Pareciera que de muy poco sirven los filtros, los candados, los pesos y contrapesos, siempre habrá una forma de burlar las normas y, sobre todo, las motivaciones éticas que están detrás. De ahí la sospecha que nos asfixia, nos corroe y mina cualquier esperanza de un mejor futuro. El desánimo lo invade todo.
Primero fueron "consejeros ciudadanos" los designados para un IFE autónomo fundacional de una nueva era de la democracia mexicana. En la palabra "ciudadanos" se fincaban las esperanzas de imparcialidad, de una distancia ante los partidos políticos. Esa primera camada cumplió con el encargo, pero poco a poco se fue desnudando que las negociaciones partidarias introducían componendas inaceptables. Los ciudadanos puros no existían, o eran muy escasos, por eso era mejor operar por cuotas de partido. En ese origen está la desviación: cómo es posible que los regulados designen a los reguladores, cómo pedirles a los candidatos que hagan campaña con quien deberá someterse a su decisión. Allí el inicio de la decepción. En el extremo el Consejo ha sido descabezado por los partidos. El Consejo del IFE era, en el imaginario colectivo, el referente de un nuevo México construido con instituciones no partidarias.
Pero aquí estamos en 2016 sabedores de que donde aparecen los intereses de los partidos la burla acecha. Muchos exconsejeros hoy hacen gala de su vida partidaria. ¿Acaso sus decisiones tuvieron sesgos? Pero militar en un partido no debería invalidar la observancia de la ley. Ese es justo el nudo, parecería que los políticos mexicanos no pueden anteponer la ley a intereses y amistades. Si hay un partido detrás, se sospecha. Las pifias han sido muchas. Hace casi una década los partidos legislaron para hacer uso durante las campañas de los tiempos oficiales en radio y televisión. Se lo prohibieron a la sociedad, lo cual es una aberración jurídica. Se argumentó que el país se ahorraría mucho dinero y las televisoras y radio difusoras dejarían de ser los grandes beneficiaros indirectos. Pero aquí estamos, invadidos de spots con la burla de que los presidentes de los partidos sí pueden hacer uso de los dineros y promover su imagen. Por supuesto las asignaciones a los partidos no sólo no se redujeron, crecieron y mucho.
Pero los partidos no son los únicos. El presidente ha perdido espléndidas oportunidades para demostrar que se sitúa por arriba de cualquier sospecha. La designación de Virgilio Andrade en la Función Pública para realizar la investigación de la llamada casa blanca, se leyó como otra gran burla. De verdad ni el presidente ni su equipo se imaginaron la reacción. Con independencia de los méritos de Andrade, por su cercanía, no era la persona indicada. No pudieron encontrar a alguien más. Oportunidad perdida, sospecha fortificada.
La creación de la Fiscalía General de la República es un punto de inflexión en las instituciones. De Raúl Cervantes se dice que es un espléndido abogado, pero de nuevo es un hombre de partido y cercano a la presidencia. ¿Por qué proponerlo, para qué arriesgar? En este gran parto institucional se requería a alguien que no tuviera vínculos partidarios o personales, el director o exdirector de alguna escuela de derecho, por ejemplo. Otra oportunidad perdida y otro elemento de sospecha. No es un problema de legalidad, en el Senado, Cervantes recibió votos de opositores, es mucho más sutil y grave, es de legitimidad. Para quien procede sin un mínimo tacto político, no hay diseño institucional que funcione. Se cumpla o no la sospecha, hoy la lectura es que el priísmo quiere garantizarse a un priista por nueve años en esa posición. Y como ya sabemos que los intereses partidarios en nuestra clase gobernante lo pervierten todo, la sospecha crece.
El penoso exabrupto de Peña Nieto la semana pasada -¿joder?-muestra enojo, parecería que se siente incomprendido. Cervantes y Arely Gómez reúnen una serie de méritos para los puestos en cuestión. Pero la calle, el ciudadano de a pie, de nuevo tiene elementos para sospechar. ¿De verdad son los adecuados o es un cálculo partidario? Eso es lo que nos está sangrando, la ausencia de pulcritud ha marcado a la gestión. Todo indica que entre los gobernantes y los gobernados, se ensancha un vacío muy preocupante. La misma opinión pública que veinte años atrás no veía en la corrupción un problema grave, y lo era, hoy ha elevado ese reclamo a los primeros sitiales de preocupación, junto a inseguridad y empleo. Es otro nivel de exigencia y una cultura política muy diferente. Es una gran noticia en la evolución de nuestra cultura política. Pero los hechos cotidianos muestran que los incomprendidos no lo comprenden.
No hay marcha atrás. Si los gobernantes en todos los niveles y frentes no registran el cambio y el hartazgo, siempre serán incomprendidos.