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Docencia a la deriva

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Que existen malos maestros en todos los niveles educativos es una realidad que no puede ser soslayada. De allí a suponer que todos los profesores están mal, hay una distancia abismal. No obstante, nuestras sociedades se aproximan cada vez más a esa peligrosa conclusión.

Cada vez es más difundida la convicción de que, a la docencia, sólo se dedican personas fracasadas que no tuvieron éxito en otras esferas de la vida profesional. Cada vez son más quienes observan en los profesores un sirviente cuya labor es satisfacer todos los caprichos de sus alumnos, por indeseables que éstos sean. Cada vez más son, también, los maestros que sufren agresiones verbales y hasta físicas por parte de los estudiantes o sus padres, y todo esto, ante la mirada complaciente y en muchas ocasiones hasta cómplice, de parte de las instituciones y las autoridades educativas.

La complicidad institucional radica en que los primeros en despreciar la labor docente, son quienes contratan maestros bajo el supuesto de que no hay labor más fácil de realizar. El profesor es visto por muchas casas de estudio, públicas y privadas, como un obrero del más bajo nivel; siempre remplazable; sin derecho a mayor dignidad que la de un sueldo de hambre y la cascada de hipocresías que se ha hecho habitual cada 15 de mayo.

Por supuesto que hay excepciones; escuelas que todavía entienden que la figura del maestro le es esencial a los procesos educativos. Lastimosamente, cada vez son menos. En contraste, la voraz ambición del negocio se va apoderando de quienes toman las decisiones sobre la enseñanza en el país, tanto aquellas que refieren a una institución, como las que competen a la política educativa en general.

En muchas escuelas, desde el nivel prescolar hasta el posgrado, hoy es increíblemente más fácil que se despida a un profesor a que se sancione a un alumno. La razón es simple: dinero. El primero cobra y el segundo paga (directa o indirectamente, porque en las públicas, el presupuesto cada vez está más sujeto a la matrícula). El problema es que aprender no es fácil, requiere esfuerzos importantes y sacrificios que son necesarios para que el potencial individual y colectivo se despliegue.

En el presente, se le canta con demasiada alegría al facilismo. Queremos que la educación sea divertida, en lugar de aprender a divertirnos con los retos que ésta representa. Los alumnos exigen a un bufón y las escuelas castigan a los "aburridos".

La docencia está a la deriva… y luego nos quejamos de todo lo demás.

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