Don Quijote vs. Cervantes 3-1
En este año en que conmemoramos el IV centenario de la muerte de Cervantes conviene observar cómo el autor del Quijote es opacado por su personaje; más presente que su creador, Miguel de Cervantes Saavedra, se encuentra entre nosotros don Quijote. Lo podemos apreciar hasta en detalles como el de que en Torreón tenemos un espléndido monumento del Caballero de la Triste Figura en una gran calzada y un irrisorio busto del escritor, su creador, en un rincón de la Alameda. El ideal valioso permanece en un nivel más alto que la realidad que lo concibe.
Son muchas las virtudes acumuladas en don Quijote para hacer de él uno de los mayores personajes de la literatura universal, entre ellas, su ingente idealismo que lo lanza al mundo en pro de los menesterosos, que no lo deja abatirse, que lo alza por encima de los convencionalismos y las comodidades, que lo lleva a transitar los caminos abruptos, no a disfrutar las atmósferas áulicas.
Por haber creado ese gran personaje literario -y por el resto de su obra- Cervantes se ha ganado el reconocimiento universal, por ello también, aprovechando que el presente año es el cuarto centenario de su muerte, conmemoramos su paso por la vida. Sin embargo, los siglos siguen empeñados en reconocer más a don Quijote que a su creador Cervantes.
Tengo a la vista cuatro poemas y tres de ellos se ocupan preferentemente de don Quijote; sólo uno de Cervantes. Podemos ver que en el titulado “Lectores”, de Jorge Luis Borges, los lectores habrán sido don Quijote y el propio Borges, ambos son lectores de sueños, el personaje cervantino en su biblioteca; el autor de El Aleph, en su biblioteca del pasado niño. ¿Por qué Borges se mira encarnado en el Caballero de la Triste Figura? Porque ambos son fugitivos de la realidad y viajeros de las ficciones ofrecidas por los libros que son sueños de palabras.
En otro poema, “Vencidos”, de León Felipe, el poeta que se siente derrotado le pide a don Quijote que lo lleve en la grupa de Rocinante. Lo describe aniquilado: “Va cargado de amargura / que allá ‘quedó su ventura’ / en la playa de Barcino, frente al mar”. El poeta se empareja con el Caballero de la Triste Figura al verlo vencido y le pide cambiar la vida de aventuras (en pro de los menesterosos) por una vida bucólica de pastores, ninfas, fuentes cantarinas, prados floreados y música de flautas dulces, como para reanimarlo ha propuesto Sancho.
Por otro lado, en su poema “Letanía de nuestro señor don Quijote”, Rubén Darío implora al grandioso personaje cervantino para que escuche “los versos de estas letanías” en favor de quienes se han quedado sin nada, “sin Quijote / sin pies y sin alas / sin Sancho y sin Dios”. Es obvio el espíritu religioso, católico, en este poema de copal, de incienso en el que Rubén Darío ruega a don Quijote como rogar a las entidades católicas para que fortalezca las “ínclitas razas ubérrimas / sangre de Hispania fecunda” que empezaban a ser subyugadas por lo gringo.
Pero, 3 a 1, después de los poemas en los que los poetas invocan a don Quijote, Rubén Darío voltea la cara hacia el escritor “manco” y le dedica un soneto. En los primeros versos, Darío confiesa que la obra de Cervantes es un bálsamo para las “horas de pesadumbre y de tristeza” endosadas por la soledad. En “Un soneto a Cervantes”, Rubén Darío dice que admira y quiere al creador de don Quijote porque “hace que regocije al mundo entero / la tristeza inmortal de ser divino”.
La paradoja es inquietante: ¿cómo es que la tristeza regocija? Es que el genio humanista de Cervantes concilia los opuestos de la dialéctica y del oxímoron: “¡Sí, sí, éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre y, finalmente, el regocijo de las musas!”, exclamó un estudiante que se encontró a Cervantes en la calle.