El asombro no cabe. Nadie se puede llamar sorprendido. ¡El crimen organizado ha penetrado a los partidos políticos! Está en todos los órdenes de gobierno y niveles de gestión. Lo sabemos desde hace décadas. México no es un caso atípico, muchos países padecen el mismo flagelo. Lo único increíble es el hecho de que no se tomen medidas para impedirlo. Eso sí retrata a un país incapaz de reaccionar, de preveer el futuro, de actuar en consecuencia. Es una discapacidad sui géneris, rayana en el suicidio colectivo.
No es momento para darse golpes de pecho o esperar a que los partidos pidan perdón. La simple imagen es ridícula. Acaso los queremos ver hincados con el puño sobre el corazón. La vida institucional de los países no pasa por el arrepentimiento y el perdón. Los correctivos están en las normas, no en los actos de contrición espiritual. Pero también están en la exigencia social. La lista de involucrados visibles va de la diputada panista al exgobernador y exdirigente priista hoy bajo la lupa española. Pero también abarca a decenas de personajes que han jugado papeles muy relevantes en la plaza pública. Seamos realistas: todos los partidos políticos tienen expedientes, todos han sido víctimas y cómplices a la vez. Eso es hoy una ventaja, ya nadie se puede dar baños de pureza. El 2016 es una buena coyuntura.
¿Cómo salir de esta trampa? Siempre es útil regresar al origen y a los clásicos. Maurice Duverger lo describió con nitidez. Los partidos políticos nacieron como clubes. La militancia suponía la aceptación de los otros socios. La pertenencia cruzaba por la disposición al escrutinio de los pares y de la sociedad. Se discutía y se ejercían vetos. Ese es el primer filtro, que los clubes nos garanticen la pulcritud necesaria para ejercer un cargo público. Pero ya no es así, la ambición por detentar el poder es tal que los partidos se han prostituido. Aceptan a cualquiera que les jale votos y le dan el aval institucional. Basta con revisar la trayectoria de la diputada Lucero Sánchez López, postulada por cuatro partidos políticos de cepas ideológicamente antagónicas- para tener una muestra del horror. Eso también es corrupción.
De acuerdo, cualquiera se puede equivocar y forjarse una imagen errónea, ser engañado. Ocurre en las mejores familias. Pero las sociedades cuentan con un tesoro: la información social. Todos escuchamos rumores que la mayoría de las ocasiones llevan un contenido de verdad, si agua suena…Un ejemplo típico es el enriquecimiento súbito, se mudó a una casota, compró un departamento de lujo en Miami o Nueva York y el individuo hace exactamente lo mismo que antes. Cómo le hizo, se preguntan los amigos. La información de quién es quién siempre estará allí, si se le busca. Las raíces de los partidos deben trabajar. Pero los clubes no sólo están fallando en la aceptación de los socios y en las postulaciones de personajes con largas colas. Los partidos también están fallando en no retirar la membresía, en no expulsar.
Por supuesto que sólo será la verdad jurídica la que conduzca a una sanción jurídica. Pero las sociedades y los partidos tienen otras armas. Recientemente María Amparo Casar señalaba ese creciente relajamiento en la convivencia. Si se sabe que fulano es corrupto, simplemente no se sienta uno a su mesa. Los partidos políticos cierran los ojos frente ese conocimiento social sobre la corrupción, -ver la lista de gobernadores con problemas severos- y fingen demencia. No ejercen su derecho de veto o expulsión por mala fama con lo cual extienden un halo de protección que desquicia los referentes éticos. Ese relajamiento generalizado ha permitido que auténticos pillos -cuando no delincuentes- estén todos los días en las primeras planas o en las pantallas dando lecciones de moral. Una locura.
Por eso los ciudadanos descreen de los partidos, al no hacer caso a la vox populi incurren en auténticas afrentas al mínimo ético que los ciudadanos esperan. Son esos ciudadanos los que saben de qué viven, dónde y cómo viven los postulados. Pero si ese conocimiento no fuera suficiente, los partidos cuentan con otros mecanismos: el Cisen y la PGR. Es imposible que esas instituciones "certifiquen" a todos los postulados, pero en caso de duda específica los partidos deben acercarse y corroborar la solvencia ética de los miembros del club que van a recibir el apoyo para ocupar un sitial. Ese debiera ser el segundo filtro.
Allí están sentados en las curules, ocupando las presidencias municipales, ondeando las banderas los días 15 de septiembre, inaugurando escuelas, dando abrazos paternales erigidos en los rostros del poder. En las próximas elecciones los partidos deberían dar la cara por sus postulados.
El desfile es vergonzoso, el oprobio subleva.