¿Decido luego existo?

¿Si no tengo para comprar calzones, sería razonable que comprara un par de extensiones para el cabello? ¿Si se me cae la casa a pedazos, es lógico que prefiera irme de viaje? Si necesito un tratamiento médico y el dinero destinado para ello, lo gasto en una fiesta de XV años de mi hija, ¿hago bien? Si pedí prestado dinero y debo pagarlo en un plazo acordado, pero un día antes de hacerlo se me presenta la oportunidad de comprar un coche que me augura un mejor futuro, ¿se justifica que no pague y que mejor invierta en el coche?

Podría formular cientos de hipotéticas situaciones que implican un dilema ético, una definición de prioridades. ¿Qué es una prioridad? Es algo que tiene más importancia que otras cosas, es la anterioridad de una cosa respecto de otra en el tiempo o en el orden. El sentido común está comprometido en nuestras prioridades y este a su vez por las circunstancias.

No podemos correr si antes no caminamos. Todos quisiéramos no batallar por nada, es una aspiración que en lo más profundo de nuestro ser existe, aunque nos cansemos de decir que esas batallas son las que le ponen sabor a la vida. No batallar lo empleo como metáfora de no tener que priorizar, que pudiéramos hacer, tener, disfrutar todo a un mismo tiempo. Imposible, ¿verdad?

No hay fórmulas mágicas para decidir correctamente, pero sí podemos seguir una metodología que nos ayude. Tal vez lo primero sea definir qué estoy decidiendo en verdad, qué subyace en ello, qué tipo de valores están en juego, ¿son mis emociones las que tienen la voz cantante en mi decisión? ¿O es mi pensamiento racional, o es el corazón, o es el personaje que traigo activado?

Por desgracia muchas de nuestras elecciones no son tomadas desde la esencia del ser, más bien las toman los personajes que hemos creado para poder sobrevivir, los que forman parte de lo que Gurdieff denominó 'falsa personalidad', los cuales construimos obedeciendo al ego. Para poder ir al fondo del tema vale la comparación que siempre se ha hecho con los actores o actrices, ellos tienen una identidad, la cual ceden al servicio del personaje que van a representar, pero cabe la posibilidad que ese personaje los tome por completo, que olviden quiénes son realmente y adquieran la máscara del personaje que actúan, tal como pasó en la película de Alejandro González Iñarritu Birdman. En el mundo cotidiano puede ser que esto también ocurra y que desde ahí vayamos escribiendo el derrotero de nuestras existencias.

A propósito, recuerdo unas vacaciones donde me tocó compartir con una persona que experimentaba una transformación total cuando iba de compras; para empezar se vestía como si se tratara de fiesta, luego su actitud cambiaba y su mirada no podía estar fija ni por un momento, era como si estuviera muy estimulada por una sustancia ajena a su cuerpo, compraba con tal frenesí que pareciera que le iba la vida en ello, se le olvidaba comer, descansar o detenerse a pensar en lo que se hacía y sus consecuencias. Cuando llegábamos y hacíamos el recuento del día, ella se percataba de que había mucho que no recordaba y un día confesó: “es como si alguien se apoderara de mí”, en este caso, la toma del personaje era total. Al cabo del tiempo y después de un trabajo personal muy importante ella reconocía que ese personaje que la tomaba tenía que ver con su miedo al desamparo.

Cabe preguntarnos desde dónde tomamos nuestras decisiones: desde el niño herido, desde la víctima, desde la necesidad de reconocimiento, desde la carencia, desde la abundancia, desde el miedo, desde el deseo de la aceptación, desde el abandono, en fin, desde cada una de las experiencias humanas que nos dejó una huella. Tal vez así sea más fácil priorizar y dimensionar las consecuencias de decir sí o decir no.

También sería bueno recordar el orden lógico en el comportamiento del ser humano: pensamos, nos emocionamos, actuamos, creamos hábitos, modelamos así el carácter que finalmente es el que le da forma a nuestro destino.

Twitter: @mpamanes