Siglo Nuevo

De Sapioriz a Torrecillas

La ruta del sotol y el canto cardenche

Los Cardencheros de Sapioriz. Fotos: Rafael Blando

Los Cardencheros de Sapioriz. Fotos: Rafael Blando

Rafael Blando

Por la libre a Cuencamé, Durango la ruta nos lleva invariablemente hasta el ejido Sapioriz; último bastión del canto cardenche. Unos girasoles silvestres y un gran maizal dan la bienvenida, el calor de una mañana veraniega recuerda que aunque por ahora todo sea verde, se sigue en el desierto.

Se fue la luna, se fue mi compañera,

viene el lucero y brilla en la arena,

pobre de mí batallado en tierra ajena.

Fragmento de canción cardenche

Don Toño espera sentado afuera de su pequeña casa frente a la iglesia, un gran muro brillante color rosa mexicano contrasta con su camisa y su gran sombrero ranchero. De carácter solemne, amable y con la experiencia que sus 80 años le han brindado habla sobre los lugares que el canto cardenche lo ha llevado a recorrer, sus experiencias de vida y sobre el canto en sí. Con seriedad y una cierta sonrisa dice que “el desamor, la principal inspiración del canto es como una espina del cactus cardenche: entra fácilmente y duele al intentar sacarla”. Entonces recuerdo mi primera experiencia con la cactácea, un dolor agudo que recorrió mi dedo índice derecho, luego recordé al amor, asentí con la cabeza y sonreí ligeramente, dándole la razón a don Toño Valles. Hasta la fecha creo que esa espina nunca salió... Después comentó que “para todo hay un remedio; hay una 'pastilla' que lo cura todo, en especial el mal de amores, si sigues hasta Torrecillas busca a don Rafa, él tiene el remedio”.

Y al pie de un maguey,

mi amor se quedó dormido...

Siguiendo el consejo de don Toño decidí continuar por la carretera hasta la ranchería de Torrecillas, en mi mente se clavó una idea: conseguir esa pastilla que lo cura todo. Por la libre el ojo no para de extasiarse, así conocí a Leonor, a su burro y a las chivas que la acompañaban; una escena rural típica del desierto de la Comarca Lagunera. Más adelante me maravillé con la antigua estación de tren de Chocolate, la mente de niño no podía más que imaginar cosas, mientras un soldador desarmaba los vagones para llevárselos para siempre; de Chocolate hoy no queda más que un recuerdo, un par de fotografías, dos casas abandonadas de adobe y un pozo seco, tan seco como el suelo mismo.

Después de viajar aproximadamente treinta minutos entre bellos paisajes desérticos se ve una pequeña casa de ladrillos pintados de azul con la leyenda: “El sotol sotol”. Entro en el pequeño negocio y pregunto por la dichosa pastilla que me han recomendado. Ahí está él, don Rafael Vázquez, con su playera de los 49ers y unos shorts azules me da la bienvenida. De carácter muy sencillo, mirada seca y con el orgullo de ser el productor de sotol más famoso de la zona me lleva en su camioneta roja a conocer los hornos donde cuecen la piña del sotol y los tanques de destilación; el olor a sotol es fuerte (parecido al de agave pero más dulce). Mientras conduce me platica sus intereses: no le interesa el dinero, no le interesa la fama, le interesa que sus clientes estén satisfechos; el sotol es su vida y hace el mejor.

Antes de tomar la carretera de regreso me doy una vuelta a admirar el Cerro de la India, una formación rocosa de formas afiladas y caprichosas, si se observa bien se puede distinguir la silueta de una india con su gran corona (o su larga cabellera en chongo), su nariz afilada y un busto prominente. Me marcho feliz con mis 'pastillas' en mano y el aprendizaje de toda una tradición en vías de extinción.

Y ya me voy a morir a los desiertos, me voy…

Sólo de pensar que dejé un amor pendiente,

nomás que me acuerdo me dan ganas de llorar...

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