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Cri-crí en el mes de los niños

Dr. Leonel Rodríguez R.

(Primera parte)

"¿QUIÉN ES ESE QUE ANDA AHÍ?, ¡ES CRI-CRÍ, ES CRI-CRI! ¿Y QUIÉN ES ESE SEÑOR? ¡EL GRILLO CANTOR!"

¿Quién, que sobrepase los sesenta o setenta años de edad, no recuerda este párrafo de la introducción con que se iniciaba un programa infantil en su estación favorita del lugar donde reside o residía por aquellas época?

Yo, en vísperas de estar finalizando la séptima década de mi vida, recuerdo este programa con mucho agrado, quizá con nostalgia, tristeza y melancolía; transcurrían, tal vez, los últimos años de la década de los cuarenta, quizá ya nos encontrábamos en plena década de los cincuenta, vivía en Nueva Rosita, Coahuila, en la colonia Hidalgo, y aún recuerdo el antiguo radio con el cual tanto nos divertíamos escuchando varios programas, entre ellos, el de Gabilondo Soler y su Grillito Cantor. Muy seguramente el programa que a diario escuchábamos por la XENR era diferido, ya que por las mañanas en nuestro viejo radio no podíamos sintonizar la XEW de la Ciudad de México. Aquel programa que, según se pensaba duraría tan sólo unas semanas, inició el 15 de octubre de 1934 a las trece con quince minutos, y fue tanto del agrado de los niños y los papás de los niños que perduró por cerca de veintisiete años, ya que dejó de trasmitirse el 30 de julio de 1961, cuando yo contaba con tan sólo 19 años de edad.

Cómo deseaba, en aquellos años, tener un tocadiscos y poder adquirir los acetatos donde estaban grabadas las canciones de Cri-Cri, ¡sueños de opio!, pero que sin embargo pasadas varias décadas se hizo realidad, al regalar años después, en una Navidad, por cierto, a mi pequeño Leonel, aquel hermoso álbum que con facilidades de pago ofrecía Selecciones de Reader's Digest y que quizá muy poco se escucharon sus discos: Dicen que cada quien regala lo que en alguna etapa de su vida hubiera querido tener y ¡es cierto!, yo quise en la época de mi niñez haber podido adquirir aquellos LP y jamás lo logré; sin embargo, pasados los años, convertidos en décadas, con el pretexto de regalárselo a mi primogénito, los adquirí, tal vez, para poder yo disfrutarlos. El tiempo pasó, con la rapidez que suele transcurrir, y un día mi primogénito me regala un nieto y es precisamente a ese nieto, mi pequeño Leonel III, a quien en los primeros años de su vida, se los volvemos a regalar. ¡Ojalá y algún día los disfrute!, aunque para ello tenga que hacerse de un tocadiscos. Pero, ¿quién fue Francisco Gabilondo Soler?

FRANCISCO JOSÉ GABILONDO SOLER, como era su nombre completo, nació el 6 de octubre de 1907, (mismo año en el que nació mi madre), en la ciudad de Orizaba, Veracruz, en una casa situada atrás de la Parroquia de San Miguel. Cuando Francisco tenía dos años de edad, sus padres, don Tiburcio Gabilondo y doña Emilia Soler, decidieron viajar a España a visitar a la familia, específicamente a Bergara, en la provincia de Guipúzco, en el país vasco, donde Francisco disfrutaba de ocasionales visitas a una playa cercana. Un año después, regresaron a su natal Orizaba.

Desde pequeño, mostró gran interés por aprender y estudiar, mas no por ir a la escuela. Aunque estaba inscrito en la primaria, él se las ingeniaba para organizar excursiones personales al monte con el afán de conocer sus libros; prefería el rumor del campo y el murmullo del bosque al molesto barullo de sus compañeros de clases y aprendió más por sí mismo que con profesores que a él le parecían poco interesantes. Como todos estos estímulos no fueron suficientes, otra fuente de inspiración fueron las fábulas de Esopo, las historias de Julio Verne, Christian Anderson y los hermanos Grimm.

Por otro lado, tenía afición por los idiomas y el origen de las palabras, así que adquirió infinidad de conocimientos no sólo por todo lo que devoraba en tantas páginas escritas, sino por lo que sus oídos le permitían escuchar: voces de mil seres diferentes y del canto del agua, que formaba música en su cabeza, música a la que se sumó la algarabía de su abuela que lo entusiasmaba con cuentos infinitos y alegres melodías al piano.

De esta manera, el pequeño Francisco dividía su tiempo entre su abuela, la fantasía y la naturaleza, a quienes le dedicaría, años después, tantas canciones. Su infancia se dio en circunstancias difíciles, como la de tener que asimilar el deceso de hermanos más pequeños y el divorcio de sus padres, además de sobrellevar una economía más o menos apretada, vivir en internados y tomar la decisión de irse a vivir con su padre, cuando tenía tan sólo diez años de edad.

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