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Cuatro palabras

FEDERICO REYES HEROLES

México está obsesionado con la revolución y por ello no observa la evolución de las cosas. La expresión no es mía, la tomo prestada del maestro Edmundo O'Gorman. Don Edmundo fue un hombre complejo, difícil, pero muy brillante. Fue un gran provocador, así lo demostró en varios textos, entre ellos México el trauma de su historia. Qué razón tenía, esa obsesión nos ha causado una ceguera muy costosa. Mientras esperamos a la gran revolución que cambie radicalmente todo, dejamos de observar esas pequeñas-grandes revoluciones que provocan el cambio real.

A la mala los mexicanos hemos aprendido que los monopolios -de cualquier tipo- degradan. Degradan los mercados, la calidad de los bienes y servicios. También degradan las relaciones humanas. Lo sufrimos hasta el cansancio en la telefonía, en la energía eléctrica, en la industria petrolera y en muchas otras áreas. Sufrimos de monopolios y oligopolios en la vida política. Lentamente México ha ido desmontando los grilletes monopólicos que nos rodeaban. Hemos aprendido de los beneficios de la competencia. No que ella sea omnipotente y mágica, pero es el mejor mecanismo para prevenir la degradación monopólica. Sin embargo y a pesar de todos los cambios, la tradición monopólica subsiste en la sociedad mexicana.

Cualquiera podrá dar clases, fueron las ocho columnas de Excélsior el martes 22 de marzo. Corría la Semana Santa, en La Habana Raúl Castro levantaba la mano a Obama y quizá por ello la noticia cayó de inmediato en el olvido. Por supuesto que nada espectacular ocurrió en México el miércoles 23, nadie derrumbó algún muro, tampoco hubo manifestaciones de júbilo o de condena. No ocurrió nada memorable. Pero para México esa fue una gran noticia. Desde 1887, hace 128 años, nuestro país viene desperdiciando talento de manera sistemática, talento para educar. No juzguemos las intenciones sino los resultados. A partir de la creación de las escuelas normales como instituciones únicas y exclusivas en la formación de maestros, se erigió uno de los monopolios más dañinos para nuestro país. Ese monopolio impidió que el conocimiento existente en la sociedad pudiera fluir a las escuelas. Dramático.

El absurdo no podía ser mayor: durante más de un siglo, nadie con educación superior ni con posgrados pudo enseñar en el sistema educativo mexicano. Un país que, por razones demográficas entre otras, enfrentaba grandes dificultades en la formación de maestros, se cerró a sí mismo la posibilidad de acudir a los propios mexicanos que ya tenían los conocimientos suficientes para enseñar en los niveles básicos. Ese conocimiento constituye quizá el mayor patrimonio de una nación. No es un intangible, por el contrario, tiene nombre y apellido. Esa riqueza existente en las mentes de los mexicanos le fue negada al país por un dogma corporativista: los falsos derechos de los normalistas por encima de la sociedad. En el fondo está un perverso patrimonialismo, la educación es nuestra, sólo nosotros la podemos explotar. Imaginemos a los abogados, médicos, científicos, contadores, ingenieros o artistas a los que en los hechos se les impidió compartir sus conocimientos a los educandos mexicanos. Por supuesto hubo excepciones como el desfile de brillantes profesionistas que caminaron por los pasillos de la Escuela Nacional Preparatoria inscrita en el sistema universitario. Pero fueron eso, excepciones.

Imaginemos cuantos casos no hubo de historiadores, físicos, arquitectos, con vocación de enseñanza que se vieron impedidos de enseñar. A esos mexicanos no sólo se les bloqueó una opción profesional, también se les cercenó una opción de vida. La enseñanza puede ser una necesidad vital que se alimenta de la emoción de mirar los ojos atentos y expectantes, ávidos, sedientos de conocimiento. La otra víctima fueron los millones de niños y jóvenes mexicanos a los que por décadas se les coartó el acceso a ese conocimiento. A partir de ahora cualquiera que cuente con un título universitario y que acredite por medio de un examen el puntaje suficiente para ser maestro, podrá entrar a las aulas. Imaginemos la riqueza dormida que ahora podrá nutrir el aparato educativo. No hay yacimiento petrolero equivalente. El reconocer y encauzar esa riqueza nos hizo más ricos.

Se trata de un acto de recuperación del espacio social, recuperación ciudadana, pues esa es condición de los profesionistas. Se trata de un acto de ampliación de la igualdad, pues en esto también había ciudadanos de primera -los normalistas- y de segunda el resto de los mexicanos. Se trata de la abolición de un coto plasmado en todas y cada una de las primarias, secundarias y preparatorias de nuestro país. Por donde se le vea, México salió ganando.

Cualquiera podrá dar clases, son cuatro palabras revolucionarias para la evolución de nuestro país.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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