Las desigualdades son, en principio, "naturales". Nacemos diferentes, en el seno de familias distintas, con experiencias y expectativas de la realidad contrastantes. Sin embargo, hay factores "artificiales" que disminuyen o incrementan las distancias, los cuales pueden o no, estar vinculados con el mérito: ¿Realmente el que tiene más se ha ganado limpiamente lo que posee? ¿En verdad el que tiene menos merece estar en su situación actual?
No se debería responder a tales cuestionamientos con generalizaciones, so pena de caer en los simplismos propios de quienes nos gobiernan o aspiran a hacerlo. Ambas posturas, las que claman que la desigualdad en México es totalmente justa o quienes alegan que es absolutamente injusta, se equivocan. En el mejor de los casos, el error tiene su origen en la ignorancia; en el peor, en el maniqueísmo.
Reconocer que el fenómeno de la desigualdad en nuestro país obedece a múltiples circunstancias y no a una sola, es vital para poderlo encarar. Lo primero que, a mi juicio, deberíamos hacer, es convencernos de que la desigualdad no es un problema sino un desafío, uno muy grande que reta a lo mejor de nuestras capacidades humanas. Comprender esto es fundamental, porque es necesario reconocer que hay diferencias deseables y otras indeseables; que hay factores que fomentan la desigualdad que, en ese sentido, deben cultivarse y otros que es necesario suprimir.
Un ejemplo al que suelo recurrir es el del desempeño escolar: Nos equivocamos terriblemente cuando, en aras de la "igualdad", dejamos de reconocer el mérito de los estudiantes que sí se esfuerzan. Las decisiones que en materia educativa han tomado los últimos gobiernos federales son, en su mayoría, muy equivocadas. Pero, la peor, la más absurda y dañina, es aquella que permite que los alumnos continúen progresando en el sistema escolar pese a no haber aprendido, ni siquiera lo más básico.
Lo que revela ese tipo de mecanismos - y aquí tendríamos que incluir a programas asistenciales como la "Cruzada Contra el Hambre" - es que, para colmo, mucho de lo que se hace para suprimir las desigualdades es mera simulación. El simulacro es posible, precisamente, porque se cae en el "blanco y negro" con el que habitualmente se aborda el tema, lo que es aprovechado por los populistas de izquierda y de derecha para hacer sus negocios políticos y personales.
Encarar la desigualdad de manera efectiva, exige precisamente eso: mirarla de frente; comprenderla a fondo; entender sus dificultades y, también, sus oportunidades; y reconocer que no es un tema para los políticos y sus instituciones, sino para la sociedad en su conjunto.