeado por ellos a su paso en busca de alimentos.
Despertar temprano por la mañana y ver a los flamingos, con sus largas patas y cuellos curvilíneos, danzar graciosamente en el lago, caminar entre raíces gigantes que se entrecruzan, hacer una caminata en una playa de arena blanca hecha de conchas trituradas, cruzar una pequeña loma y llegar hasta Playa Brasilito, encontrándose con la antítesis, arena gruesa y morena con un oleaje más fuerte, eso es Guanacaste.
Al medio día el viajero puede agarrar un kayak, remar por cuarenta minutos contracorriente en un mar picado y llegar hasta la isla cercana. Ahí se puede sumergir en un campo de medusas inofensivas, nadar entre corales coloridos, observar a los venenosos peces piedra y peces globo, sorprenderse ante un pulpo, encontrarse con una caprichosa estrella de mar y nadar con uno de los animales más bellos de este planeta: la tortuga marina.
De regreso en tierra firme, el visitante no se puede perder del auténtico pueblo pesquero de Brasilito y comer en uno de sus sencillos pero deliciosos restaurantes mientras observa el profundo azul del Pacífico.
Por la tarde, y sobre todo en abril, se recomienda visitar Playa Flamingos, famosa por sus espectaculares atardeceres. Las apacibles aguas doradas centellean millares de veces, las olas se van y regresan, convirtiendo la arena en millones de estrellas pequeñas que titilan al compás del sol. El atardecer es fugaz, efímero, y sin embargo, queda guardado en nuestra memoria como aquella playa paradisíaca donde escuchamos el vaivén de las olas alguna vez.
Por último, se recomienda viajar hasta Tamarindo, un pequeño pueblo de extranjeros que viven y disfrutan del surf y del ecoturismo, y que han encontrado en este país un nuevo hogar.
Por la noche el lugar vibra al ritmo de la música, los bares y restaurantes abundan en la zona; al terminar el día este es el sitio favorito de todos los jóvenes en busca de diversión y más aventura, es la hora en que se comparten todas las experiencias vividas durante el día.
Costa Rica es ese país donde uno se tira en la playa, el tiempo se congela observando la naturaleza, y uno disfruta simplemente el ser, el estar aquí, hoy.
Instagram: @rafaelblando