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CRÓNICA GOMEZPALATINA

La División del Norte (1914) por un testigo presencial Primera parte

MANUEL RAMÍREZ LÓPEZ, CRONISTA OFICIAL DE GÓMEZ PALACIO

Vamos a referirnos en esta crónica, a las impresiones de un participante en las campañas militares de La Laguna en 1914, como integrante de la Brigada Sanitaria que acompañó a la División del Norte del ejército villista en sus combates en La Comarca Lagunera, en esa etapa aciaga de nuestra historia donde se realizaron las Batallas de La Laguna, que tuvieron como epílogo la Toma de Torreón. Su autor, el médico Encarnación Brondo Whitt, nacido en Monterrey, Nuevo León, el 17 de octubre de 1987 fue hijo de Encarnación Brondo Martínez, a su vez hijo de Pietro Brondo, militar italiano emigrado a México y de Carmen Martínez, de Saltillo, Coah. La madre del médico fue Mercedes Whitt, hija del ciudadano estadounidense Roland Whitt y de Cristina Treviño, de Pesquería Grande, N.L. Al parecer Roland era médico militar de las tropas americanas que invadieron nuestro país en 1846, y se quedó permanentemente en la capital regiomontana, dedicándose a la ganadería de cabras y borregas, industrializando las pieles de esos animales.

El Dr. Brondo fue un lector asiduo, escritor y periodista, aficionado a la Cosmografía, de cuyos conocimientos haría gala en varios de sus escritos sobre astronomía, además de destacar por la labor humanitaria que realizó entre los tarahumaras, en el lugar donde desarrolló su profesión, Ciudad Guerrero, Chih., en la sierra norteña, donde se ganó el cariño de sus habitantes por su carácter muy afable y divertido; daba clases de gramática en el Club Ateneo, escuela gratuita, y gradualmente, se fue interesando en las cuestiones sociales y en los procesos revolucionarios cada vez más intensos. De esa forma, a los 37 años, al caminar a finales de enero de 1914 por las calles de Chihuahua, un letrero colgado a las puertas de un cuartel villista, cambió para siempre la vida de Brondo Whitt. El cartel decía: “Se solicitan altas”, y determinado a seguir una causa de acuerdo a sus convicciones políticas y personales, se enroló en el terrible camino que seguirían los que estarían presentes en las penosas campañas de guerra, como las que habrían de suscitarse en la comarca lagunera. Brondo expresaba así sus motivos para haber tomado esa decisión: “Yo que a nadie profeso mortales odios, pero a quien mueve un ideal, si bien impreciso y vago. También iré a alistarme, como empujado por un sagrado soplo fatidíco y por un afán, o un no sé qué de experiencia y de aventura”. En sus escritos señala: “El general Villa pasó revista a la Brigada Sanitaria, como lo había hecho en días anteriores con las otras brigadas que han marchado ya hacia el sur. Nuestra gente tendida por la avenida Juárez, de la ciudad de Chihuahua. Colocados en formación, bajo los álamos del paseo, somos alrededor de diez jefes y cada uno de nosotros tiene a sus órdenes un enfermero con grado de capitán, cuatro ayudantes, cuatro camilleros, dos carreros, un tronco de mulas, una ambulancia y un botiquín portátil. Más de cien soldados armados, pertenecientes al mismo servicio, para la defensa del convoy y el acarreo de los heridos”.

Agrega además: “A las cinco de la tarde del 16 de marzo, sale la Brigada Sanitaria de la División del Norte bajo el mando del coronel Andrés Villarreal rumbo a su destino, a la retaguardia de las tropas constitucionalistas, y al día siguiente se estaciona en el poblado de Escalón, Chihuahua, esperando las instrucciones del alto mando, permaneciendo ahí durante 48 horas, mientras las tropas establecen contacto formal con el enemigo y empieza de nuevo el desplazamiento camino al sur, para llegar a la estación de Conejos al medio día, y al empezar la noche, recibimos los primeros heridos de la brigada Rosalío Hernández, lesionados en el encuentro que tuvieron en el Peronal, enterándonos que el poblado de Bermejillo ya ha sido tomado. El 21 de marzo, el tren avanzó lentamente hacia ese punto, llegando en las primeras horas de la tarde, ya que ambos lugares se hayan muy cercanos. Por el camino se han ido encontrando señas del combate del día de ayer: hombres y caballos muertos, tirados a uno y otro lado de la vía, conservando los hombres, las actitudes dolorosas de los gestos postreros; Las víctimas pertenecían a las avanzadas rurales del enemigo que fueron aniquiladas”.

Describiendo escenas que vivió, narra: “En Bermejillo, un grupo de soldados constitucionalistas llevaba en medio a un hombre desarmado, a quien iban a fusilar por delator, un individuo de ese lugar, de oficio cigarrero, alto, y delgado, que marchaba relativamente sereno, pero con la tristeza grabada en su semblante.

Al llegar al sitio de la ejecución, descansando en un pie y los brazos medio cruzados, accionaba una mano pidiendo que no le quitaran la vida, que le dieran armas y se uniría con ellos al combate.

Todo fue inútil, se escuchó la orden de apunten y enseguida se escucharon las detonaciones. El hombre quedó en tierra con la cabeza destrozada, fue nuestro bautizo de guerra. Me cuenta otro de los jefes, que en la tarde hablaron por teléfono los generales Ángeles y Villa, pidiéndole con palabras corteses al general Velasco que rindiera la plaza de Torreón, este eludió responder y le pasó la bocina a uno de sus ayudantes quien le dijo al Centauro: Ah, con qué ¿con Francisco Villa? –Servidor de usted.- Pues allá nos vemos. Prepárennos de cenar. –Muy bien los esperamos; y si no quieren molestarse, nosotros iremos.

¡Tantas tierras que he andado sólo para venir a verlos…! Mientras tanto, Mapimí había sido evacuado por los federales que se replegaron por la serranía rumbo a Gómez Palacio y el general Rosalío Hernández, con su brigada, salía en esos momentos para Sacramento (hoy Gregorio García), donde Aguirre Benavides había encontrado una tenaz resistencia, al presentarse de apoyo federal el “colorado” Andrew Almazán, con un nutrido contingente. Los integrantes de Sanidad, se tumbaron vestidos, con la seguridad de que no tardarían en despertarlos”. Entre tres y cuatro de la mañana los despertaron con la orden de marchar en seguida a Sacramento, donde el combate estaba encarnizado y había un gran número de heridos que atender.

El doctor Brondo, en compañía de su segundo y otros enfermeros y camilleros, bien provistos de botiquines y de armas, en el automóvil que esperaba junto al tren mismo que partió entre nubes de polvo, por oscuros breñales y bosques de mezquites y chaparros, en un terreno completamente desconocido y a merced de las circunstancias, con un ojo al gato y otro al garabato, por fin aparecieron las luces de lamadrugada al llegar al poblado El Barro y a la hacienda de Jiménez, a una legua del combate y a seis leguas del punto de partida. Todos convinieron en que habíamos tenido miedo, pero que ya lo habíamos perdido. En esa propiedad, se estaban concentrando gran cantidad de heridos que llegaban de la línea de fuego. El médico Brondo hizo la primera curación al coronel lerdense, Máximo García, de una herida penetrante de abdomen con riñón lesionado. También fue atendido el coronel Trinidad Rodríguez jefe de la Brigada Cuauhtémoc.

García fue llevado al tren de Sanidad. Igualmente se atendió a casi un centenar de hombres. Como a las once del día, un alboroto tremendo despertó al coronel Raúl Madero y otros jefes que dormían en algún lugar. Gran voz de alarma, en cinco minutos varios centenares de hombres ya estaban montados y armados, gritando “los pelones”.

Los heridos suplicaban, no nos abandonen. Los semblantes de los enfermos denotaban pánico por la suerte que podrían correr.

Sin embargo, al llegar a la puerta un hombre robusto y colorado con cicatrices de viruela en la cara, y un catalejo en la mano derecha, gritaba: - No hay cuidado, muchachos, son unas polvaredas que levantó el ganadoEra un hermano de Máximo García que inspeccionaba el horizonte. En la hacienda de Jiménez los constitucionalistas han sido bien atendidos por instrucciones de su administrador don Antonio Martínez, ofreciéndoles alimentos y la posibilidad de descansar con tranquilidad. Mientras los heridos están siendo enviados en automóvil al cuartel general que se encuentra en el poblado el Vergel, a dos leguas de Gómez Palacio y con los últimos partieron los de Sanidad. Después del medio día, el tren sanitario retrocede hasta Bermejillo, para entregar los heridos a otro tren que los conducirá al norte. Por la noche el mismo tren ya está de vuelta en El Vergel, y allí sabemos que desde las cinco de la tarde empezó el duelo de fusilería y los cañonazos de la artillería y al caer la noche siguen retumbando e iluminando la campiña gomezpalatina. Son de esperar las trágicas consecuencias para los combatientes y el incremento de nuestro trabajo.

Anoche, 26 de marzo, las tropas villistas de la derecha, asaltaron el cerro de La Pila y tomaron bizarramente los tres fortines de ese rumbo, con cientos de pérdidas de soldados de ambos bandos que se enfrascaron en una terrible pelea en la que no se daba ni pedía cuartel y en la que en todo momento la falda del cerro estuvo iluminada por los disparos de defensores y atacantes, provocando un infernal ruido que parecía un torrente de mar embravecido e incontenible, con rayos y centellas.

En la próxima entrega, anotaremos pasajes muy importantes de la batalla de Gómez Palacio y la Toma de Torreón, narrados al estilo del doctor Concepción Brondo, desde su coloquial estilo, que se consignan en la reimpresión del libro que lleva el nombre de esta crónica, en una edición del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Zacatecas en un brillante estudio introductorio de José Enciso Contreras.

(Continuará) ramlom28@hotmail.com

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