Descubre... Haciendas de Yucatán
Caminaba por los rieles franceses que alguna vez transportaron vagones cargados de hojas puntiagudas de henequén. Iván se detuvo para hacer escuchar su recia voz en todo el campo: "¡Esto, señores", es oro! Señaló una extensa porción de tierra fértil con agaves sagrados, que los mayas nombraron Ki.
El hombre, hijo del antiguo capataz, llevó a sus invitados hacia los sembradíos para darles la bienvenida a Sotuta de Peón, una de las haciendas que enriqueció la península de Yucatán durante la época del "oro verde". El henequén se utilizaba para confeccionar cuerdas que ataban a los barcos, tapetes y bolsas, allá por 1856.
La aparición de las fibras sintéticas y su bajo costo trajo el declive de las haciendas. Dejaron de producir hilo de henequén y cayeron en la ruina y el olvido, hasta que, 20 años después, fueron rescatadas para transformarlas en hoteles de lujo. Sotuta no fue la excepción.
Ya restaurada, la propiedad abrió sus puertas de nuevo para que huéspedes y público en general entendieran el trabajo de aquella época de bonanza en un recorrido exclusivo.
El truck -así le llamaban a las plataformas jaladas por una mula que transportaban a los peones- llegó por el grupo que Iván guiaba para explorar la casa del patrón. Anteriormente, los asientos eran incómodos. Y mucho menos se podía pasear con un tequila en mano, como Iván lo hacía en esos momentos.
El carruaje cruzó por las cabañas de los huéspedes, rodeadas por enormes ceibas y árboles de tamarindo. De algunas ramas, pendían hamacas tejidas con hilos de henequén que siguen produciendo en la hacienda.
La madre de Iván es una de las artesanas que tejen esas redes coloridas.
Después de atravesar los jardines, el grupo llegó a la casa principal. El trabajador anfitrión era una enciclopedia viviente que sabía que ese edificio rojizo y de arcos alzados fue visitado por la emperatriz Carlota y hasta por el explorador inglés Frederick Catherwood.
Iván recreó algunas escenas. Los sentó en el comedor hecho de caoba y nogal negro. Les mostró los techos altos, protegidos con tejas de Marsella para refrescar a los propietarios en los días de intenso calor.
Los guió por los pasillos, presumió los pisos de mármol francés, hasta llegar a los fogones. Unas cocineras prepararon el almuerzo y lo sirvieron en la terraza. Así lo acostumbraba el "tatich", "el gran jefe" en lengua maya.
La hora del digestivo se trasladó al cenote Dzul-Ha. Iván lo conoce desde niño porque iba con su padre a darse un chapuzón, después de trabajar todo el día en el campo.
Dentro de la propiedad se encuentran ocho cenotes, pero sólo uno se habilita para refrescar y sorprender a los visitantes.
A dormir como el patrón
Nadie resistió las ganas de sumergirse en aquellas aguas iluminadas por los rayos del sol que se filtraban a través de los orificios de un techo fracturado, por el paso de miles de años.
Afuera se montó un bar, alojado en un antiguo vagón restaurado que ofrece margaritas y cervezas para los nadadores sedientos.
La tarde cayó sobre Sotuta de Peón. Los huéspedes se marcharon a sus cabañas. Dentro, es imposible no sentirse privilegiado al encontrar una alberca privada y una enorme cama bajo un techo de palma para descansar como un jefe, bien mimado y en silencio total.
La cena se sirvió en el restaurante de paredes de cristal. Un par de enamorados celebraba su aniversario en una mesa escondida entre las ceibas de los jardines e iluminada con velas, una experiencia privada a petición de ellos.
Fibra a fibra
Al día siguiente, Iván llegó a la hacienda para continuar con la segunda parte de su recorrido. En la casa de máquinas, enseñó al grupo a seleccionar las hojas de henequén y extraer el hilo resistente. Colgaron las hebras sobre tendederos de metal para que secaran al sol. En la prensa, armaron pacas de hilo para enviarlas a Mérida, a 27 kilómetros de distancia. También, trenzaron algunas cuerdas a mano.
El esfuerzo de todos por trabajar bajo los rayos del sol se vio recompensado. El cenote se abrió exclusivamente para el grupo. Las camas de masajes se alinearon a la orilla de las pozas.
Mujeres mayas tocaron las espaldas cansadas. El único sonido perceptible fue el de las gotas de agua que se desprendían del techo. El apapacho duró más de hora y media.
Los invitados se marcharon a su cabaña. Algunos pasearon en bicicleta por la calles de Tecoch, semidesiertas y de arquitectura descarapelada, que le da aspecto de pueblo fantasma.
Iván se quedó en el campo para seguir plantando los henequenes que han hecho de Sotuta de Peón un museo vivo.
Lujosos espacios que harán de su estancia una experiencia única.
Confort, historia y belleza en perfecta armonía con la naturaleza.
Haciendas de ensueño.