Segunda y última parte
Retomamos comentarios de los temas presentados por el doctor Encarnación Brondo Whitt, en el libro que lleva el mismo nombre que esta crónica, en el cual refiere las experiencias vividas en su actuación profesional como médico en la Brigada Sanitaria integrada a la División del Norte. Ya citamos anteriormente su determinación de enrolarse a un mundo de azarosas aventuras y nuevas experiencias, abandonando una tranquila vida en la comunidad de Ciudad Guerrero, Chih., para encuadrarse en la causa del general Francisco Villa, ese personaje dueño de una personalidad magnetizadora y sugestiva, que lo mismo generaba las adhesiones más fervorosas y pasionales que los odios más encendidos entre los diferentes bandos participantes en el movimiento armado. Centauro, que irrumpió cabalgando apocalípticamente, revelando sus innatas cualidades para el combate, como un dotado de aptitudes estratégicas congénitas, que no tardaron en revelarlo como un guerrillero de primera línea y organizador de contingentes para la lucha.
Dicen sus apuntes: "Hoy es 27 de marzo, anoche no hubo fuego de fusilería, ni el cañoñeo exterminador del enemigo, pues los huertistas habían evacuado Gómez Palacio el día anterior reconcentrándose en Torreón. El día 28, por el rumbo del medio día, se supo de una reunión de generales para preparar el gran asalto a Torreón, única plaza que les queda a los huertistas, éstos, desde la tarde se dan gusto disparándonos con sus cañones, sin obtener respuesta nuestra. De noche se volvieron luminosas las explosiones y se ven en el aire como cohetes de luz, que a veces nos hacen olvidar que es la guerra y no una fiesta pirotécnica, sólo que acompañada con su granizada plena de mortíferos balines… Desde temprana hora del domingo 29, se recrudecen los combates y por los heridos que llegan de la línea de fuego, sabemos que los federales anoche perdieron y recuperaron, sucesivamente, sus posiciones y que en la mañana temprano una fuerza de caballería enemiga trató de salir por el cañón del Huarache
"Lunes 30.- ¡Torreón! Es el último reducto de los huertistas ¡que no han logrado recibir auxilios ni escapar! y cuando sucumban o se rindan ¿quién sostendrá el empuje del ejército constitucionalista? Quizás entonces se cumplan mis anhelos de hombre civilizado: la justicia y la paz. Por lo pronto supimos que la cesación de los disparos se debía a que los altos mandos rivales andaban en parlamentos, también nos enteramos que el señor H. Cunnard, vicecónsul británico, desea una entrevista con el general Villa a nombre del general Velasco, jefe de los sitiados en Torreón, pero los hechos en realidad demuestran que lo anterior es un verdadero ardid, porque el cónsul no apareció y al comisionado villista mayor, Santos Coy se le conduce vendado al Hotel San Carlos en Torreón, donde se encontraba el general Velasco. Santos Coy no estando facultado para entrar en arreglos fue comisionado por Velasco para ir a preguntar al general Villa si admitía una tregua humanitaria de 48 horas, a fin de que fueran levantados del campo los heridos y muertos federales. Al respecto, los generales Villa y Ángeles, calculando que dicha petición podía ser un pretexto para que los federales recibieran refuerzos, contestaron negativamente a esa solicitud".
"Trajeron del cerro de las Calabazas unos 50 prisioneros, y dicen que hubieran sido más. Al respecto, comentaba un herido: - Hicimos hoy un gran número de prisioneros, y fusilamos a muchos de ellos-. El doctor Brondo le preguntó ¿les formaron cuadro? ¿Aislados o en conjunto? La terrible respuesta no se hizo esperar. Pues…como íban llegando cada quien mataba el suyo, reflejando que lo que el herido llamaba fusilamiento fue una carnicería".
"En ese dramatismo tan común de las contiendas bélicas, vimos pasar a un teniente lagunero. Arrogante como un hijo de la fortuna y de la guerra. Iba al combate, el caballo era hermoso, como el mancebo, como los arneses, como el escudero…un bigote escaso, denunciaba la corta edad. Un sombrero grande como para los soles de La Laguna, puesto graciosa y altivamente. Todo el tórax cubierto de cartucheras…Hoy ha vuelto el tipo (con los pies p'alante), pálido, desgarbado, marchito; viene herido. La cabeza del fuste, las arzones, las cartucheras y hasta las crines del corcel están manchadas con la sangre del garzón (se dice de aquel que tiene ojos de color azulado). Se detiene a la puerta del carro de curaciones. El asistente vuela en su auxilio, le toma el estribo, le ayuda a subir al carro y también a desnudarlo, solícito y sereno, amable y estoico. El lesionado quiere agua; se le da agua con coñac. Está tendido en la mesa, limpio, blanco y oliendo a sangre. En el vientre un pequeño agujero de un escaso centímetro de diámetro; proyectil perdido en el interior del abdomen. Cerca del oscurecer, el mozo muere. El chusco doctor, capitán, agente de inhumaciones, corista y enfermero, López, carga en una parihuela, ayudado por dos camilleros, al mozalbete arrogante y, entre risas y conversaciones triviales, lo sepultan junto a la vía. Por todo recuerdo de aquella vigorosa vida truncada, no queda más que un montón de tierra blanca y una pequeña cruz hecha con un hilacho y dos palillos".
"Con este mismo personaje, que es un enfermero de corazón bueno y alegre, de unos 29 años de edad y siempre con ganas de bromear ocurrió lo siguiente: en uno de esos negros días pasados cerca de Gómez Palacio, subió el doctor y coronel de la Brigada a un carro hospital, y después de examinar a uno de los heridos, se asomó a la puerta y dijo al encargado de inhumaciones:
"Abril 1°. A las 9:30 a.m. mientras las brigadas empiezan a salir a las goteras de Torreón, en la División Sanitaria se hacen trágicos preparativos, enrollando cientos de vendas, desempacando férulas de aluminio, canaladuras de malla, frascos de agua oxigenada, bálsamos y pomadas, esperando el feroz encuentro de dos divisiones empeñadas en defender y tomar la plaza de Torreón, que al iniciar la noche, a aquello de las nueve horas, recibe el tremendo asalto constitucionalista y una hora después empiezan a llegar los heridos y, en paralelo, comienza una faena de horas para hacer la parte que nos corresponde, mientras, el 2 de abril llegaba con el fragoroso estruendo del combate, los infatigables cañones de la federación se descargan sobre Gómez Palacio. Uno de los compañeros, dijo: ¿No han visto ustedes los incendios en Torreón? Dicen que los federales están quemando los cadáveres, otros que el parque; y otros que están evacuando la plaza. Un siniestro resplandor iluminaba el cielo y se escuchaban enormes tronidos".
"Abril 3 (Viernes de Dolores). Nos hemos encontrado con la certeza de la evacuación de Torreón por los huertistas, y ya avanzada la mañana se movió el tren de sanidad hasta Gómez Palacio para estar más cerca de la acción. Horas más adelante, nos juntamos con unos enfermeros y fuimos de recorrido por las calles de la ciudad ¡Qué aspecto tan triste tiene ahora este pueblo que vi floreciente en 1910! Población joven y vigorosa, fabril; tiene unos veinte años de edad, como sus enormes fábricas de jabón (La Esperanza) y la de hilados (La Amistad). En algunas casas se veían los agujeros de la metralla, en las calles los cadáveres de caballos a medio quemar, en los jardines gruesas ramas de árboles arrancadas por los pavorosos proyectiles, cuadras llenas de basura. La plaza Juárez y la Alameda González Cosío (el hoy Parque Morelos) sucias y abandonadas, guarecían a los soldados y a sus bestias que se protegían del sol. Más gratificantes fueron nuestros paseos por los bien cuidados jardines de la Jabonera, donde se encontraban las señoriales mansiones de don Juan F. Brittingham y los altos jefes de esa empresa, tan bellos, que semejaban el jardín del edén. Para nuestra sorpresa, allí se encontraba un carro de ferrocarril envidiablemente situado en la frondosidad y frescura. Era el carro de los corresponsales de guerra yanquis, y en un costado del mismo se hallaba un letrero que decía
"Más tarde abordé el tranvía y llegué por fin a ¡Torreón! Torreón lleno de escombros, de basura, de animales muertos, de casas con huellas de la metralla, sucio y maloliente, pero con cara atenta de novedad y regocijo, a pesar de todo. Bullen nuestros soldados por las calles y los vecinos salen de sus casas en busca de alimentos y noticias. Al volver a Gómez intenté tomar un tranvía pero todos pasaban repletos de gente, hasta en el techo se amontonaban los soldados que en vez de estar en el cuartel andaban de aquí para allá, saboreando el placer de la conquista. No tuve más remedio que regresar a pie, la larga legua al través del cauce voluble y abrazador del Nazas".
Finalmente, consigna el doctor Brondo, la estancia de la tropa por algunos días en Torreón, esperando salir con rumbo a San Pedro de las Colonias donde se encuentran las fuerzas federales, que se preparaban para el inminente ataque de los villistas y sigue su plática con relatos de otros lugares ajenos a nuestro terruño, que en próxima ocasión podremos comentar, pero que por lo pronto nos permiten concluir esta crónica. Los datos esenciales de este artículo fueron extraídos del libro "La División del Norte (1914), por un testigo presencial", del Dr. E. Brondo Whitt., publicado en junio de 2014, por el Tribunal Superior de Justicia del Estado de Zacatecas.
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