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Delirios de grandeza

FEDERICO REYES HEROLES

 P Odría parecer una pesadilla. Pero por desgracia es la realidad. Estamos ante un severo y apasionante reacomodo del orden mundial. Pero el regalito navideño fue una auténtica bomba, en el sentido estricto de la palabra.

"Estados Unidos debe fortalecer y expandir en gran medida su capacidad nuclear hasta que el mundo entre en razón con respecto a las armas nucleares". No tiene desperdicio. En la lógica de Mr. Trump, él califica el estado de la conciencia del mundo. Como si fuera un adolescente alocado, el mundo todavía no entra en razón. Ello justifica, según el próximo presidente de la primera potencia del mundo, regresar a las amenazas atómicas como herramientas de presión pacificadora. Todo por medio de un tuit que, por lo visto, es la forma de comunicación más elaborada que conoce el personaje. Genial.

Pero el regalito navideño llegó por partida doble. "Necesitamos reforzar nuestro armamento nuclear para poder desarrollar misiles capaces de penetrar cualquier sistema de defensa actual o futuro". Otra perla de la insensatez, ahora sabemos que el presidente ruso sólo dormirá tranquilo cuando cuente con un arsenal superior a cualquier otro de los existentes y, por si fuera poco, de los que se inventen en un futuro. Me preocupa el sueño del señor Putin, porque es difícil predecir qué inventará el ser humano. Ahora ya tenemos una triada de armamentistas nucleares furibundos, pues no podemos olvidar al joven líder vitalicio norcoreano que también está ensayando con sus misiles para lograr la amenaza intercontinental.

Así, mientras Obama recibirá a Shinzo Abe, el primer ministro nipón, en Pearl Harbor como homenaje a los fallecidos en el ataque a esa base naval hace 75 años, su sucesor ya lanza misiles verbales urbi et orbi. Por si fuera poco, y como parte de su brillante estrategia para lograr la paz mundial de la que se declaró experto, Mr. Trump, designó a Peter Navarro, un declarado fóbico de China, para encabezar un nuevo Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca. Navarro, autor de Muerte por China, es un desbocado defensor de otra "guerra" en este caso comercial, contra la potencia asiática a la que considera responsable de que la manufactura estadounidense esté perdiendo terreno. Suena conocido el argumento.

En semanas, desde la elección de Trump, las relaciones entre las dos potencias se han tensado. "...La soberanía nacional y la integridad territorial no son moneda de cambio. Absolutamente no. Esperaría que todos lo entiendan", declaró el embajador de Beijing en Washington como reacción a las bravuconadas de Trump. El embajador insistió en preservar las buenas relaciones y no "socavarlas". Más claro imposible. El condimento de la nueva "visión internacional" -es sólo un decir- es el tono burdo, sin matices o sutilezas. Trump ganó así la elección, con un golpeteo de expresiones atractivas pero inconsistentes. En su lógica esa es la estrategia para doblegar a ese mundo que le ha restado grandeza a los Estados Unidos. Por qué no aplicarla.

En Auge y caída de las grandes potencias, ese espléndido historiador y brillante futurólogo que es Paul Kennedy, despliega la tesis de que hay una etapa muy dolorosa en el tránsito de las potencias que dejan de serlo o que pierden el liderazgo mundial. El dolor lo provoca la negación de la realidad. Negación por partida doble: de los gobernantes y de los gobernados. Por supuesto la negación por parte de los primeros alienta la de los segundos. Pareciera que con Trump una gran porción de los estadounidenses ha entrado en esa fase. El problema no es China o México y la creciente capacidad productiva de ambos países, toda proporción guardada. El problema es su enfoque.

En la visión de Trump, Estados Unidos no quiere ni a China, ni a México, ni tampoco a la India, ni a Indonesia de socios comerciales. No le interesan los miles de millones de potenciales consumidores para los productos de su país. Su mira está puesta en el desplazamiento del primer lugar como potencia del mundo. Paradójicamente, para no perder esa posición más rápido, los Estados Unidos necesitan nuevos aliados y socios. Cerrar las puertas a las nuevas potencias es suicida. Recordemos que es la primera ocasión en la historia que salimos de una crisis global, 2008-2009, gracias al crecimiento de esos países y no de las potencias tradicionales. No hay vuelta atrás.

Y vienen más cambios, hay una decena de países africanos, con Nigeria y sus casi 200 millones de habitantes a la cabeza, con economías muy rudimentarias, pero con tasas de crecimiento muy altas. También son potenciales consumidores y forman parte del reacomodo global. El mundo seguirá adelante. El problema es que Trump y Putin representan la negación del evidente cambio en los equilibrios globales y, en sus delirios, está el botón atómico.

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